Vargas Llosa y los “rasputines” de la política latinoamericana

La obra del Nobel peruano es amplia y variada. En su novela sobre el golpe a Jacobo Arbenz en Guatemala retoma un tema en que ha sido magistral: retratar miserias y recovecos del poder.

No lo confiesa en términos tan directos como lo hacía su amigo Tomas Eloy Martínez:

“Me interesa la zona enferma de la política, del poder político”, sostenía el autor de “La novela de Perón”, “Santa Evita”, “Las vidas del general”, “Ficciones verdaderas”. Ese Tomás Eloy Martínez que hace casi una década, se despidió de la vida sentenciando:

“Nos guste o no a los antiperonistas y no peronistas, el peronismo sigue signando nuestras vidas”…

Pero volvamos al inicio.

De cara a la relación política y ficción literaria, Mario Vargas Llosa se define desde otro alcance en relación a Tomás Eloy. La del peruano no se detiene tanto en lo particular. Sí en el proceso general que descompone, desde la política, el ejercicio del poder.

Confiesa esa mirada en su larga producción de ensayos sobre literatura. En el más formidable de ellos -“La verdad de la mentira”-, el impacto que le generó siendo muy joven la lectura de “El corazón de las tinieblas”. Lo impactó porque trascendía la “circunstancia histórica y social para convertirse en una exploración de las raíces de lo humano, esas catacumbas del ser donde anida una vocación de irracionalidad destructiva que el progreso y la civilización consiguen atenuar pero nunca erradicar del todo”. Pocas historias han logrado expresar de manera tan sintética y subyugante como ésta el mal, entendido en sus connotaciones metafísicas individuales y en sus proyecciones sociales.

Décadas después de leer aquel libro disparó su novela “El sueño del Celta”. Páginas de indignación sobre la atrocidad de la colonización belga del Congo. Un proceso que conducía al “corazón de las tinieblas”.

En el que fue su último libro-ensayo, “La gran novela latinoamericana”, el mexicano Carlos Fuentes sostuvo que al ficcionar las patologías que suele generar la política en Latinoamérica Vargas Llosa siempre trabaja con datos biográficos, “exactos, lúgubres, pero el marco novelesco los reduce (o eleva) a testimonios de una realidad atroz. En tanto que la misma realidad es cercada (revelada) por la imaginación narrativa, que se propone a su vez como parte de una realidad más ancha, que incluye a la realidad de la invención literaria”.

Trabajando con ese instrumental Vargas Llosa descubre, revela, enfermedades emergentes en la práctica concreta de poder político. Conductas que lo fascinan. Como detectaba Michel Foucault en la locura: “Las imágenes fantásticas que hace nacer no son experiencias fugitivas que desaparecen rápidamente”.

Pero, claro, los personajes que fascinan a Vargas Llosa no son sufrientes psíquicos. Son -en general- “Rasputines” de determinado régimen político. Así los definió hace dos décadas en “El País”:

“Todas las dictaduras han superado alguna variante de la especie a la que el ‘asesor presidencial’ (NDR: se refiere a Vladimiro Montesinos, consejero de Alberto Fujimori) pertenece: ‘Los rasputines’”, reflexiona Vargas Llosa. “Son quienes -acota- desde la sombra y la impunidad planean las grandes operaciones destinadas a sobornar o callar opositores, sobornar o intimidar periodistas y jueces, tapar escándalos o provocarlos al servicio del régimen, administrar los asensos, los destinos y las jubilaciones en las Fuerzas Armadas para garantizar su docilidad política, montar farsas electorales y tender laberínticas redes de delación, que al mismo tiempo que mantienen informado al gobierno sobre las andanzas de amigos y enemigos desarrollan un sistema generalizado de autocensura e intimidación que embota el espíritu crítico, desmoraliza y anula iniciativas. Los crímenes, desapariciones, torturas, son concebidos y a veces ejecutados por el Rasputín”.

