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El muelle de San Antonio y su playa de gente feliz: chapuzones, paseos y pescado recién salido

Tenés que conocer este lugar distinto. Si amás los paisajes y los sabores marinos vas a entusiarmarte con todo lo que podés recorrer y degustar, a sólo 15 km de Las Grutas

Hace mucho calor, y el aire está cargado del perfume del mar. Pero no es esa mezcla de arena seca, salitre y restos de bronceador que nos golpea en la cara cuándo nos acercamos a la mayoría de las playas.

Es un olor distinto, que nos penetra hasta el fondo de los pulmones. Y, al respirarlo, va profundizando sus esencias…hay un dejo de arcilla y del verdor de la humedad que motea las piedras. Está el aroma ligero de los peces brillantes, recién salidos. Hay herrumbre y hay sal, de ésa que nos impregna de sólo rozar el aire, y que sentimos en la punta de la lengua al mojarnos los labios, mientras vamos al agua.

Así huele la costa del muelle de San Antonio Oeste, a sólo 15 km de Las Grutas. Y es tan distinto este paisaje, dónde el agua es trabajo pero también es juego, que enseguida dan ganas de seguir a esos chicos que corren a la orilla y chapotean felices, nadando en el mar calmo, mientras un barco se recorta a lo lejos.

-Todos disfrutando del mar y un barco a la distancia. Así son las playas del muelle de San Antonio-

Esos barquitos, que son muchos, también son una tentación. Porque para el que llega de zonas donde el asfalto manda mirarlos es toda una experiencia. Es sentirse más cerca de la actividad del muelle, mientras que los barcitos de comidas al paso permitirán que, directamente, te lleves puestos esos sabores que, un rato antes, vinieron encerrados en los cajones negros que ahora descargan los que están en cubierta. De ese mar a la mesa, y de ahí hasta tu boca que, como el último eslabón de la cadena, saboreará gustosa la pesca del día.

“La gente se enloquece con la frescura de todo lo que tenemos. Viene de lugares donde comer pescado es descongelar algo sin gusto, que se desmenuza al cocinar.  Acá nada que ver. Le van a hincar el diente a la empanada de pescado más rica que jamás comieron” se enorgullece Adrián, mientras acerca un plato que ofrece un mix de cosas tentadoras.

Agua en calma, cielo inmenso y la paz de conectar con un paisaje distinto

El hombre es alto y grandote, y tiene una teatralidad que invita a la charla. Por eso cuándo dice ‘acá nada que ver’, sin soltar la bandeja señala la hilera plateada de los peces que le trajeron recién, que esperan convertirse, enseguida, en algún manjar de los que presume con gracia.

Dejarlo hablar es descubrir con él la esencia de este paisaje, dónde todo tiene nombre y se siente más cerca.

-Adrián (de gorra) y su banda. Su tía y sus primos cocinan, mientras que su hija Martina trabaja de moza-

“Esta es nuestra ‘marea’, un brazo de mar que entra en el pueblo y al que desde siempre le dijimos así. Yo potreaba de chico en estas playas, y ahora, a los que vienen a conocer, les cuento lo lindo que es para mí” se emociona, mientras sigue a lo lejos el vaivén de las olas.

“El muelle se llama Heleno Arcángel, como dice el cartel. Y son nuestros vecinos los que pescan y venden” continúa, atento como un guía de turismo.

-Los barcos apoyados en la arena atraen. Cuando el mar sube vuelven a hamacarse entre las olas-

Las mesas y las sillas de su puesto, que se llama ‘Doña Rosa’, son sencillas y cómodas. Hay sombra y un viento fresco que viene del agua, que parece abrirte aún más el apetito, mientras el comerciante sigue, ofreciendo delicias.

“¡No hay que perderse los langostinos, eh!” …avisa, mientras los hace rodar en rebozador, y desde allí directo al aceite caliente. “¿Y este pez gallo que llegó recién? – sigue, inspirado- Es de los que vienen tan buenos que en algunos restaurantes de Las Grutas te lo venden como abadejo” se ríe, con picardía.

Alejarse del sitio que atiende junto a su familia es despedirse de amigos, aunque fueran desconocidos hasta hace un rato. Pero el paisaje llama, y hay que caminar.

Las letras corpóreas que dicen “San Antonio” nos vuelven a situar en tiempo y en espacio, pero al dar unos pasos otra vez el pasado nos atrapa. Es que las casas de chapa y de madera, tan típicas de la arquitectura ferroviaria, nos llevan a esas épocas que musicalizaba el silbato del tren.

San Antonio Oeste y su esencia. Un pueblo pesquero, que vive y ama su mar

Ahora, los sonidos son otros. Están las voces de los chicos, que ríen y dan gritos al meterse de un chapuzón al agua…el crujir de la herrumbre que nos llega del muelle y el canto de los pájaros, que buscan sombra en esa hilera de árboles que miran, en silencio, la felicidad que devuelve la costa.

Bañarse en este mar también es diferente. Acá en lugar de restinga, ese piso de roca que, en Las Grutas, hace las veces de lecho marino, hay un suelo mullido y barroso que es una delicia para los pies, que se hunden a medida que vas metiéndote.

Cuando el agua se aquieta, en ese fondo brillan los restos de conchillas, las piedritas redondas que parecen caramelos de leche y esas blancas y lisas, como trozos de luna.

También, en algunos puntos, se ven cangrejos anaranjados o color bordó, que los nenes persiguen, siguiéndoles el paso. “A ver si camina para atrás…” se pregunta uno, que, con las piernas flacas veteadas de sal, decidió dedicarle la tarde a esa inspección.

Pero es tiempo de zambullirse, porque el sol ‘pica’ bastante.  Y el agua, además, está bien arriba, llenando de frescura esa playa en la que, tanto los que trabajan como los que juegan, parecen ser la gente más feliz.

En fín…una postal distinta, que es casi imprescindible visitar y descubrir.

Para tener en cuenta

-Alrededor del muelle “Heleno Arcángel” hay una sucesión de puestos en los que ofrecen artesanías en caracoles y los mejores pescados y mariscos.

-Los puestos de comida son “Susymar”, “El tiburón”, “Doña Rosa” y este año se sumó “Don Mario”. Todos se caracterizan por lo rico, fresco y barato. Elaboran con pescados obtenidos ‘a pie de barco’ y mariscos ‘a pie de lancha’, por esos sus sabores son inigualables.

– En el puesto gastronómico “Doña Rosa”, que lidera Adrián Rubio y su familia, se consigue pescado a la plancha (merluza o pez gallo) con papas fritas o ensalada por $7000. Las cholgas al ajillo están a $9.000 la porción, y los bastones de pescado $7000. Las empanadas de pescado (llevan merluza, cazón, salmón y pez gallo) están a $8000 la docena y $4000 la media

-Adrián, mostrando orgulloso sus platos. Todo fresco y riquísimo-

-Las rabas salen $9000 la porción o $8000 el conito.

-Un imperdible es la tabla de pescados y mariscos. La porción es abundante- comen 3 y pican 4- Sale $16.000 e incluye empanaditas, langostinos rebozados, bastoncitos de merluza, rabas, mariscos al ajillo y papas fritas. Un lujo.

-El puesto gastronómico de Adrián se llama “Doña Rosa” en honor a su abuela. Los que cocinan son su tía Graciela y su primo Juan, mientras que su hija Martina es moza y ayudante de cocina.


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