Sobre la cama

Voy a hacer una lista. Sobre la cama, en el mismo lugar en el que tipeo estas líneas tengo, a modo de compañía: un libro de Julio Cortázar y Omar Prego Gadea, «La fascinación de las palabras», una traducción del tratado militar «De la guerra» de K. V. Clausewitz, «Página/12» y «Clarín» del domingo, el periódico semanal «Perfil», la «Nacional Geographic» que lleva como título principal: «En busca de la eterna juventud», la revista «Pymes» («Qué conviene producir hoy»), la revista «Luz» («Nicole Neumann: me critican porque soy rubia, inteligente y buena»), el sumario,bajado de internet, del «Magazine» de «The New York Times», y un par de sus artículos: una entrevista de Deborah Solomon a uno de los últimos poetas de la Generación Beat, Lawrence Ferlinghett;y una columna en primera persona que considero un clásico del fin de semana de la sección «Lives». Hay un par de cosas más en mi «cama escritorio», una entrevista de «The Guardian» a la voluptuosa Mónica Bellucci, una tabla de frases cotidianas tomadas del sitio web de la BBC para estudiantes de francés, un par de cuentos en inglés de Haruki Murakami, y, si, creo que eso es todo. Lo demás es pura realidad: almohadas y colchones.

En medio de esta multitud de voces, leo -y ya no puedo decir dónde porque le perdí el rastro al autor- que las construcciones artísticas, los trucos literarios, que la música y tal vez el mismo sexo, son formas de negar la propia finitud. De intentar evadirse de una cita impostergable con la muerte.

Aunque este coro desparejo que he convocado entre los pliegues de mis sábanas sirve también para confirmar que el mundo está hecho de gente valiosa. Que la estupidez no representa la única vía en que los seres humanos poseen para comunicarse unos con otros. ¿Cuánto tiempo más jugaremos a la rayuela en los patios del mundo? ¿Cuántos veranos más broncearán esta piel delicada? ¿Cuántas veces más diremos 'te amo' antes que nuestra última gota de energía se diluya en el espacio? La vida exige la utilización de ciertos analgésicos frente a preguntas tan pueriles como éstas.

No he dejado de pensar en que cada cual es propietario de sus luchas (tal vez por eso estoy leyendo a Clausewitz), y heredero de sus treguas (ta vez por eso leo a Cortázar). Haber nacido humano ya es bastante karma para una sola vida. En un rincón de mi memoria los fantasmas del pasado siguen alimentando una fogata de lenguas negras. No importa. Como tampoco importan las certezas del fin o la existencia o inexistencia de Dios. Para el caso es lo mismo.

Mientras tanto permanece expectante la diversidad del mundo. Un continente de posibilidades, de viajes reales o imaginarios. Un universo de lecturas, de música, de pinturas. Cada una de estas puertas conduce a innumerables laberintos.

Vecinos desproporcionados, leo frases sueltas que me cautivan por su inteligencia o absoluta estupidez. Leo, por ejemplo, a Cortázar que cuenta en una entrevista cómo ejerció en su juventud el raro oficio de traducir cartas para las prostitutas del puerto de Buenos Aires, una actividad que lo llevó a ser «testigo» de un crimen (un envenenamiento mencionado en una carta); luego a Clausewitz -«Si queremos vencer a nuestro adversario tenemos que medir nuestro esfuerzo de acuerdo con su poder de resistencia»-, también a la bella Mónica Bellucci que está filmando en París una película en la que encarna a una prostituta -«Si, para compenetrarme con este papel fui a algunos bares y conversé con varias prostitutas. Es la fantasía de muchas mujeres ser una prostituta al menos una vez en la vida»-; hasta que finalmente, me dejo tentar por la inefable Nicole que ha decidido ¡adoptar un bebé africano! -«Mi razón de ser en este planeta es ayudar a los seres que lo necesiten. Tengo debilidad total por los indefensos, sean animales o niños»-.

Y, estimado Cioran, entrañable Tom Waits, venerado Suzuki, no sé si este pequeño Aleph en pantuflas habla bien o mal de la humanidad.

CLAUDIO ANDRADE

candrade@rionegro.com.ar


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