Raúl Figueroa, de Río Negro al mundo audiovisual: cómo la pasión lo llevó más lejos de lo que imaginó
Desde las calles del barrio Lavalle en Viedma hasta filmar para producciones internacionales, Raúl Figueroa construyó su camino con paciencia, pasión y aprendizaje constante.
Raúl Figueroa nació y creció en el barrio Lavalle, en Viedma. Su historia —esa que empezó entre canchas improvisadas, basureros cercanos y tardes eternas al sol—hoy lo encuentra detrás de cámaras en producciones internacionales, documentales para plataformas globales y grandes shows de artistas como María Becerra. Pero su recorrido no fue lineal: fue un camino de obstáculos, de decisiones difíciles, de golpes emocionales y de una voluntad tan insistente que terminó abriéndole las puertas del mundo.
Raúl se crio frente a una plaza que todavía recuerda como «maravillosa». Ahí jugaba al fútbol con los chicos del barrio; ahí pasaban los veranos sin reloj. Hizo el jardín y la primaria en el mismo barrio, y más tarde cursó el secundario en la ESFA, camino al IDEVI, la escuela agropecuaria que también le abrió horizontes.

La casa de su mamá —mujer sola, trabajadora, sostén de tres hijos— fue un refugio y un lugar marcado por la ausencia obligada: «Ella trabajaba muchísimo y muchas veces me quedaba solo mirando la televisión». Lo dice sin reproches. Lo dice con amor.
A los 7 años empezó a visitar a sus tíos «Mari y Cacho», en el barrio Santa Clara. Iba en bicicleta. Allá todo era distinto: había galletitas, té con leche, televisión e internet, había comodidades que él no tenía en su casa. Con su primo eran inseparables. Iban solos al río, compartían aventuras y, casi sin saberlo, plantaron la semilla de lo que años más tarde sería su pasión por la comunicación.

La radio: el primer escape, el primer despertar
Esa radio, a la que entró por curiosidad a los 15 años, se convirtió en su refugio y su primer espacio de pertenencia fuera del barrio. El dueño vio que prestaba atención y le ofreció aprender. Raúl se quedaba horas mirando cómo se trabajaba.
Las noches en la radio, las publicidades con casetes, los fines de semana interminables ahí adentro fueron su primer entrenamiento audiovisual. Como no tenía internet en casa, iba a los cyber para escuchar radios de Buenos Aires y Europa, estudiar separadores, cortinas, estilos. Todo lo analizaba con una curiosidad que le estallaba por dentro.

Mientras tanto, con su amigo José Luis intentaban musicalizar fiestas caseras. Juntaban tarros de leche del basurero para armar luces de colores y llevaban computadoras y parlantes a donde fuera que los necesitaran.
La primera cámara: un curso, una oportunidad y el primer «techo»
El punto de inflexión llegó gracias a un simple afiche que José Luis encontró: un curso de camarógrafo en una fundación. Aquel curso le abrió una puerta inmediata: lo recomendaron a una productora local donde filmó casamientos, carreras y eventos de todo tipo. Aprendió edición, manejo de cámara, ritmo, uso de equipos y, sin darse cuenta, incorporó un oficio.

Llegó a prensa de Gobierno y para él era lo máximo. Viajaba con el gobernador por todo Río Negro y cubría actividades oficiales. Pero al mismo tiempo vivía un conflicto silencioso: entendía que le faltaba formación técnica y que eso lo hacía sentirse menor en las reuniones, incapaz de hacer preguntas básicas. Ese ruido lo empujó a una decisión inesperada: pedir un traslado a Buenos Aires para estudiar.
Primer intento en Buenos Aires: el sueño que se volvió peso
En Buenos Aires trabajó en Casa de Río Negro como prensa, pero el sueldo no le alcanzaba ni para las expensas. Aceptó alquilarle una habitación a un compañero, pero cuando llegó vio que era el recibidor de la casa, con una cama y un mueble. Ese choque de realidad marcó el inicio de un período muy oscuro.

