Un encuentro sin diálogo

El arranque de la reunión entre campo y gobierno marcó los límites en los que se movería el diálogo. La espera rondó las dos horas y la pretensión oficial fue la de recibirlos por «tanda»: los ruralistas no aceptaron y allí comenzó el primer roce formal.

Supieron, de entrada, que el ámbito se parecía mucho al que habían imaginado horas antes, como un preludio de las negativas que aparecerían a poco de andar en las negociaciones. Si esa era la antesala del diálogo, la pelea se presentaba más ardua, los tironeos por las retenciones se acentuarían y el acuerdo comenzaba a alejarse, raudamente. Lo supieron de movida, pero se quedaron dispuestos a dar pelea hasta el final… sin desconocer que el «sol del 25» sería sólo un eufemismo de la primaria lejana: aquí, no brillaría. Comenzaron a evaluar cómo explicar a sus bases este magro resultado y no necesitaban ser sabios para presagiar el devenir del encuentro. Los ruralistas supieron de entrada que no habría anuncios, que se intentaría «sobarles el lomo», que tendrían que «forzar» el debate y su continuidad y que, sobre todo, el encuentro, como se vio, tuvo más rispideces que acercamientos.


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