Stiglitz, Por Andrés J. Kaczorkiewicz10-01-04

Físicamente aparenta ser cualquier vecino de barrio de clase media. Nadie diría que es el estudioso más importante de la última década del siglo XX. Y mucho menos del área económica, esa misma que uniforma a sus protagonistas con trajes caros, producción de imagen y aires de excelencia humana.

El hombre fue ganador del Premio Nobel 2001 por las investigaciones sobre asimetría en la información y los mercados incompletos. El mismo Stiglitz traduce el concepto tecnológico al idioma común cuando afirma que «algunas personas conocen más que otras». Se está refiriendo, por supuesto, a quienes tienen toda la chance de influir sobre el precio de bienes y servicios. La academia sueca, al momento de la distinción, dijo del economista galardonado que demostró cómo el comportamiento de la información imperfecta puede suministrar la clave para entender muchos fenómenos observables, tales como el desempleo y el racionamiento del crédito. Pero él mismo recapacita sobre el rol de la disciplina económica como instrumento válido para resolver brechas. Especialmente en materia de mejoramiento en las condiciones de vida de la gente, centrando el accionar en las diferencias entre quienes tienen y los que carecen. «Nuestro sistema global está caracterizado por demasiadas inequidades», asegura, e inmediatamente completa el razonamiento: «Cada vez es más importante el intento para remediar esas inequidades». El mensaje está dirigido, inequívocamente, a quienes generan y orientan el conocimiento económico.

Hasta ahora, sólo un discurso atractivo al oído de la mayoría de los mortales. Claro, falta el detalle: el personaje fue jefe de asesores económicos del presidente Clinton y luego economista jefe y vicepresidente del Banco Mundial. Y desde allí bombardeó al Fondo Monetario Internacional, criticó la desprotección frente a la globalización y enfrentó ideológicamente al Consenso de Washington. Finalmente renunció y se volvió a su reducto académico en la Escuela de Economía de la Columbia University. En otras palabras: promovió sus ideas, mantuvo la coherencia y actuó en consecuencia. Pero -por sobre todo- oportunamente. No después, cuando los resultados demostraban los estragos del mundo unipolar, concentrado y hegemónico.

Estuvo en Buenos Aires el 11 de diciembre del año pasado. Invitado por la Escuela de Negocios de la Universidad Torcuato Di Tella, fue la estrella del Primer Taller Latinoamericano de Finanzas. Resultó un verdadero placer asistir al mismo y escucharlo. Básicamente por el lenguaje simple, directo, profundo y entendible. Se nota que los eufemismos no concuerdan con su personalidad y estilo.

El tema que se trataba en la ocasión era el sistema financiero, sus fortalezas y debilidades. Frente a un panel paradójica y supuestamente protagonista durante la dupla Menem-Cavallo, al menos por las instituciones que representan (Guillermo Calvo, del BID; Ricardo French Davies, de la CEPAL; Augusto de la Torre, del Banco Mundial y Javier González Fraga, ex presidente del Banco Central), Joseph Stiglitz trazó el límite. Les dijo en la cara que el Estado debía mantener la banca de fomento y desarrollo. Lo curioso del asunto es que fueron los organismos multilaterales los que presionaron por la privatización de muchas de estas instituciones y casi se llevan puesto al mismísimo Banco Nación. El asombro fue absoluto cuando declaró que uno de cada cuatro dólares que se prestan en los Estados Unidos (el modelo a imitar mientras reinaba el menemismo) proviene del Estado y que está dirigido a pequeñas empresas. Aquellas a las cuales el sector privado no les ofrece financiamiento. Y terminó profundizando la cuestión de la necesidad de regular el segmento bancario: «El monitoreo de los bancos es un bien público», sentenció.

Y allí apareció la claque, ésa que festeja y aplaude al ganador. Fueron los mismos panelistas quienes callaron durante los '90, que certificaron la convertibilidad (aunque como buenos economistas eran conscientes de la utopía) y específicamente miraron de reojo cuando se estaba preparando el caldo de la peor crisis financiera, económica y social de toda la historia argentina. Curiosamente frente al indiscutido científico, a la hora de ejercer su rol de opinión en la mesa redonda, desembucharon el mejor alegato compatible con la «onda progre», pero -por supuesto- después del diluvio. Se escuchó hablar de la década perdida, de la irresponsabilidad administrativa y de la falta de transparencia en los manejos genéricos de la política pasada (faltó agregar con acento riojano). Hasta se puso en duda la idoneidad y capacidad técnica de la gestión: «Imposible tomar decisiones financieras serias con conducciones políticas poco serias». El comentario venía de parte de un camarada en doctrina del ex ministro Cavallo.

A todo esto el bueno de Stiglitz, un ícono de la transgresión del pensamiento dominante, el intrépido que se animó a rescatar de la satanización los programas de gobierno a los efectos de regular la economía, el mismo que asegura que los mercados conducidos por la «mano invisible de la eficacia económica» producen demasiada contaminación atmosférica y poco en inversiones para la educación, salud y ciencias, reflexionaba. Seguramente sobre la futilidad de actos y actores…

 

(*) Director del Instituto Patagónico de Investigaciones Productivas.

dr-k@zapala.com.ar


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