Un sábado de feria
Reúne ofertas de las más variadas, pero las verduras se destacan por precio y calidad.
Desde temprano el Parque Central cobra vida, incluso los sábados por la mañana. A pesar del día frío y nublado, los puestos se levantan para dar paso a la exposición de los productos que se venderán a lo largo de la jornada. “¿Con qué le puedo ayudar caballero?”. La feria es un laberinto en el cual conviene perderse y dejarse llevar. Hay productos para todos los gustos. Se roban la vista los puestos de verdura, que contrastan y le dan alegría a los sábados, todavía algo grises. No importa la vestimenta, ni la manera de caminar. Todos entran en ese micromundo, dentro de esta inabarcable ciudad. Otros sonidos, otros olores. Miradas endurecidas, manos ávidas y fracciones de momentos que inundan la vista. “Es un portatermo”. Y, ¿cuánto cuesta? “150”. El atractivo del paseo se lo roba la comunidad boliviana. Son los grandes protagonistas. Manejan los tiempos, las ventas, tienen sus propios códigos y los hacen valer. Las mujeres inundan las tiendas. Una se retuerce las manos esperando la indecisa mirada de su futura compradora. Una adolescente anota concentrada en un cuaderno desvencijado las ventas realizadas. Al costado de algunos puestos están las abuelas y madres de los que atienden los puestos. Ellas miran despacito. Si es necesario atienden. Algunas cuidan a sus nietos, pequeños niños al abrigo de una manta, con la cara curtida y los cachetes colorados. Ojos que miran con curiosidad. El aire gélido disminuyó la presencia de potenciales compradores y deambuladores profesionales. “Pero acá viene gente todos los sábados, aunque no haya plata”, comenta una vendedora de vinos artesanales y agrega que muchos turistas van porque se sorprenden con la feria y pasean un rato. Una vez vino un hombre de Miami que estaba con su familia. Los hijos hablaban en inglés. Era de México pero vivía en Miami. “Cuando le dijimos que los vinos eran artesanales, eligió uno y se lo llevó”. La feria es un mundo de emprendedores. Incluso aquellos que se acercan a vender artículos tecnológicos. También los que desparraman la ropa y artículos usados por el suelo, pisados por algunos distraídos. Personas de barrio, señoras bien vestidas, conocidos sindicalistas de la región, y hasta un juez del TSJ van a comprar a la feria. Dos o tres mujeres bolivianas, jóvenes, se abrazan y se ponen al día, dejando sus puestos por un instante. Algo alejado de los demás puestos, se encuentra la feria de comidas. Apartada pero con olores que llaman al convite, varios puestos rivalizan con sus ofertas con choripanes, panchos y torta fritas. Sin embargo la que rompe todos los esquemas es una enorme paella. Las nubes apagan el día. La actividad en la feria es indiferente al frío. Al final del día, el Parque Central queda vacío y solitario. En la oscuridad lo acompañan los ecos de los pasos, las charlas, las risas de los cientos de visitantes que la recorrieron.
Fotos Luis Garcia – Leo Petricio
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