Un recuerdo viajero en Portugal, país inolvidable

María Susana Palacios es de Neuquén y en el año 2018 recorrió con su compañero Guillermo este destino europeo que los impactó profundamente.

En 2018, con Guillermo volvimos a viajar a Europa. Al pensar en Portugal, la primera pregunta que surgió fue: “¿Y qué vamos a ver?” En nuestra cotidianidad conocíamos poco de ese país, pero los nueve días que pasamos allí, recorriendo Oporto, Aveiro y Lisboa, no alcanzaron para disfrutar todos lugares que descubrimos. Superó nuestras expectativas .

Llegamos a Oporto en un vuelo procedente de Madrid. Para llegar al hotel, tomamos un ómnibus que nos dejó a pocas cuadras, pero nos costó varias idas y vueltas. Finalmente, una amable señora nos indicó y resultó que estábamos prácticamente en la misma vereda.

Nos instalamos y rápidamente nos preparamos para empezar a conocer la ciudad. Tomamos el Metro hasta el Centro Histórico y allí comenzamos a deambular en busca de alguna oficina de Turismo hasta que, a las 19, decidimos buscar un lugar para cenar. Los europeos cenan muy temprano y si uno no se suma a esa costumbre, es muy probable que tenga que acostarse sin comer.

Susu en la fuente de la plaza central de Lisboa,

No fue fácil, pero encontramos un restaurante pintoresco, cuya clientela era mayoritariamente lugareña. Una vez concluida nuestra cena, pedimos un par de veces la cuenta, preocupados porque venía la noche. Luego de insistir, se aproximó a nosotros un señor que estimamos sería el dueño y al preguntarle cuanto era, tomó un lápiz y en la hoja de papel que cubría la mesa –a modo de mantel descartable- hizo las cuentas con números grandes y nos dijo cuánto era. Nos miramos con Guillermo, abonamos y, a duras penas, contuvimos nuestra risa.

Otro día, realizamos una excursión en tren a Guimaraes. Una antigua y bella ciudad portuguesa conocida como la “Cuna de Portugal”, porque allí nació quién sería el primer rey del país (Alfonso Henríquez). Nuestro recorrido duró todo el día, regresando aproximadamente a la tardecita.

Feria en la plaza central de Lisboa.

En ese momento, decidimos conocer el Café Majestic, una confitería muy bella que nos recordó al Café Tortoni. Tuvimos la suerte de conseguir lugar y nos acomodamos para cenar. Cuando empezamos a mirar a nuestro alrededor, nos sentimos desubicados. Toda la gente estaba muy bien vestida. Cenamos muy bien y también pagamos muy bien.

Otra nota distintiva de Oporto y que nos llamó la atención fue una suerte de “copetines al paso” muy tradicionales, donde se podía degustar los vinos portugueses, particularmente el oporto. En un espacio reducido, uno realiza su pedido y luego parado en la acera degusta un vino exquisito. Pensábamos, en ese momento, “si nos vieran nuestros alumnos, tomando vino en la vereda”. Es una experiencia distinta, pero uno no puede dejar de vivirla.

 Canales de Aveiro la «Venecia» portuguesa.

De Oporto nos trasladamos en tren a Aveiro, la Venecia portuguesa, una ciudad pequeña pero muy bella con múltiples canales. En esta ciudad, aparte de recorrer los canales en una embarcación típica, hicimos un paseo terrestre, con un vehículo impulsado por una motocicicleta. El guía nos puso al tanto de la historia de la ciudad y sus principales puntos de interés, invitándonos a degustar unos bocadillos típicos y, por supuesto, nos llevó a la panadería que mejor los hacía.

Por último Lisboa, la capital de Portugal, una ciudad bellísima a orillas del mar, con muchísimos lugares para visitar. Destaco la zona de Belén, donde llegamos en un tranvía. Allí, nos encontramos con el majestuoso monasterio de los Capuchinos, que ocupa prácticamente toda una gran manzana. En esa zona se encuentra el Museo Militar, un espacio también muy grande, en el que descubrimos una representación de la vida en las trincheras durante la primera guerra mundial.

Estación de trenes de Lisboa.

Pero, en Lisboa nos sucedió un hecho gracioso. No podíamos abandonar la ciudad sin ir a un espectáculo de Fado. Amablemente personal del hotel nos hizo las reservas y, llegado el momento, abordamos un taxi en la puerta. El conductor, muy conversador, nos preguntó dónde íbamos y nos ofreció llevarnos a un lugar que él conocía y en el que a veces actuaba. Demoliendo con sus palabras cada una de nuestras negativas, finalmente nos llevó. En fin, lo pasamos muy bien allí, cenamos bacalao que, para los portugueses, es el plato nacional y escuchamos fado. Por supuesto que su promesa de ir a buscarnos no se cumplió.

Concluida nuestra visita a Portugal, abandonamos Lisboa en un vuelo rumbo a Málaga. Vale la pena visitar Portugal. Tiene paisajes maravillosos y monumentos históricos increíbles. La gente es muy amable y siempre dispuesta a ayudarte. Y, por último, no hay que abandonar este bello país, sin probar el pastel de natas y las aceitunas.

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