Por una política sin agravios
Hemos visto en estos días agravios personales en la política vernácula, que la empañan y rebajan.
Supo aconsejar Esopo que “no deberíamos agraviar a nadie, porque las injurias nunca quedan impunes, y a quienes hoy tenemos sujetados, pueden verse libres mañana y acecharnos con su venganza”. El atacar a otros al decir de John William Cooke “es típico de iracundos ensimismados en la admiración de su propia virtud, que mediante personalizaciones sistemáticas, tratan de dar algún sentido a sus pleitos sin grandeza, y ansiosos de echar sombras sobre la integridad de cualquiera que los enjuicie”.
Cuando eso sucede, la política se convierte en politiquería. Sin ideas, sin respeto, sin moral. “Con el tiempo -decía Facundo Cabral- he aprendido a esquivar a aquellos que creen que la vida es un campo de batalla”.
Quienes utilizan el descrédito y el agravio en política deberían saber que son hijos de la soberbia. Se puede en una campaña disentir, discutir grandes asuntos y proyectos, pero jamás agredir impunemente a nadie. Pero ya se sabe “los efímeros aletean antes de morir”. Jorge Castañeda DNI 8.569.045
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