Y no pocos de esos “rasputines” que ganaron espacio en sus novelas aún lo “persiguen” a don Mario. Y en algunos casos les ha seguido sus zagas hasta la tumba. Veamos:

Johnny Abbes. Está en la “Fiesta del Chivo”. Fue el torturador más eficiente en la dictadura de Rafael Leónidas Trujillo. “Para que un gobierno dure treinta años hace falta un Johnny Abbes que meta las manos en la mierda”, sentencia el dictador. “Soy el perro de usted”, responde Abbes, adulador. Y acota: “Y ya sabe general: a los enemigos los seguimos tirando a los tiburones, como usted ordenó” . Y luego fusilaba a los que usaba para fusilar a los enemigos del dictador. Tras el asesinato de Trujillo, el presidente Joaquín Balaguer -trujillista devenido en demócrata- se sacó de encima a Abbes. Lo premió con el cargo de cónsul en Japón. No podía olvidar el día que en un pasillo se topó con Johnny leyendo un libro sobre métodos chinos de tortura. Con deleite.

Johnny Abbes (Der.), mano derecha del dictador dominicano Trujillo.

Y en esta enumeración de “Rasputines” ficcionados por Vargas Llosa está Cayo Bermúdez o “Cayo Mierda”, personaje de una centralidad excluyente en “Conversación en la Catedral”. En vida se llamó Alejandro Esparza Zañartu. Jefe de la policía secreta de la dictadura peruana de Manuel Odría (1948-1956). Tiempo en que, como estudiante universitario, Vargas Llosa se inició en política. Y lo conoció. “Cayo Bermúdez me impresionó y me sigue impresionando por lo mediocre de su personalidad. Apariencia insignificante. Apenas sabía expresarse. Pero era dueño de un inmenso poder, que decidía vida o muerte. No venía de la política. La casualidad lo llevó a ella. Y allí se convirtió, vía silencios e impunidad, en la columna vertebral de la dictadura”.

Luis Esparza Zañartu (al centro de traje) es “Cayo Mierda” de “Conversación en la Catedral”.

Y suele recordar Vargas Llosa: “Cuando él leyó ‘Conversación…’, se encontró rápidamente identificado. Entones lamentó que yo no lo hubiese entrevistado. “Le hubiera contado cosas mucho más interesantes de las que escribió sobre mi”, me dijo.

Actualmente, Vargas Llosa, orillando los 85, sigue escribiendo. Este año publicó “Tiempos recios”, una novela sobre el golpe de 1954 en Panamá. Golpe pergeñado por la CIA, donde vuelve a ahondar sobre miserias y abusos del poder, esta vez de la injerencia de EE. UU.

Una novela, donde la política “Despliega arbitrariedades”, dice Vargas Llosa.

Un coronel lector elude la censura a la «Tía Julia…» en Viedma

1978. Quizá, noviembre. Tiempo de dictadura. Lugar: Viedma.

“Sonamos… se supo todo. Nos llevan a la sórdida”, dijo sonriendo el médico Carlos Reussi Braga mientras extendía su mirada sobre la galería del edificio Tucma, donde se ubicaba la agencia del Río Negro.

“¿Qué pasa?”, le preguntó este corresponsal del diario en la capital de la provincia.

Viene un milico… Ejército.

Y el milico entró. Macizo. Poco cuello. Testa grande. Bien plantada. Baldosas con formas de mano. Ojos con atisbos asiáticos.

“Buenos días señores. Soy el coronel Aráoz, jefe del Distrito Militar Río Negro”, se presentó sin voz de guerra ni postura marcial.

Y acotó:

-¿El corresponsal del diario?

-Soy yo señor -se identificó el periodista. El coronel fue directo.

-Señor, el gobierno nacional ha prohibido la venta de ‘La Tía Julia y el escribidor’, de Vargas Llosa por razones que bueno… Yo averigüé en las librerías de Viedma y me dijeron que usted vació el mercado… compró todos los que llegaron a Viedma…

-No sé si todos… compré 8. Aquí y en Patagones. Una fuente militar me alertó que ser iba a prohibido. ¿Viene a incautarlos, coronel?

