Viaje a la última cantina del norte neuquino

Está en Manzano Amargo, a la vera de la ruta de los arrieros. Atrapa a los viajeros por la combinación de colorido, diseño, gastronomía y una historia de familia que arriesga fuerte por el desarrollo del lugar.

Las tres viajeras y el conductor vienen cansados de atravesar rutas polvorientas con paisajes majestuosos y un sol que enceguece. El río Neuquén se les asomó desde un costado en casi todo el viaje. Hasta que llegan a Manzano Amargo, a media tarde, un pueblo chiquito que le pone verde y más belleza al norte neuquino.

Mientras estiran un poco y aprovechan la señal de Wifi de la plaza central, coinciden en una necesidad bien terrenal: hay hambre de empanadas. Buscan a su alrededor… Nada. Ni rotisería, bar o algo semejante.

En la oficina de turismo les dan dos números de celulares. Llaman al primero y el trato gastronómico se cierra así:

– ¿Las empanadas las llevan o las comen acá, en La Piedra?. Tenemos un lindo lugar… El que se esmera es Pedro “Pepe” Tejerina (h).

La respuesta de los viajeros demoró unos segundos. “Las pasamos a retirar”, avisaron.

La familia emprendedora. Orgullosos del lugar que crearon. Cada uno tuvo su tarea, primero durante la construcción y ahora en el funcionamiento. (Foto Viviana Portnoy)


A las 21.30, cuando fueron por ellas, La Piedra los sorprendió con su colorido y un diseño estilo campero, con aire a cantina y ramada a la vez. Desde el techo caía el toque moderno con luces bolicheras y guirnaldas. Mesas bien distribuidas en el piso alisado de cemento y un espacio para el baile, completaban el cuadro.

Rumbo a las veranadas. Y la cantina detrás de los arreos.


Ubicada a la vera de la ruta 54, conocida en ese tramo como el camino de los arrieros, La Piedra invitó al disfrute. Pool de paño rojo fuerte, mesa de ping pong y un escenario con baffles y micrófonos, listos para encenderse ante el primer guitarrero que se animara a treparlo, eran sus atractivos. En una esquina, detrás de la barra de atención, circulaba la familia, preparando los pedidos.

A donde no llega el Estado con sus recursos para instalar servicios turísticos -en lugares que buscan desarrollo y mejor calidad de vida para sus pobladores-, no queda otra que arremangarse, juntar peso a peso, y tirarse a arriesgar. Esa es la historia soñada que concretó la familia Tejerina-Albornoz, con su restobar cantina, en el último rincón poblado del norte neuquino.

La idea nació en el verano del 2019, mientras disfrutaban de un picnic en el bosque de los Llao Llao. Los Tejerina-Albornoz son de Andacollo, pero se dijeron esa tarde: “tenemos que hacer algo en Manzano”. Tenían un terreno y apostaron a un lugar con futuro, de bellezas poco conocidas, y a la espera de que el asfalto se les acerque en los próximos años.

Un paisano criancero, arma su jugada con estilo. (Foto Viviana Portnoy)


Ya en febrero del año pasado estaban acarreando piedras bochas en una chata desde el río Neuquén. Con ellas levantaron las paredes. El cemento, los tirantes y las maderas del techo vinieron de un corralón de Andacollo, a 75 kilómetros. Pedro Tejerina padre y Alfredo “Tato” González agarraron la soldadora y fabricaron las rejas de las ventanales. Amigos y familiares se sumaron cuando hubo que llenar la carpeta. En el invierno techaron, y La Piedra quedó lista.

“Nosotros hablamos mucho en familia. Todos tiran parejo. Así nació esto. Hoy estamos endeudados pero sentimos que vamos a crecer”.

Pedro Tejerina (hijo)

Empanadas, chivo al asador o al disco, milanesas generosas con ensaladas y variedad de pizzas caseras, son las delicias de los arrieros que bajan de los campos de veranada para abastecerse en Manzano. También de los turistas curiosos que pasan rumbo a la bellísima cascada La Fragua.

Chivito al asador, en manos de un experto. Pedro Tejerina (p) lo prepara en el patio de atrás. Pregunta a los comensales para qué hora lo quieren y en La Piedra los esperan a la hora exacta. (Foto: Viviana Portnoy)


En La Piedra todo puede suceder. Es un espacio amable, donde lo urbano y lo rural se dan la mano, mientras los Tejerina se reparten en distintas tareas y cuentan que se les fue un poco la mano y el salón les quedó grande. Mientras unos paisanos crianceros desafían a dos turistas con tres fichas de pool, un grupo de chicos del pueblo juegan al jenga. Más allá, un guitarrero de la zona afina las cuerdas, mira el escenario y pide que le preparen el sonido. Suena una cumbia chamamecera, más tarde se apagarán las luces blancas y será el momento del baile. Ahora llegaron las empanadas. Es tiempo de disfrutarlas.



El porqué del nombre


Pedro Tejerina (padre), es un trotamundos. Detuvo su marcha en Andacollo porque su columna -dañada por las tareas en perforaciones- no daba más. Allí se casó, tuvo hijos y se convirtió en artesano de la piedra. En cada mesa de la cantina, un poema explica la filosofía de vida de la familia.

En todas las mesas, el poema que define el espíritu del lugar.


Así lo construyeron

«Se trabajó mucho para construir La Piedra. La mano de obra la hicimos con mi suegro ´Tato´ y mi hermano Ibrahím. Mi papá aportó con las soldaduras y los trabajos en piedra y madera. Tiene un problema en la columna y ya no puede hacer fuerza. En otros momentos, como cuando colocamos el techo, se sumaron tíos y primos que vinieron desde Andacollo a ayudar”, explicó Pedro Tejerina.

«Para lo que es Manzano Amargo, que no llega a los 1.000 habitantes, “nos quedó un salón grandísimo”, añadió. Primero fue chico y luego quedó en un espacio de 15 por 17 metros.

Muchos cumpleaños de 15 se hicieron en La Piedra.




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