Diego y su reencuentro con el Lanín, tras un viaje de San Martín de los Andes hasta Alaska que duró 6 años

Recorrió pueblos y comunidades de toda América en su moto. Culturas, tradiciones y personajes fueron documentados con su cámara. Extrañaba el volcán neuquino, el lugar que más quiere y en el que se formó como guardaparque y guía de montaña.  

El fin de la aventura tenía que ser con una foto en el Lanín. No era posible otra alternativa en la mente de Diego Saad, que unió en un viaje en moto San Martín de los Andes con Alaska. La región del volcán con sus araucarias le representa su segunda casa. Allí trabajó como guardaparque y guía de montaña; cerca del símbolo neuquino aprendió a vivir en soledad y de acuerdo a los ritmos de la naturaleza.

“El Lanín debía ser el que me diera la bienvenida después de estos seis años girando en la moto. Además, lo necesitaba ver como señal de buen augurio para el futuro”, le señaló a este diario hace un par de días, al cerrar un viaje por toda América en el que recorrió 100.000 kilómetros .

Durante su excursión -que lo obligó a parar dos años en México por la pandemia-, Diego registró con su cámara de fotos, una Gopro y un dron pequeño, imágenes y videos de las culturas y tradiciones de los países andinos. RIO NEGRO ya lo reflejó en una nota publicada el 3 de julio del año pasado, cuando con su Kawasaki KLR 650 llegó a Anchorage, Alaska.

Su objetivo fue “ir en busca de tradiciones, rituales y ceremonias que las comunidades andinas realizan en forma auténtica, no para la cámara. Cosas que la gente hace y tienen que ver con lo espiritual”.


El video del viaje por América que hizo Diego

Para lograrlo necesitó abrirse de los caminos más transitados y recorrer pueblos y parajes. Así fue como encontró personajes singulares con los que trabó amistad. Gente que por solo entender el sentido de su viaje le abría las puertas. Uno entre tantos fue el “Gringo Blanco”, un motoquero de un pueblo del norte canadiense, quien le dio cama en su casa cuando arreciba una nevada.(Ver recuadro)

“Viajar siempre es acomodarte y seguir. Cuando volvés a casa llega la reflexión. Ahí recién te das cuenta de todo lo que aprendiste”.

Diego Saad

La intención de volver a entrevistar a Diego ahora es otra: conocer sus vivencias, cómo procesó y trata de asimilar la inmensa carga de lo vivido.


En moto de Alaska al Lanín: «acomodarse y seguir»


Y Diego da sus explicaciones. Lo primero que suelta a este diario es una definición de lo que para él significa viajar: “El viaje siempre es acomodarte para seguir. La reflexión se da recién cuando llegás a casa. Ahí podés ver todo lo que aprendiste”.

El Capitán es un monolito granítico con una pared vertical de unos 914m. Se encuentra en el Estado de California, Estados Unidos, en el parque nacional Yosemite. Una de las tantas paradas rumbo a Alaska. La Kawasaki también muestra lo suyo: equipaje escaso, algo de ropa, una parrilla, una carpa. Todo bien atado y en maletas.  (@por.la.carretera)

La carga emocional que llevó Diego durante el recorrido fue muy grande. “En el momento no te das cuenta porque estás mentalizado en que hay que seguir, canalizás eso de otra manera. Después, cuando parás, te acordás de todo el mundo. Y aparece la responsabilidad de tener que hacerte cargo de esos afectos y emociones, porque a los que te quieren les pasa lo mismo, solo que ellos se acuerdan de una sola persona y vos de más de 200”.

El motoquero considera que en un viaje en soledad “te volvés más sensible a todo, desde lo afectivo, emocional y económico. Porque el bolsillo y el corazón aprietan. Al estar lejos, el recuerdo también aprieta”.


Así fue el viaje de ida



Las enseñanzas del viaje a Alaska


Cuando se le preguntó cuál fue la enseñanza que le dejó esta aventura, respondió que al exponerse al desafió potenció valores que tenía pero que no los desarrollaba a pleno. “Son esos que te brindan las experiencias compartidas con nuevas personas”. Y los enumeró: “humildad, lealtad, valentía, fuerza interior y hacerle caso a la intuición”.

En el altiplano de Perú y Bolivia, el ex guardarque visitó a distintas comunidades que conservan sus
tradiciones y ceremonias comunitarias. (@por.la.carretera)

Al viaje americano lo dividió en dos etapas. Una cuando fue subiendo hacia Alaska, en la que no medía el tiempo. Paraba “donde daba, tocaba, donde me gustaba”. En otras oportunidades se detuvo por necesidad y trabajo, para costearse el viaje. O por miedo: narcotraficantes lo abordaron con sus camionetas en el desierto de Sonora. No entendían que hacía ahí y le pedían que entregara “el producto”. Hasta que entendieron que solo se trataba de un manso aventurero.

Las secuoyas rojas o de California, los árboles más altos del mundo. Otro de los paseos con gusto que dio Diego en su extenso recorrido.  (@por.la.carretera)

El viaje de regreso lo vivió como un proceso más personal, “conectando más conmigo, rumiando, mirando a futuro para ver con qué seguiré ahora”.

