Una advertencia

Los deseosos de convencerse de que, a pesar de sus muchas excentricidades, Adolfo Rodríguez Saá, el aspirante a erigirse en presidente de la República que sigue siendo el más favorecido por las encuestas de opinión, es en el fondo un demócrata cabal plenamente consustanciado con el capitalismo moderno ya tienen otro motivo para preocuparse. La destitución el viernes pasado de la jueza en lo Civil, Comercial y Minas, Silvia Maluf de Christin, por haber tenido la temeridad de firmar un manifiesto en el que se señalaba que en la provincia de San Luis el Poder Ejecutivo local -es decir, Rodríguez Saá y sus allegados- mantiene avasallada a la Justicia, constituye un preaviso alarmante de lo que podría suceder en el país en el caso de que el ex gobernador puntano lograra volver a la Casa Rosada que ocupó brevemente después de la caída provocada del presidente Fernando de la Rúa. Si bien Maluf no es la primera jueza en San Luis que ha sido removida por haber protestado contra las modalidades dictatoriales de la familia gobernante -es la tercera-, el que los comprometidos con Rodríguez Saá se hayan permitido continuar actuando de esta manera cuando su jefe está en plena campaña electoral nos dice tanto sobre la forma de pensar del personaje, como aquel episodio grotesco que fue provocado hace poco por la competencia infantil «yo te presento al Adolfo». En San Luis, Rodríguez Saá ha creado un régimen omnímodo al lado del cual el establecido en La Rioja por Carlos Menem parece un dechado de pluralismo democrático moderno y, como si esto no fuera suficiente, los individuos que lo rodean no parecen haberse dado cuenta de que sus extravagancias siniestras podrían ser consideradas intolerables por el resto del país.

El peligro planteado por las actitudes de Rodríguez Saá y de sus colaboradores serían menos graves si el país contara con un Poder Judicial fuerte y prestigioso que estuviera habituado a hacer gala de su autonomía frente a los intentos de los políticos de subordinarlo a sus designios pero, huelga decirlo, tal y como está constituido no estaría en condiciones de defenderse sin ocasionar muchos perjuicios a la sociedad en su conjunto contra un presidente resuelto a doblegarlo. Para colmo, de procurar un futuro presidente obligar a la Corte Suprema a apoyar su gestión convalidando todas sus iniciativas, sería de suponer que de aquellos jueces que se resistieran muchos no lo harían por querer conservar su independencia ante el Poder Ejecutivo sino por «lealtad» hacia otros caudillos. Puesto que la lucha estéril entre diversos políticos, encabezados durante varios meses por el presidente Eduardo Duhalde, y una Corte Suprema tildada de «menemista» ha contribuido enormemente a agravar una crisis económica que ya ha depauperado a millones de personas, no es difícil prever las consecuencias que podrían tener nuevas batallas originadas en rivalidades políticas de la misma especie.

En San Luis, «el Adolfo» raramente ha vacilado en aprovechar su poder sobre la Justicia y la policía para intimidar a sus adversarios y para hacer callar a sus críticos. Ya antes de poner en marcha su campaña presidencial, los excesos en tal sentido dieron pie a dudas muy serias en cuanto a la sinceridad de su compromiso con las normas apropiadas para un país democrático. Puede que de conseguir trasladarse a la Casa Rosada, Rodríguez Saá se sintiera cohibido por la conciencia de que sus actitudes feudales podrían tener fuertes repercusiones no sólo nacionales sino también internacionales, pero el que en el transcurso de una visita a Estados Unidos su hermano no haya vacilado en proclamar su voluntad de «suspender» toda la legislación vigente durante seis meses con el propósito de reemplazarla con otra más afín a su modo de pensar hace sospechar que, antes de aceptar respetar los límites propios del Estado de derecho, cometería un sinfín de «errores» sumamente costosos. Asimismo, sus periódicas afirmaciones en contra de la corrupción no obstante, la conducta de los Rodríguez Saá en San Luis, la provincia que manejan como si se tratara de su reino particular, sugiere que su hipotética gestión como presidente de la Argentina se vería afeada por tantos escándalos como los que en los años noventa fueron protagonizados por integrantes del entorno de Menem.


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