Repensar la globalidad

Por Martín Lozada

Durante la última semana de enero pasado, mientras en Davos, Suiza, se desarrollaba la reunión anual del Foro Económico Mundial, otro evento se producía en la ciudad brasileña de Porto Alegre. Se trataba del Foro Social Mundial, llamado a repensar el proceso globalizador desde una perspectiva crítica y a crear un espacio de encuentro para todas las organizaciones sociales disconformes con la hegemonía del capitalismo corporativo.

El encuentro de Davos congrega desde 1971 a la elite del pensamiento neoliberal y tiene como miembros a representantes de las 2.000 empresas más grandes del mundo, además de importantes directivos del FMI, el Banco Mundial y de la Organización Mundial de Comercio (OMC).

Pugna por la consolidación de las políticas neoliberales iniciadas en los ’70 y ’80 con los gobiernos de Pinochet en Chile, Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en EE.UU. y que en los ’90 se extendió a casi todo el planeta.

Ha sido hasta el presente la usina ideológica que proclama el achicamiento del Estado y las privatizaciones, la liberalización de los mercados y del capital, la rebaja impositiva para las grandes corporaciones y el recorte de los gastos sociales. Todo ello en un mundo como el actual, donde, según el Informe del Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo de 1999, los tres multimillonarios más ricos poseen activos que superan el Producto Nacional Bruto que suman todos los países menos desarrollados y sus 600 millones de habitantes.

En tanto, en Porto Alegre, la propuesta fue diametralmente opuesta. En primer término porque reunió a intelectuales y líderes sociales del mundo que desafían el pensamiento hegemónico. Luego, debido a que se realizó en un estado que, como Río Grande do Sul, es gobernado desde hace doce años por el Partido de los Trabajadores, con un programa de participación, inclusión social y solidaridad que viene despertando la atención de todos los interesados en la gobernabilidad democrática.

El Foro Social planteó como eje de sus debates el tema de la producción, distribución y concentración de la riqueza entre las naciones y dentro de sus respectivos confines. Inició discusiones sobre el empleo, la movilidad del capital financiero y las consecuencias de los planes estructurales patrocinados por el FMI y el Banco Mundial en los 20 años últimos.

Tampoco estuvo ausente la reflexión sobre la democracia, la pérdida de soberanía de los estados nacionales y el comportamiento de las corporaciones y grandes organismos internacionales que no están sujetos a ningún control ciudadano. Este espacio alternativo ha permitido el encuentro de un conjunto de organizaciones que, desbordando los espacios nacionales -como sucedió antes con las protestas en Seattle, Praga y Washington- exhiben una pluralidad de pensamientos e iniciativas que si bien no resultan homogéneos, reclaman, sí, una mayor participación ciudadana y un nuevo consenso, esta vez real y no meramente simbólico, en un proceso que no los tiene en cuenta y los excluye.

Es lo que en un reciente libro compilado por Ann M. Florini, titulado “The Third Force: the rise of trasnational civil society” (1), se da en llamar “la insurgencia de la sociedad civil transnacional”. Esto es, precisamente, el nuevo rol que tienen asignados los ciudadanos organizados en función de intereses particulares -económicos, medioambientales, productivos, de género, etc.- con capacidad para plantear internacionalmente nuevos paradigmas de desarrollo y participación en la toma de decisiones. Lo vivido en Porto Alegre es más que un experimento democrático. Son los destellos de un nuevo estilo de hacer política en forma consensuada y horizontal, por fuera del ámbito donde el afán de lucro menoscaba los programas sociales y medioambientales de un mundo cada vez más enfáticamente regido por la lógica del supermercado. El impacto de la reunión del Foro Social Mundial no pudo haber sido mayor. Prueba de ello fue que el propio George Soros, desde Davos, protagonizó una teleconferencia con participantes de la reunión de Porto Alegre. Tras ella se vio inclinado a señalar una verdad, que aunque de Perogrullo, no deja de ser significativa viniendo de un gurú de la economía contemporánea: “…las reglas de juego internacionales son injustas e impuestas por el centro privilegiado a costa de la situación de la periferia”.


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