-¡No señor, no! ¡Por favor! Tengo ganas de leerlo. Pero claro, usted “secó la plaza”. Fui aquí, allá, y en todas la librerías lo mismo: “Los que teníamos se los llevó el periodista del Río Negro”… la última es esta que está en la calle Buenos Aires.

-La librería de Nina Sofi, frente a la secretaría de Planeamiento.

-Esa, sí… Señor, voy al grano: ¿me puede prestar un ejemplar? Yo se lo voy a cuidar.

-Le regalo uno… los tengo aquí. “Vacié la plaza” porque me parece que es una lástima que se pierdan en un depósito, o los quemen…

-Sí, sí, entiendo…

– Los tengo aquí, tome.

– No, no. Se lo pago…

– No, no, está bien.

El coronel se deshizo en agradecimientos, sin fingir. Y se marchó.

Tres días después llamó.

“Un gran libro, señor. No sé que mierda, disculpe el término, tenemos que andar censurando. Vargas Llosa nos pinta muy bien… hay argentinos como el que denuncia Camacho en el libro” (NDR: Pedro Camacho, una de las centralidades de la novela, es un escritor de telenovelas. Su desprecio por lo argentino y los argentinos, por engreídos, vanidosos, lo llevan a juicios muy severos sobre el país. Esta fue la razón para que la dictadura argentina prohibiera “La Tía Julia y el escribidor”)

Al menos hasta seis años atrás el coronel Aráoz vivía en las sierras catamarqueñas. Había cruzado los 80 y de tanto en tanto bajó “a Buenos Aires a comprar libros de historia”, le dijo un día en la Librería del Círculo Militar. Su compañero de promoción de Colegio Militar -el general Menéndez, el de Malvinas- lo recordó siempre “por los ‘galletazos’ que pegaba en la clases de boxeo” que se dictaban a los cadetes.

Vargas Llosa, en su juventud, con otras ideas políticas

Dos genios literarios, dos estilos opuestos

«A Mario Vargas Llosa la literatura lo ha marcado tanto que su visión del mundo tiende a ser novelesca: todo los percibe casi como una narrativa. García Márquez asimila y articula todo como anécdota, la pequeña anécdota que constantemente se cuenta -verbalmente- en los cuentos o las pequeñas anécdotas que aparecen en sus novelas. La visión de García Márquez está condicionada por la cultura oral de la costa colombiana en la que nació y bajo la influencia del anecdotario de su otro mundo, el de periodismo. Siempre parte en sus novelas de una imagen visual y más tarde elabora esa imagen con pequeñas anécdotas. Vargas Llosa, en cambio, visualiza la realidad empírica más como una gran narrativa; percibe al mundo no como una serie de pequeñas anécdotas , sino como grandes narrativas. Mientras que García Márquez parte de una pequeña imagen visual, Vargas Llosa del gran plan, un proyecto amplio. Vargas Llosa ve el gran esquema (del mundo y de la novela) como un enorme caos en el cual hay que buscar un orden. Por eso la entrada de Vargas Llosa a la política peruana con dominio total de grandes esquemas nacionales -económicos, políticos o sociales- es perfectamente lógica. Perú forma parte, entonces (como en la época de “La Casa Verde” y “Conversación en la Catedral” de un esquema grande y caótico que tuvo que dominar por tres años cuando se postuló para presidente de su país. Vargas Llosa confirma esta visión del mundo y de sus novelas en un ensayo sobre el historiador Karl Popper en el que dice: “Así como una gota de agua se parece otra, el concepto de historia escrita de Popper se parece a la que siempre he creído que es la novela: una organización arbitraria de la realidad humana, que nos defiende de la angustia producida por nuestra percepción del mundo, de la vida, como un vasto desorden”.

(Raymond Williams en “Literatura y política: las coordenadas de la escritura de Mario Vargas Llosa”, Fondo de Cultura Económico, Madrid, 2003)


Temas

Política

Formá parte de nuestra comunidad de lectores

Más de un siglo comprometidos con nuestra comunidad. Elegí la mejor información, análisis y entretenimiento, desde la Patagonia para todo el país.

Quiero mi suscripción

Comentarios