“Viedma, la más linda de la Patagonia”

Claudio Vargas define así a Viedma, el lugar elegido para radicarse tras ser perseguido por el dictador chileno Augusto Pinochet.

TESTIMONIOS/en primera persona

“Viedma es la ciudad más linda de la Patagonia. Tengo un agradecimiento especial por la zona, porque todos nos han tratado muy bien siempre”, asegura Claudio Vargas, con un dejo de emoción. Cuánto cambió desde aquella primera imagen en Villalonga, cuando el micro de La Puntual lo traía desde Mendoza donde, perseguido por el gobierno dictatorial de Pinochet, había recalado para salvar su vida.

Los cardos rusos del norte patagónico corrían por la ruta. Ya no divisaba la cordillera, como había hecho toda su vida en las recorridas por Chile. La aridez de la región lo imbuía de una sensación de soledad y desesperanza. Cuando llegué al puente y vi el río y la arboleda, supe que nos iba a ir bien, rememora 41 años después.

Mientras permanecía en la provincia cuyana observaba los mapas y dudada. “Nosotros no estábamos acostumbrados a distancias tan largas”, recuerda. Sin embargo, el destino ya había marcado este punto. Un contacto familiar entre Ester -su esposa- y la de un conocido comerciante local, don Coco Passarelli, fue el vínculo que lo ligó a Viedma desde antes de partir de Chile.

Pero Mendoza y las dudas lo demoraron un par de meses. Finalmente, la imposibilidad de acceder a un trabajo prometido allí volvió a posicionar a la Patagonia como el final del derrotero. Y hasta aquí llegó en aquella ventosa jornada de fines del ‘73.

Con su título de técnico forestal, sus permanentes inquietudes y su dedicación al trabajo lo capitalizaron y rápidamente obtuvo empleo, primero en el Municipio local en el departamento de Parques y Jardines y, años más tarde, ya con la llegada de la democracia en Argentina, en el área de Bosques de la provincia. Luego, trabajó en la creación de la empresa forestal rionegrina y allí, ya jubilado, permanece aún como uno de los directores.

“Tuve oportunidad de volver a Chile tras Pinochet, pero ya tenía mi familia armada acá y los hijos no querían volver, ellos eran más argentinos que chilenos”. Aunque Paola y Sergio, los dos mayores habían nacido allá, reflexiona.

Cuando decidió dejar su país natal tenía 26 años. “Llevo más años en la Argentina que en Chile, ya todos nos consideramos viedmenses”, dice mientras camina por su hermoso campito, en la costa del río Negro, pero del lado de Patagones. “El río es lo que más me gusta. Yo soy hombre de agua, siempre viví al lado de los lagos, los ríos, no podría vivir en una ciudad sin estas bellezas”, afirma.

Se siente un afortunado porque siempre obtuvo buenos resultados en lo que emprendió. A poco de llegar se inscribió en un plan y unos días antes del golpe del ‘76 le entregaron su casita del barrio Paterno. “En la vida, la casa es un 50 por ciento, y el otro 50 es el trabajo y el esfuerzo. Y a eso nunca le hemos esquivado”, se enorgullece Claudio, mientras observa sus animales y sus plantas.

Ester es docente jubilada. Trabajó en la Escuela Especial N° 7 gracias a haber hecho la especialidad en esa modalidad educativa. Pero no fue fácil. Tuvo que cursar su carrera dos veces, ya que su título del magisterio chileno no le sirvió y hasta algunas materias del secundario le fueron exigidas en Argentina. “Ibamos juntos a cursar”, cuenta Claudio, aunque a él al poco tiempo le validaron su grado de Técnico Forestal, en San Martín de los Andes.

A mediados de los 90, en plena crisis rionegrina, pasaban meses sin cobrar. Por lo que subsistían cuidando un campo de una mujer de Buenos Aires, en la costa viedmense. “Teníamos infinidad de pollos y gallinas que vendíamos a amigos y a conocidos, con eso sobrevivíamos. Cuando cobramos lo que nos debían pudimos invertirlo en este campo. Andábamos buscando dos o tres hectáreas para seguir con la actividad, pero apareció esta oportunidad a un precio que era un regalo y no la desaprovechamos”, se ufana.

Mira su lugar que es casi un paraíso, con tres ambientes distintos. En el ingreso, un camino recto atraviesa una llanura en un cuadro desmontado con un verdín intenso que remonta a la pampa húmeda. Luego, un zigzag descendiente, en medio del monte achaparrado clásico de la Patagonia, remite a las escarpadas huellas de la la región sur. Finalmente, a metros del río, un valle arbolado se ofrece a la vista para terminar de conformar un paisaje magnífico, en el que vale la pena soportar el frío y las incomodidades de la ruralidad.

“Acá no es que abrís la canilla y tenés agua, tampoco hay calefacción. Para eso hay que ir con la moto y cortar leña, todo demanda esfuerzo, pero la tranquilidad de este lugar es impagable”, dice con alegría y satisfacción.

Allí reúne a su familia con frecuencia. Con sus tres hijos (la mayor vive en Viedma, el del medio en La Plata y el menor en Bahía Blanca) y su cuatro nietos implementa sus ideas socialistas. “Tenemos unas pocas vacas, pero no son para comercializar. Una vez por mes -como permite Senasa- carneamos una ternera, freezamos y distribuimos entre la familia. Todo lo que se produce es para autoconsumo”, afirma.

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