La ciudad lo desbordaba, el dinero no alcanzaba, la facultad se hacía cuesta arriba y la soledad era insoportable. Se sentía fracasado y resistía solamente para no volver derrotado a Viedma. Tenía 26 años.
En medio de ese caos consiguió una entrevista en una productora. Pensó que podía ser su última oportunidad. Entró, habló cinco minutos de cámaras, pero enseguida se quebró y contó todo lo que le estaba pasando. El dueño lo escuchó y le dijo con firmeza: «Raúl, volvé. Tomá fuerzas y después regresá. No es tu momento». Esas palabras lo desarmaron por completo. Dos semanas después, regresó a Viedma.
El regreso y el renacer: volver a empezar
Volvió devastado. «La gente me decía ‘¿qué pasó, te volviste?’ y me dolía muchísimo». Pensó en dejar la cámara, renunció a prensa, entró a Recursos Humanos. Pero su jefa lo llamó un día: «Raúl, a vos no te gusta esto. Volvé a prensa. Volvé a ser feliz».
Ese gesto le cambió el rumbo. Regresó al área que amaba. Empezó a viajar otra vez por toda la provincia. Lo convocaron a la Jefatura de Policía para el departamento de prensa y trabajó ahí algunos años.
Segundo intento en Buenos Aires: ahora sí, su momento
A los 30 sintió de nuevo el deseo de intentar una vez más su sueño en Buenos Aires. Esta vez tenía contactos, experiencia, madurez. Comenzó como asistente de cámara en una productora. Su primer trabajo fue grabar a Lali Espósito. Desde allí empezó a conocer gente, acumular rodajes, sumar horas, encadenar oportunidades. En ese ambiente también conoció a quien hoy es su esposa, Victoria.
En 2015 volvió a Viedma para trabajar en un casamiento y un productor —Marcelo— lo llamó para filmar una carrera. Se conocieron en el Hotel Austral. Marcelo trabajaba para ESPN.
Después del trabajo, Raúl sintió algo: «Con este tipo voy a viajar».
Tenía razón.
A los dos meses lo llaman para una carrera de running en Nordelta. Al mes lo vuelven a llamar:
—»Raúl, ¿tenés pasaporte? Hacelo. Nos vamos al Giro de Italia».
«Má, no puedo hablar… me estoy yendo a Italia a trabajar»
Hizo el pasaporte y una semana después estaba arriba de un avión. Antes del despegue lo llamó su mamá. Él temblaba: no quería preocuparla, pero tampoco quería ocultarle la noticia. Le dijo rápido: «Má, no puedo hablar… me estoy yendo a Italia a trabajar». Ella lloró. La azafata lloró. El productor lloró. Y Raúl también.
Desde aquel Giro de Italia, su carrera avanzó sin freno. Se sumó a la Vuelta a España, grabó para ESPN Running en distintos países, participó en documentales importantes —incluido uno sobre un futbolista argentino para una plataforma internacional—, filmó videoclips como el de Diego Torres con Edén Muñoz, trabajó en shows masivos como el de Banda 21 o el de Nahuel Pennisi en el Gran Rex y fue parte de numerosas producciones de alto impacto.

En los últimos años sumó uno de sus desafíos más grandes: formar parte del equipo de cámara del nuevo show 360° de María Becerra, donde debe interactuar con la artista en plena escena, moviéndose a la misma velocidad del espectáculo. También grabó la Copa Potrero para el Kun Agüero y suele repetirles a los chicos el mensaje que resume su camino: «Es un proceso largo. No te desesperes. No te comas la ansiedad de querer todo ya. A mí me llevó más de diez años».
La charla TEDx: agradecer, volver a mirar el camino
Cuando preparó su charla TEDx, entendió algo fundamental. Mientras escribía el guion empezó a contactar a todas las personas que alguna vez lo habían ayudado. Les agradeció una por una, como si necesitara revisar su propia historia a través de quienes le habían tendido una mano. Ese gesto —simple, silencioso— terminó revelándole algo que no esperaba: cuando le asignaron a su coach descubrió que era su exjefa de Recursos Humanos, la misma que años atrás lo había animado a volver a prensa y a recuperar el rumbo que él mismo había dejado en pausa. La coincidencia funcionó como una confirmación: su camino nunca fue lineal, pero siempre estuvo acompañado.

Raúl Figueroa es, como él se define, un «albañil de la cámara». Un trabajador incansable del oficio audiovisual. Un rionegrino que salió del barrio Lavalle con una herramienta que primero lo salvó, luego lo formó y finalmente lo llevó al mundo.
Raúl Figueroa nació y creció en el barrio Lavalle, en Viedma. Su historia —esa que empezó entre canchas improvisadas, basureros cercanos y tardes eternas al sol—hoy lo encuentra detrás de cámaras en producciones internacionales, documentales para plataformas globales y grandes shows de artistas como María Becerra. Pero su recorrido no fue lineal: fue un camino de obstáculos, de decisiones difíciles, de golpes emocionales y de una voluntad tan insistente que terminó abriéndole las puertas del mundo.
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