Cristian Soto conquistó el volcán Lanín en invierno y desafió la noche en un refugio militar

Cuando no es temporada alta, los valientes que se animan a hacer cumbre pueden refugiarse del viento y la nieve en este peculiar lugar sin camas ni calefacción, pero que sin dudas es un salvavidas en medio de la montaña.

Cuando el frío duele en los huesos y el viento blanco complica cada paso en el volcán Lanín, el refugio militar de Infantería de Montaña 26 se convierte en un amparo austero pero esencial. No tiene calefacción, agua, ni cocina. Es apenas una construcción rígida de cemento incrustada en la montaña a 2.315 metros sobre el nivel del mar. Sin embargo, cuando todo allá afuera se vuelve inhóspito, este simple espacio adquiere un valor inconmensurable: el de resguardar la vida a aquellos valientes que buscan hacer cumbre en la montaña más emblemática de la cordillera neuquina.

Cristian Soto tiene 41 años y vive en San Martín de los Andes. Desde hace más de cinco se dedica profesionalmente a lo que le apasiona: la montaña. Es guía, pero no de turismo tradicional. Su título es de Técnico Superior en Actividades de Montaña, una especialización que lo habilita a liderar travesías exigentes, con condiciones muchas veces hostiles, en las cumbres más altas del sur del país. Así es que vive miles de aventuras. La de subir el Lanín y pasar la noche en el refugio militar de Infantería de Montaña 26, merece la pena ser contada.

El Lanín es, para él, una montaña familiar. Lo ha subido muchas veces, en verano e invierno, con grupos grandes y con duplas pequeñas. “Junto con el Domuyo, es una de las montañas más deseadas”, asegura. Y aunque cada ascenso es distinto, hay una experiencia que siempre se vuelve especial: pasar la noche en el refugio militar, a más de 2.300 metros de altura, en plena ladera del volcán.

Cristian Soto es guía de montaña y todos los días emprende una aventura nueva. Foto: Gentileza.

Dormir ahí arriba no es solo una pausa entre el esfuerzo de la subida y el intento de cumbre. Es parte fundamental de la aventura. Aunque sea por unas horas, con el frío, el silencio y la fragilidad. “Lo que te brinda el refugio es un lugar para poder descansar el primer día, comer, dormir y poder intentar la cumbre al segundo día. En la segunda jornada se sube hasta la cumbre y se retorna hasta la base”, cuenta Cristian.

Según contó el guía de montaña, el refugio actual fue construido a mediados de los años 90. Antes, había uno ubicado en otra parte del volcán, pero la zona era peligrosa por la caída de rocas y deslizamientos. El nuevo refugio se instaló en lo que se conoce como el BIM: el sector del Batallón de Infantería de Montaña.

Es una construcción de cemento ubicada a 2300 metros sobre el nivel del mar. Foto: Gentileza.

“Antes también albergaban civiles, pero desde la pandemia en adelante se dejó de brindar ese uso. Ahora lo utilizan solamente las patrullas militares durante la temporada alta, que va de mediados de octubre hasta fin de abril”, explica. Durante esos meses, dos personas, un cabo y un soldado, están a cargo del lugar. Se ocupan tanto del cuidado del refugio como de asistir a las patrullas que intentan hacer cumbre.

Es fuera de ese periodo donde el refugio queda cerrado, pero con la autorización correspondiente se puede pasar la noche. Ahí, donde pareciera que no pasa nada, se vive de todo.

El refugio es básico. No hay camas, ni cocina, ni calefacción. “Está en medio de la montaña y las temperaturas suelen ser muy bajas«, dice Soto. El piso es de cemento, húmedo, frío. Lo único de lo que resguarda es el viento y la nieve. «Cada uno le hace frente a las condiciones con su indumentaria: camperas de pluma, bolsa de dormir, aislante, etcétera”, detalla.

El refugio por dentro. Foto: Gentileza

El espacio interior es reducido. Apenas una antesala con estantes donde se puede apoyar el equipo y derretir nieve, y una habitación única sin divisiones. “Es como un monoambiente chico. Cada uno pone sus cosas en el piso y se acuesta ahí a dormir”, explica. Para cocinar, hay que llevar todo: ollas, calentador, gas, lo que sea necesario.

Una de las tareas centrales durante la estadía es conseguir agua. Como en invierno no hay corrientes, el único modo de hidratarse es derretir nieve. Se trata de una labor excepcional. «Eso es algo muy llamativo para la gente», asegura Soto, el guía que ya está acostumbrado a estas tareas.

Derretir la nieve es una tarea fundamental. Foto: Gentileza.

A veces, en invierno, el ascenso se vuelve mucho más que una caminata en subida. El clima puede cambiar en minutos. El año pasado, Cristian guió a dos montañistas. «Tenían mucha experiencia, en excelente forma física y decidieron desafiar al volcán en condiciones invernales».

Lo lograron, pero no sin un susto: atravesar el sombrero. El famoso sombrero que se le hace al Lanín es una nube que los vientos forman arriba del volcán. Y adentro de esa nube «el clima es bastante áspero». «Los vientos son muy fuertes y generalmente cuando está nevando, o cuando graniza… Apenas podés caminar», relata Soto. Estar dentro del sombrero o lograr salir de él es un desafío.

El refugio, entonces, no solo es un techo. Es también una pausa mental. Una forma de recuperar calor, energía, ánimo. “En invierno es muy frío, mucho viento. Y la verdad es que estar en el refugio te da una sensación de seguridad y de tranquilidad que es necesaria para poder seguir encarando el ascenso”, asegura el guía de montaña.

Adentro reina la oscuridad y el frio. Foto: Gentileza.

Según cuenta el aventurero, la mayoría de los ascensos se realizan en verano porque es la época más estable y con el mejor clima. En cambio, en invierno es una historia diferente. «Es más difícil, más riesgoso. Se necesita más equipamiento, más experiencia. Por más que sea el mismo volcán, cambia completamente y se torna mucho más complicado”, describe.

Por eso, dormir en el refugio militar no es algo que haga todo el mundo. Solo quienes tienen la preparación suficiente acceden a esa travesía. “Es muy especial, muy único«, dice Soto.

Después de tantas subidas, tantos fríos y tantas aventuras, el guía de montaña todavía habla de las noches en el volcán con el mismo entusiasmo que la primera vez. Porque en el fondo, la emoción de estar arriba, en medio de la nada y pasar la noche en este lugar inhóspito, es una experiencia indescriptible.

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    Cuando el frío duele en los huesos y el viento blanco complica cada paso en el volcán Lanín, el refugio militar de Infantería de Montaña 26 se convierte en un amparo austero pero esencial. No tiene calefacción, agua, ni cocina. Es apenas una construcción rígida de cemento incrustada en la montaña a 2.315 metros sobre el nivel del mar. Sin embargo, cuando todo allá afuera se vuelve inhóspito, este simple espacio adquiere un valor inconmensurable: el de resguardar la vida a aquellos valientes que buscan hacer cumbre en la montaña más emblemática de la cordillera neuquina.

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