Treinta años después: el largo camino de Dromos, el gimnasio que nació en un Fiat 147 cargado de sueños
Dos amigos cordobeses llegaron a Neuquén sin rumbo ni dinero, vestidos de payasos y con un titiritero en el auto. Tres décadas después, celebran un proyecto que formó a cientos de chicos y creó una comunidad entera alrededor de la educación física.
Hay viajes que empiezan sin mapas, sin certezas, solo con la intuición tenue de que el sur, puede ser hogar. El sábado 4 de marzo de 1995, hace ya treinta años, Darío Griglio y Rodolfo Ludueña cargaron un Fiat 147, trajes de payaso, un titiritero y una cantidad indefinida de sueños. Salieron de Córdoba sin rumbo, tenían contactos en Mendoza, Tierra del Fuego, Neuquén, cualquiera podía ser destino. Pero en La Pampa el auto se negó a arrancar, así que lo empujaron para seguir el viaje y entendieron que lo único seguro era avanzar.
“Dormimos ahí, en La Pampa, sin saber si seguir para Mendoza o bajar al sur”, recuerda Darío, pero eligieron Neuquén. “Nunca me voy a olvidar, llegamos un domingo, a las cuatro de la tarde”. No tenían trabajo, ni casa, ni contactos sólidos; solo uno, apenas un nombre: “Carlitos” Junca, dirigente del Club Pacífico, que los recibió en su casa como quien abre una puerta para que entre una vida nueva.

Ahí empezó la historia de Dromos, aunque todavía no se llamaba así.
Mucho antes del sur, hubo un profesorado en Córdoba y dos estudiantes que no tenían un peso pero sí una urgencia: sostenerse, moverse, vivir. “Nos llamábamos los payasos Firulín y Firulete”, cuenta Darío.
Se vestían con pelucas, pintaban sus caras y animaban cumpleaños. También repartían panfletos en la peatonal para darse los “gustitos” que la vida universitaria no ofrecía. Sus familias los ayudaban, sí, pero ese extra, salir, tomar algo, sentirse parte, lo construían ellos mismos, con narices rojas y una alegría que, vista hoy, se parece mucho a la resistencia.
El primer año del profesorado les alcanzó para comprarse un auto: ese 147 que sería, más adelante, el símbolo de su despegue. En diciembre de 1994 ambos rindieron su última materia juntos, como habían hecho todo: en dúo, en espejo, con compañerismo.
Del 95 al 2004, su casa fue el Club Pacífico. Allí abrieron su primer espacio de EFI (Educación Física Infantil), orientado a chicos de hasta 6 o 7 años. Con los años, esa comunidad creció y los padres comenzaron a pedir algo más para sus hijos. Entonces nació, primero como una ocurrencia, casi como un atrevimiento, el área de destrezas, que más tarde se convertiría en gimnasia artística.

El primer cartel improvisado decía “Destrezas” en letras grandes. Hoy los hace reír, pero en ese momento fue su apuesta más seria. Cuando el ciclo en Pacífico se agotó, encontraron una nueva casa: la Escuela Jean Piaget, donde alquilaron un salón de usos múltiples. Ese lugar sería clave, Darío trabajaba allí por las mañanas; Rodolfo, por la tarde. La escuela era trabajo, pero también refugio, continuidad y pertenencia. “Hace 28 años que estoy en la Escuela Jean Piaget”, dice Darío, como quien confiesa una fidelidad.
A su vez, en 2013, sumaron otro espacio: el gimnasio de la Escuela Nº 2, donde el coordinador Nelson Carmona les abrió la puerta para incorporar actividades. El salón era muy alto y eso trajo consigo una nueva idea: telas acrobáticas, un salto creativo que enriqueció aún más su propuesta.
Como la mayoría de las cosas más importantes, el nombre “Dromos” no nació un día cualquiera. Surgió por necesidad, lo que hacían ya trascendía a la Escuela Jean Piaget, pero legalmente no podían usar ese nombre para un proyecto externo. Buscaron algo que los representara. “Dromos significa camino en griego. Autódromo, hipódromo… viene de ahí, fue perfecto”, dice Darío.

