Un “modelo” muy precario
Aunque en el discurso que pronunció al inaugurar el 129º período ordinario de sesiones del Congreso la presidenta Cristina Fernández de Kirchner se mofó de la pretensión de sus adictos de que se eternice en el poder, privilegio éste de autócratas en regiones nada democráticas, se negó a confirmar su presunta intención de ir a la reelección. Si bien muchos dan por descontado que se postulará, aunque sólo fuera por entender que cualquier otro candidato oficialista –con la eventual excepción de Daniel Scioli– sería derrotado por un margen humillante, tiene buenos motivos para mantener el suspenso. Como aprendió en la fase inicial de su gestión, en política nada está escrito. De estallar una crisis por la inseguridad ciudadana, por la inflación o por una nueva ofensiva sindical, el índice aceptable de aprobación que actualmente ostenta Cristina podría bajar con rapidez desconcertante. Puesto que no es de su interés vender la piel del oso antes de cazarlo, como reza el refrán, le conviene esperar hasta el último momento antes de comprometerse. Por ahora, las encuestas de opinión la favorecen, pero no hay ninguna garantía de que sigan sonriéndole en los meses próximos. Asimismo, al reducirse la cantidad de candidatos y precandidatos presidenciales, los aspirantes opositores que sobrevivan a la depuración que está por ponerse en marcha tendrán una oportunidad para plantearle un desafío que no sea, como ha sido el caso hasta ahora, meramente testimonial. Como era de prever, Cristina inició el año legislativo con una defensa robusta de lo hecho por el gobierno que encabeza, subrayando lo positivo y minimizando la importancia de lo negativo hasta tal punto que no mencionó el peligro planteado por la inflación, ámbito en que la Argentina está peleando por el título mundial, ya que sus únicos rivales son Zimbabwe y Venezuela. En cambio, sí aludió a otro tema que es de suponer hubiera preferido pasar por alto, el de la inseguridad, pero procuró convencer al país de que la situación no es tan mala como tantos creen debido a “la utilización mediática o publicitaria con fines electorales” de los episodios luctuosos que ocurren, ya los índices de “homicidios dolosos” cayeron bastante entre el 2002 y el 2008. Por supuesto que la presidenta no habló de los casos vinculados con narcotraficantes que tanto revuelo han ocasionado en los meses últimos. Por ser la delincuencia el problema que según las encuestas de opinión más preocupa a la gente, los intentos de la presidenta y otros voceros oficiales de tratar el temor que tantos sienten como producto de una especie de psicosis colectiva hace sospechar que, como muchos otros gobiernos tanto aquí como en el resto del mundo, el kirchnerista ha creado su propia realidad paralela, una que propende a distanciarse cada vez más de la de los demás, de ahí las fantasías de quienes confiesan soñar con una “Cristina eterna”. A juicio de algunos, las advertencias formuladas por la presidenta a los “compañeros de los sindicatos” que, dijo, se han acostumbrado a “someter de rehenes a usuarios y consumidores”, emprendiendo “maniobras que siempre terminan perjudicando a trabajadores”, pudieron atribuirse a su voluntad de recuperar el apoyo de amplios sectores de la clase media que la abandonaron durante el conflicto con el campo. También habrá entendido que, si los sindicatos insisten en conseguir aumentos salariales superiores al 30%, continuará subiendo la tasa de inflación que, además de costarle votos, debilitaría todavía más un “modelo” que, como sabe muy bien, depende casi por completo de su propio futuro político. En nuestro país es tradicional que el presidente de turno se afirme dispuesto a defender su “modelo” contra los resueltos a reemplazarlo por otro, sobre todo si se trata de uno heterodoxo. Al limitar las opciones frente a los mandatarios, el dogmatismo así reflejado virtualmente asegura que tarde o temprano todos los “modelos” se derrumben de manera dramática, razón por la que sería mejor que Cristina, que no se ve acompañada por un ministro de Economía confiable, asumiera una postura más pragmática y reconociera que, a menos que tome medidas para frenarla, la inflación cobrará cada vez más fuerza, con consecuencias sin duda desagradables para todos los habitantes del país, incluyendo, desde luego, a la presidenta misma.
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