Por estas horas, tumbado en un sillón del living de su casa en San Martín de los Andes, recuerda los gestos de cariño y afecto de las personas que cruzó en su camino. Cada tanto y para reconectar, sale de paseo con “la Kawa”. Enfila hacia el Lanín, el paisaje que más le gusta y significa.


Algunos personajes pintorescos que le dieron albergue


Encontrar un hueco en el patio de algún vecino, pedir permiso para armar la carpa y hacer noche. Esa es una necesidad primordial del viajero en moto, su consigna es parar donde sea, donde toque. Fue así que Diego Saad conoció y trabó amistad con lugareños, gente sencilla que le abrió sus puertas aunque nada supieran de él.

Las que siguen son historias que vivió durante el viaje con personajes singulares:

-Dan, el “Gringo Blanco”: Diego circulaba en invierno por el norte de Canadá, rumbo a Alaska. Nevaba mucho, se hacia de noche y necesitaba un lugar para armar la carpa. Entró al pequeño pueblo de Watson Lake y giró por las afueras para dar con una casa con patio. Dos hombres sentados en una vereda y charlando, tomando cerveza y con dos motos estacionadas, despertaron su curiosidad. “Cuando los vi me dije: éste es el lugar”, explicó Diego.

Dan y sus máquinas lustrosas, en su casa Watson Lake (Canadá), donde trabó amistad
con el viajero patagónico.  (@por.la.carretera)

Tras los saludos les contó su historia viajera y ellos le hicieron saber que era un honor recibir a alguien que estaba haciendo “semejante locura”.

Dan indicó que “nada de carpa” y le dio techo y cama en su casa. Esa noche hubo brindis por la nueva confraternidad. Al día siguiente Diego seguiría viaje hacia Alaska. Antes de partir prometió volver a pasar. Y cuatro meses más tarde, ya en viaje de regreso, cumplió y se quedó cuatro días. “Dan se dio cuenta de lo que él significaba para mí, al retribuirle con el regreso por haberme dado espacio en su casa sencilla”, reflexionó el motoquero. “A veces la gente se siente desvalorizada porque la vida que llevan es dura. Y la presencia de un externo que se muestra dispuesto a compartir con ellos es motivo de orgullo”, completó.

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-Rosa Parra y familia, de Panamá: el mal clima detuvo la marcha de regreso del motoquero en el Tapón del Darién, la región más intransitable y peligrosa del continente (que corta en dos la ruta Panamericana) Es que el cruce de Panamá a Colombia no tiene conexión terrestre y se debe hacer por lanchas.

De nuevo a circular en busca de un patio para armar carpa hasta que mejore el clima. En esta oportunidad, Diego vio a una señora mayor y a su hija sentadas en unas hamacas. Vuelta a preguntar, permiso concedido y lo que siguió fue un mes de campamentista en lo de Rosa Parra. Fue el tiempo que pasó hasta que volvieron a funcionar los cruces en lanchas.

El motoquero junto a Rosa Parra y su hija en Panamá. Estuvo detenido en el Tapón del Darién durante un mes, hasta que mejoró el clima y pudo seguir viaje.  (@por.la.carretera)

“Todos los días mirábamos el mar con Rosa”, dice Diego, a la espera de que el clima se compusiera. Pero nada. El arreglo por “uso del espacio” fue que él acercaba la comida. Rosa cocinaba y compartían almuerzo y cena.

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Diego tenía un compromiso con Eustacia y Eugenio que viven en la Puna. Volvió a la casa de los crianceros de llamas que le habían dado una mano en un viaje anterior.  (@por.la.carretera)

– Eustacia y Eugenio, paraje Puesto Sey, Jujuy: La pareja cría llamas y vive en un lugar desolado de la puna, en una casa de barro con techo de paja. Por allí había pasado Diego en un viaje anterior, en 2012, cuando tuvo un problema con su moto y se quedó a repararla. Los fierros se arreglaron y el motoquero no olvidó el cariño recibido. En la ruta hacia Alaska, el rancho de Eustacia y Eugenio fue parada obligatoria. “Ahí sentí que iniciaba mi viaje, el cruce de la frontera Argentina, después de reencontrarme con ellos”, señaló Saad.

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– Willo, el mecánico de las aves: los 100.000 kilómetros que recorrió en su Kawasaki KLR 650 lo obligaron a visitar y conocer muchos mecánicos. Por encima de todos, Diego ubicó al colombiano Willo, con su taller en la ciudad de Armenia.

Willo en su taller de Armenia (Colombia), recibe un obsequio de Diego, en agradecimiento por una reparación que le hizo
a la Kawasaki.  (@por.la.carretera)

“Nunca vi a nadie tan detallista y minucioso, todo el día dentro del taller, pero además, un filósofo de la vida”. Los dos mantenían largas charlas sobre “lo que sea”, mientras Diego esperaba su turno. Sin embargo, más allá de las dotes profesionales de Willo, Diego le elogió la conexión que lograba con las aves. “No sé cómo pero los pájaros venían siempre hacia él. Les hablaba y les daba de comer a loros, palomas y un gallo colorido, su mascota preferida. Parecía que se comprendían con un lenguaje desconocido para nosotros”.


Prepara un documental


Todo el material audiovisual que Diego Saad registró en su viaje por pueblos americanos está en proceso. Su objetivo es realizar un documental para dejar registro de ls culturas andinas. Algunas imágenes se pueden ver en su cuenta de Instagram @por.la.carretera


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