Recuperar la moneda

Mientras promedia la transición política hacia el nuevo gobierno de Alberto Fernández, se van perfilando aspectos del plan económico que aplicará, aunque sin precisiones sobre dos problemas claves de la economía: la falta de una moneda confiable para la población, producto de una inflación persistente que no ha podido ser dominada por distintos gobiernos en el último siglo.

Entre la multiplicidad de propuestas que se ha escuchado a los economistas afines a la nueva administración se encuentran endurecer el actual cepo cambiario, “desdolarizar (o pesificar) la economía”, “darle a la maquinita”, extender los controles de precios, renegociar la deuda y distintas variantes para el “acuerdo social y productivo” que promete el presidente electo.

Entre las PASO y la primera vuelta electoral, las reservas internacionales del país cayeron de US$ 66.000 millones a unos US$ 46.000 y el precio de la divisa se disparó de 40 a más de 60 pesos. Ello explica el restablecimiento del cepo cambiario, aparentemente negociado entre el gobierno de Macri y el presidente electo, lo que ha permitido calmar momentáneamente la escalada. Sin embargo, economistas de distinto signo coinciden en que es una medida transitoria que debiera complementarse con soluciones de fondo que generen mayor estabilidad económica.

Todas las monedas del mundo son solo papeles impresos, cuyo respaldo es la confianza de inversores y consumidores en la autoridad que los emite, es decir en la solidez de sus instituciones.

La sangría de dólares se disparó no solo por la “fuga de capitales”, sino por una huida masiva de los consumidores argentinos del peso. Según un estudio de Idesa, los depósitos en dólares eran en diciembre de 2017 un 15% del PBI y cayeron a menos del 10% en octubre de este año. Y explica este desplome en que, en un contexto de alta inflación persistente, la gente se protege sacándose de encima los pesos apenas los cobra: sea comprando mercaderías o divisas: dólares, euros u otra moneda “dura” para evitar la licuación de sus ingresos. En un país que desde 1935 tiene un promedio inflacionario del 56%, ha tenido 6 signos monetarios y les han quitado 13 ceros a sus billetes, es natural que el peso sea una mercadería de poca calidad que pocos quieren.

La moneda de un país tiene dos funciones básicas: actuar como medio de intercambio y como reserva del valor (ahorros) para el futuro. En Argentina la segunda función es casi inexistente en el caso del peso, mientras que para el intercambio solo es aceptado en transacciones de corto plazo. En operaciones como la inmobiliaria ya se ligan al dólar.

Las consecuencias de una elevada inflación persistente y la degradación de la moneda son muy negativas. Impiden el cálculo y la planificación económica, distorsionan la cadena comercial, atentan contra la inversión, el crédito, el crecimiento y perjudican sobre todo a los sectores más pobres, al aumentar la redistribución negativa de los ingresos. Según el Banco Mundial, cada vez que la inflación supera el 20% anual se pierde un 1,5% de crecimiento. Y en nuestro país se ha acelerado a tasas superiores a esa cifra en los últimos diez años, hasta el 55% actual.

Desde que EE. UU. abandonó el patrón oro en los 70, todas las monedas del mundo son solo papeles impresos, cuyo respaldo es la confianza de inversores y consumidores en la autoridad que los emite, es decir en la solidez de sus instituciones políticas, jurídicas y sobre todo económicas. En Argentina eso no ocurre. En este sentido, nuestro país debería aprender de experiencias vecinas.

Uruguay, Chile, Bolivia, Paraguay, Brasil, México o Israel padecieron similares problemas al de nuestro país y lograron derrotar a la inflación y consolidar sus monedas a través de mecanismos ortodoxos o heterodoxos, pero con un patrón común: solvencia fiscal, metas claras y acuerdos de largo plazo entre su dirigencia que implicaron cambios de patrones culturales arraigados.

Como señaló, la estrategia del próximo presidente pasará por retomar el crecimiento económico y mejorar las exportaciones, pero eso será imposible sin dominar la inflación ni tener un peso sano. Ya lo señalan las experiencias vecinas, no hay recetas mágicas ni atajos para recuperar la confianza de la población en las instituciones y la moneda, base de todo el sistema económico.


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