¿Sólo para la foto?

Si lo que tenían en mente quienes firmaron el pacto sólo era impresionar al FMI, es de prever que el acuerdo comparta el destino de tantos otros.

Al prolongarse las negociaciones con los gobernadores provinciales, el presidente Eduardo Duhalde y el ministro de Economía, Jorge Remes Lenicov, insistían en que a menos que se alcanzara pronto un arreglo satisfactorio, el gobierno nacional se vería gravemente debilitado y la posibilidad de que el FMI lo ayudara se reduciría al mínimo. Tan fuerte era su voluntad de llegar a un acuerdo, que finalmente aceptaron ceder a las provincias el 30% del impuesto al cheque y darles un seguro de cambio para sus deudas con entidades internacionales. Como contrapartida, los gobernadores se comprometieron a reducir los déficit de sus distritos un 60% este año, en vez del 80% propuesto por el gobierno. Si bien en última instancia la viabilidad de este «pacto» dependerá de la evolución de la economía nacional, de suerte que de producirse una mejora imprevista en los meses próximos se disiparían muchas dudas en cuanto al valor auténtico del documento que fue firmado por los mandatarios provinciales, el que los negociadores hayan prestado más atención a los eventuales réditos propagandísticos que a su impacto económico no es exactamente alentador. Al fin y al cabo, antes de que el país llegara a su situación actual, distintos gobiernos nacionales y provinciales formalizaron una serie de acuerdos supuestamente definitivos que no tardaron en desvirtuarse, porque nadie se preocupó por respetarlos. Si lo que tenían en mente los responsables del pacto que vio la luz la noche del miércoles sólo era impresionar al FMI y dar un poco de oxígeno al gobierno de Duhalde, es de prever que comparta el destino de tantos otros.

Si bien nadie negaría que la opinión del FMI y la autoridad del gobierno constituyen factores sumamente importantes, también es forzoso tomar en cuenta el futuro de la economía nacional que, por cierto, no será más promisorio si lo que más motivaban a los que firmaron el acuerdo era el deseo de salvar las apariencias. A menos que los gobernadores estén dispuestos a aplicar al pie de la letra todas las medidas que sean necesarias para asegurar que sus gastos dejen de imposibilitar el saneamiento de las finanzas nacionales, la eventual aprobación del arreglo por parte de los técnicos fondomonetaristas y el alivio pasajero que acaban de recibir Duhalde y Remes Lenicov no servirán para nada. En varias ocasiones en el curso de su gestión, el ex presidente Fernando de la Rúa y sus sucesivos ministros de Economía pudieron alardear del aval, que a veces llegó respaldado por sumas cuantiosas de dinero, del FMI, aporte que no vacilaron en agregar a su capital político como si fuera positivo que el país tuviera que pedir el apoyo del organismo, pero puesto que las medidas que habían prometido instrumentar no se materializaron como se habían previsto, los beneficios fueron efímeros y la caída de nuestra economía seguía sin frenarse hasta que se produjeron el default, la corrida bancaria y una devaluación que a nadie se le ocurriría calificar de prolija. Es de esperar que el pacto con el que Duhalde cree haber salvado su gestión resulte ser menos precario que la mayoría de los acuerdos de este tipo: si no es así, «los mercados» se encargarán de fijar los límites a los gastos provinciales.

¿Están sinceramente resueltos los gobernadores a reducir sus déficit un 60% en lo que queda del año? En muchos casos -no en todos-, las dificultades que tendrán que enfrentar son enormes. Entre otras cosas, se verán obligados a desmantelar los costosos aparatos clientelistas que están en la base de su propio poder político, lo cual afectaría cruelmente a muchísimas personas que se han acostumbrado a un sistema que si bien es intrínsecamente maligno es el único que conocen. Aunque parece indiscutible que, por ser cuestión de una modalidad política, social y económicamente arcaica que jamás podrá adaptarse a las condiciones actuales, es urgente dejarla atrás, la transición no podrá sino ser extremadamente penosa -sobre todo para los que si bien han sido magros los beneficios que les ha supuesto el orden populista tradicional no están en condiciones de mantenerse a flote en el de todos modos deprimido sector privado-, sin que haya ninguna garantía de que resulte exitosa.


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