Terminar quinto año en aislamiento

Muchos dan por perdidos todos los rituales que tienen al terminar el secundario, pero no descartan reinventarlos para despedirse de sus compañeros. Otros empezaron a estudiar porque no quieren llegar en desventaja a la universidad. Algunos, en cambio, debieron empezar a trabajar o ayudar en la casa.

La incertidumbre y el cambio de rutinas provocadas por la pandemia del coronavirus, que obligó a la cuarentena, claramente pasa factura al estado de ánimo de los adolescentes de quinto año del secundario.


Se preparaban en 2020 para dar el salto a la educación superior, ingresar al mundo laboral o poner una bisagra en sus vidas, pero aún no se ve luz al final de túnel.

El distanciamiento social, como medida para disminuir la propagación, se presenta como algo muy costoso emocionalmente para este grupo, ya que los hace sentir desconectados de sus amigos.


Muchos también le hacen frente a grandes desilusiones como las cancelaciones o aplazamientos de graduaciones, las bajadas, temporadas deportivas, visitas a las universidades y otras actividades planeadas por largo tiempo.


“La despedida del secundario será inolvidable, con cosas buenas y malas”, sostiene Zoe Estigarribia, quien cree que el año que viene no volverá a ver a sus compañeros del Colegio 18.

Su amiga Nadine Rebelles, de la agrotécnica ESFA, coincide. La pandemia y el paso por el quinto año, hasta ahora, “han sido impactantes”, asevera. Para ella, una particularidad: alcanzó a subir al colectivo que la trasladó a la zona de chacras donde funciona la escuela, apenas dos veces y es todo lo que pudo compartir con sus compañeros.

Se muestran cautelosas, y a la vez preocupadas con las proyecciones tomando en cuenta que, quizá, tendrían menos de cuatro meses de curso.
Para Zoe, el escenario es “complejo” pero como pretende estudiar Ciencias Políticas “estoy empezando a estudiar para tener el hábito de lectura desde ahora porque sé que habrá complicaciones, y como no tengo las herramientas, hace que tenga que prepararme mucho antes”.

“Pienso que capaz tendremos clases hasta mitad del año que viene, por eso habría que bajar línea porque hay mucha incertidumbre”.

Camila López, estudiante del último
año, ESRN N° 8


Sobre el mismo punto, Nadine exhibe incertidumbre diciendo que no sabe qué ocurrirá el año próximo, si podrá inscribirse en la universidad o si en 2021 todavía estará en el secundario.


Camila López de la ESRN N° 8 entiende que en este momento el sistema educativa y la comunidad en general “se toma muy a la ligera” como “si no les importara el quinto año”.


A su entender, esta etapa de la vida adolescente “cuenta con un montón de cosas importantes” pues “la presentación de camperas, la semana del Estudiante que no tendremos y el egreso, marcan”.


En su colegio, como costumbre en muchos de ellos, ese momento emblemático de presentación de camperas con bailes, era significativo. Con esfuerzo las adquirieron en febrero, y como la ceremonia se pasó de fecha, Camila y sus compañeros decidieron usarla en forma habitual.


Más allá de esos hitos que generan momentos de alegría para los jóvenes, Camila se muestra inquieta por su futuro inmediato.


“Quiero que (la pandemia) termine rápido para empezar la universidad (anhela estudiar Abogacía) y me levanto un día, y pienso que a lo mejor tendremos clases hasta mitad del año que viene, me veo rindiendo en febrero, por lo tanto habría que bajar línea porque hay mucha incertidumbre”.


Tiene conceptos firmes sobre qué está faltando. “Yo no dudo de aprobar materias porque los trabajos los hago y entrego… sí (duda) de aprender, porque voy a estudiar abogacía y Ciencias Sociales me serviría un montón porque siento que no estoy aprendiendo nada, y tendremos un ciclo introductorio (en la universidad) que contiene cosas importantes del secundario”.


Las adolescentes también notan faltas desde el punto de vista afectivo. Por caso, Zoe entiende que “pudo haber más comunicación con nuestros profesores, si nos hizo difícil incentivarnos, y poder pensar que esto no es para siempre y que podemos seguir proyectando cosas para el año que viene”.


La posibilidad de que no se pueda organizar la “bajada” a Nadine la pone triste. Para ella “era darle cierre final porque deberíamos compartir con nuestros familiares la despedida como compañeros”. No obstante, mantiene altivo el espíritu: “Igual, nos encontraremos para hacer una despedida grupal”.

Una escuela que debe contener realidades sociales diferenciadas

La ESRN 80 es un secundario con ciertas particularidades. Está situada en el coqueto barrio Don Bosco, y en este caso la matrícula de beneficiarios de la educación pública está compuesta por jóvenes de complejos habitacionales aledaños, con otras expectativas.


“Aquí, contamos con otras prioridades –cuenta su directora, Andrea Niles– porque hay muchos con vulnerabilidad social a los que asistimos con módulos alimentarios, alguno trabajan por la crisis que provocó la pandemia, y otros cuidan hermanos”.


Desde esa institución hubo que cambiar estrategias. “Que la escuela esté presente para los chicos que lo necesitan porque calificarlos sería excluirlos”, explicó.


Respecto de los que se van trazó un cuadro bastante crítico. “No hay responsabilidad de ellos, sino de un sistema educativo”, sostiene y agrega que “quizá la posibilidad sea de conseguir un mejor trabajo o que se le abran las puertas, pero también están cortadas esas posibilidades cuando hay otras prioridades, como las que planteo” de necesidades básicas insatisfechas.


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