Violencia ritual

MARTÍN LOZADA (*)

Sistematizar el estudio de los comportamientos de exterminio, cualquiera sean sus formas y especificidades, trae aparejada la posibilidad de profundizar los aspectos más dramáticos del hombre y la sociedad. El conocimiento resultante acaso permita adentrarnos en la oscuridad de las formas políticas, económicas y sociales en las cuales la ingeniería de la muerte toma cuerpo y se manifiesta. Claude Lévi-Strauss, el más importante antropólogo cultural de nuestro tiempo, señaló que a lo largo de la historia de la humanidad se emplearon dos estrategias para enfrentar la “otredad” de los otros: la antropoémica y la antropofágica. La primera consistió en expulsar a los otros considerados extraños y ajenos, ya sea prohibiendo el contacto físico, el diálogo, el intercambio social y todas las variedades de convivencia. En la actualidad, como ayer, las variantes extremas de esa estrategia son el encarcelamiento, la deportación y el asesinato. Sus formas más refinadas consisten en la separación espacial, los guetos urbanos, el acceso selectivo a espacios y la prohibición de ocuparlos. La segunda se expresó a través de la ingestión y absorción de cuerpos y espíritus extraños para convertirlos, por medio del metabolismo, en cuerpos y espíritus idénticos, no diferenciables del organismo que los ingirió. Las formas que adoptó esta estrategia fueron desde el canibalismo hasta la asimilación forzosa y coercitiva. Sin embargo, mientras que la primera estrategia procuraba el exilio o la aniquilación de los otros, la segunda se orientaba a la suspensión o la aniquilación de su otredad. René Girard, por su parte, desarrolló una teoría sobre el rol de la violencia en el nacimiento y la permanencia de una comunidad. Sostuvo que un impulso violento circula bajo la superficie calma de la cooperación pacífica y amistosa, el cual debe ser canalizado más allá de las fronteras de la comunidad, puesto que dentro de sus confines la violencia se encuentra prohibida. De otro modo, su presencia delataría la precariedad de los vínculos existentes. Los impulsos violentos resultan entonces reciclados y reconvertidos en armas de defensa comunitarias que deben ser utilizadas repetidamente como forma de rito sacrificial. Y su propósito no es otro que reforzar la trama social. El objeto sacrificado debe encontrarse afuera de la comunidad, pero no demasiado lejos; debe asemejarse a los miembros comunitarios, aunque mantener con ellos diferencias inconfundibles. Se trata, en suma, de seres humanos que están fuera o en los bordes de la sociedad: prisioneros de guerra, esclavos, adictos; personas incapaces de establecer o compartir los lazos sociales que unen al resto de los habitantes. El Holocausto, como momento letal inconfundible, ha sido para Zygmunt Bauman una prueba rara, aunque significativa y fiable, de nuestra sociedad moderna y racional. Tanto es así que la elección del exterminio físico como medio más adecuado para lograr la Solución Final fue el resultado de los rutinarios procedimientos burocráticos, es decir del cálculo de la eficiencia y de la cuadratura de las cuentas. Sólo en un contexto tal se pudo concebir, desarrollar y realizar la idea del Holocausto. Concretamente, desde un escenario que nos incita a considerar la sociedad como un objeto a administrar mediante una suerte de ingeniería social. La cultura de la muerte suele manifestarse de modos diversos y bajo rostros que varían de tiempo en tiempo, de comunidad en comunidad. Esa pulsión de muerte, con mayor o menor cuota de banalidad, según el caso de que se trate, debe ser deconstruida, analizada, objeto de escrutinio y puntual pesquisa. Sólo así, quizás, se logre determinar la trama criminal que permite desencadenar un exterminio, las purgas colectivas y los genocidios. No es tarea fácil y comprende un esfuerzo a ser llevado a cabo desde las distintas disciplinas sociales como imperativo ético en un mundo cuya deriva conduce, una y otra vez, a las violentas playas de la exclusión y la marginación compulsiva de importantes sectores de la población mundial. (*) Juez Penal. Catedrático Unesco


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