Una noche muy larga….

– ¡Compañeros: Ganamos!…

Eran las siete de la mañana. Y en la puerta del Tribunal Electoral de Roca, Carlos Soria con vos cascada por el cigarro, notificaba del triunfo a medio centenar de hombres y mujeres peronistas que con rostros molidos por el cansancio y ojeras que llegaban a la rodillas, habían permanecido en tensa vigilia desde la plaza San Martín, el final del escrutinio.

Gente muy humilde.

Seres ratificando sin ambages que mire por donde se lo mire, se opine de él lo que se opine, el peronismo mantiene firme su perfil más elocuente: ser un bloque de sentimientos.

La noche había sido larga. Matizada con mate, sandwichs de una muy delgada y única feta y escasez de plata para gaseosas. Los bombos y redoblantes tocaron a silencio pasadas las 22.

La noche se había iniciado y avanzó en el convencimiento que la elección estaba ganada.

Pero que era necesario quedarse porque, como piruetas tiene la política, todo recaudo parecía escaso ante la nula voluntad del radicalismo en reconocer la derrota.

Entre el escrutinio y la gente se interponía una hilera de policías cuya marcialidad fue cediendo a medida que la noche se hacía más negra y silenciosa.

De tanto en tanto, el abogado peronista Rodolfo Ponce de León dejaba el escrutinio.

Emergía agachado por la estrecha puerta del Tribunal y reunía a la gente. Carlos Soria le había encomendado una misión:

– Vos sos alto y tenés voz de viejo enojado, los compañeros te van a escuchar bien… informales cómo vamos…

Pero a las siete apareció Soria, apareció Soria.

Y no alcanzó a decir «¡Ganamos!», que la Marcha Peronista estalló. El peronismo tenía ganas de festejar.

Y si era en Roca, mejor.


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