Ahí se consolidó una identidad y también una familia extendida. En 2015, en un predio abierto de la Jean Piaget, nació la Escuelita de Fútbol Dromos, a cargo del profesor Leandro Sánchez, pieza clave del crecimiento. Y en el gimnasio de la escuela 2 daban tela acrobática.
La pandemia, el freno impensado y el impulso final. El 2020 fue un golpe, nada de clases presenciales, nada de gimnasios escolares, nada de lo que sabían hacer. Todo el año trabajaron por Zoom y esa resistencia, la pantalla, la improvisación, la reinvención, fue también el origen de un salto que cambiaría para siempre la vida del proyecto.
En 2021 alquilaron un local grande en Juan B. Justo 426. Nacía así la sede propia de Dromos, sólida, amplia, definitiva. Ese mismo año sumaron otra actividad que marcaría una nueva etapa, la colonia de verano en el Club Santafesino. El club vio su potencial y les pidió expandir la propuesta: EFI, gimnasia artística, fútbol y también clases de funcional para adultos: mientras los hijos hacían actividad, los padres entrenaban en el mismo espacio, una simbiosis perfecta. La comunidad seguía multiplicándose.

Entre ambos espacios, hoy sostienen entre 600 y 700 alumnos, desde los más chiquitos hasta adultos, entre fútbol, telas, gimnasia artística, EFI y funcional. “Nosotros siempre intentamos ser lo más inclusivos posible”, arrancan, como si esa idea fuera la columna vertebral de todo lo que construyeron. Durante años compitieron en torneos nacionales y provinciales; Rodolfo incluso presidió varias veces la Federación de Gimnasia Artística. Chicos del club ganaron provinciales, viajaron a competencias nacionales y volvieron con medallas, diplomas y anécdotas que aún circulan entre los mayores.
En treinta años podrían haber armado vitrinas enteras de premios, pero eligieron otra cosa. “Nosotros premiamos a todos. Nunca ponemos en la página quién salió campeón. Todos los chicos tienen algo positivo”, dice Darío. Esa es la piedra angular, inclusión, humanidad, mirada individual de cada niño y les valió algunos diplomas de Unseco.

Pero cuando hablan de orgullo, no nombran podios, nombran personas. Por ese enfoque recibieron diplomas y reconocimientos, pero lo valorado, de verdad, está en otro lado: “La calidad humana de los profes”, repiten, ese es su legado más fuerte.
Tres décadas después: fiesta, memoria y una emoción que se desborda
Hoy celebran los 30 años de Dromos. Llegan exalumnos, familias, profesores, amigos de toda la vida y también muchos de Córdoba, esa Córdoba que los vio salir con un 147 cansado, un titiritero y trajes de payaso que parecían un chiste privado, «con una mano atrás y otra adelante».
Las vidas se replicaron, Rodolfo tiene tres hijas, las tres profesoras de educación física. Darío tiene tres hijos; dos de ellos también eligieron la docencia. Una muestra que las pasiones verdaderas contagian, son ejemplo.

Y hoy, en el día de la fista, la historia entera pueda resumirse en esta imagen de dos jóvenes que llegan a una ciudad que no conocen, con un auto que se apaga, sin futuro garantizado y treinta años después, rodeados de cientos de chicos, un equipo enorme de profes y familias completas que los abrazan, celebran que todo valió la pena.
“Elegimos la educación física, y si volviéramos a nacer, haríamos exactamente lo mismo. No podemos contar la cantidad de niños y familias que pasaron en estos año”, dice Darío y no quedan dudas, ese 147 viejo, empujado en La Pampa, abrió un camino, un «dromos», el primero de todos.
Hay viajes que empiezan sin mapas, sin certezas, solo con la intuición tenue de que el sur, puede ser hogar. El sábado 4 de marzo de 1995, hace ya treinta años, Darío Griglio y Rodolfo Ludueña cargaron un Fiat 147, trajes de payaso, un titiritero y una cantidad indefinida de sueños. Salieron de Córdoba sin rumbo, tenían contactos en Mendoza, Tierra del Fuego, Neuquén, cualquiera podía ser destino. Pero en La Pampa el auto se negó a arrancar, así que lo empujaron para seguir el viaje y entendieron que lo único seguro era avanzar.
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