Vivir en El Cóndor en invierno: una elección por amor

No todos son turistas en esta playa rionegrina. Los pobladores permanentes eligen la vida tranquila junto al mar y la posibilidad de disfrutar de esta pequeña villa cercana a Viedma.

La llegada del frío y el oscuro invierno no interrumpen la vida cotidiana del millar de residentes estables de El Cóndor. El amor a la naturaleza y la tranquilidad aparecen como los principales argumentos para aferrarse a la villa marítima en este momento inhóspito del año.

Incrustado entre el Estuario del río Negro y el inicio de los acantilados, el balneario está marcado por una rica historia de pioneros quienes por esfuerzo propio fueron construyéndolo de a poco. Los lugareños lo llaman La Boca, tomando como referencia la desembocadura.

El boticario Jacinto Massini tuvo que romper candados con una pinza para abrirse paso por los campos que interferían entre Viedma y la villa logrando de esta manera que en 1920 se le reconociera la primera edificación para lugar recreativo veraniego. El vecino Osvaldo Ullúa empuñó una pala y entre los médanos trazó la primera huella de cinco kilómetros hasta la desembocadura en la década del ‘40. El contemporáneo José Luis “Picoto” Fernández arremetió contra el acantilado y empleando pico y pala dio impulso a una bajada de pesca que en la actualidad permite el descenso de vehículos por un tobogán asfaltado.

Hoy a esos precursores le siguen una buena cantidad de hombres, mujeres, niños y ancianos con la categoría de pobladores permanentes pergeñando una pequeña república que emerge con luz propia cuando el amplio caserío comienza a vaciarse una vez concluido el verano.

“A mí el invierno y el verano me dan igual. Yo viví los inviernos de Jacobacci, pero siempre tuve una relación muy particular con el mar, desde niña”, explica Viviana Simionatto. Dentro de su proyecto de vida, y en la gama de valores, actitudes y comportamientos, siempre consideró al mar como un amante perfecto. “Lo veía una vez cada tanto –apunta– y cuando me alejaba y sabía que volvía a las piedras (Jacobacci), me empezaba a doler el cuerpo”.

Este lugar le permitió superar dolencias como ataques de pánico y depresión, y entre los beneficios que destaca es que “los primeros meses (luego de tres años de vivir junto al mar) no dormía para disfrutar y llenarme el alma porque fue una paz haber encontrado el amor de mi vida”.

La felicidad plena le llegó por la satisfacción de rescatar mascotas abandonadas en la ruta que conduce a Viedma. “Me cambiaron la vida, y entre una salida y una cerveza en casa, me quedo en casa a tomar la cerveza porque soy muy ermitaña”, concluye.

Luis Ponce cumplió 25 años en el lugar, como almacenero y atleta. Al invierno lo disfruta más que el verano porque en la épocas más tórridas del año trabaja de sol a sol en virtud de que el negocio se le llena de clientes. Pero, en contraposición, destaca que “en verano estamos parados (en lo deportivo). El invierno me permite entrenar”, dice este hombre que sale a competir en distintos puntos del país dentro de la especialidad maratón para el grupo de 45 a 50 años.

Para desplegar su deporte preferido junto a su hijo emplea distintos escenarios: los médanos que le dan fuerza y también la ruta asfaltada en un trayecto de 11 kilómetros entre ida y vuelta. Además, antes de volver al hogar a ducharse suele introducir las piernas en el agua helada del mar para mejorar la circulación. “Algunos que van a pescar me miran extrañados y no entienden nada”, expresa entre sonrisas.

El almacenero reconoce que en invierno “merma mucho el ingreso. Yo podría estar con mi negocio en Viedma donde tengo vivienda, pero esto es como el amor… Significa una compensación, y además en el invierno tratamos de achicar gastos y administrarnos mejor”, dice.

Otro de los que pareciera haber encontrado su lugar en el mundo es el porteño del barrio de Flores, Roberto Fernández. Es artesano y fabricante de ropa. Junto a su compañera venden la producción en Viedma y en la feria artesanal del balneario durante la temporada estival. Pero subraya “en invierno, la playa es para nosotros”.

“Con pulóver, el invierno se banca. Hay trabajo de pintura y podemos alternar vendiendo pescado a la gente que viene el finde”.

Mario González, habitante permanente de la villa marítima.

Luis Ponce cumplió 25 años en el lugar, como almacenero y atleta. Al invierno lo disfruta más que el verano porque en la épocas más tórridas del año no puede hacer ejercicio ni cumplir su entrenamiento.

Incrustado entre el estuario del río Negro y el inicio de los acantilados, el balneario está marcado por una rica historia de pioneros.

Los hitos de la

pequeña localidad

El 26 de diciembre de 1881 encalló en sus costas el buque dinamarqués El Cóndor. El náufrago Pedro Kruuse es el único que echó raíces en esa zona al casarse con la hija de Pedro Martensen, quien casualmente también era de origen dinamarqués. Otro hito fue la instalación del faro del Río Negro el 25 de mayo de 1887. Luego de la primera casa de Massini, aparecieron los Guidi con una construcción de 1923 que aún se mantiene en pie sobre la calle 69, de ingreso principal. La Boca está ubicada a 29 kilómetros de Viedma, cuenta con un Centro de Educación Media virtual para una veintena de adolescentes, y una sala de primeros auxilios con dos médicos y ambulancia.

“Todos por Rulito”

La solidaridad

Los momentos cotidianos que viven las familias están plagados de gestos solidarios. Luego del último temporal, los vecinos auxiliaron a Gabino Muñoz, un sexagenario conocido como “Rulito”, cuyos ingresos se limitan a lo que produce por limpiar patios. Vive en una precaria choza a la que el viento le llevó el techo. Quedó empapado junto a dos perros y un gato. Una vecina le encontró refugio transitorio; otro le consiguió un colchón para que pueda dormir en ese lugar que prefiere no abandonar por las mascotas. Además, el dueño de una rotisería le da alimentos calientes como para que vuelva con la panza llena a su choza. Luego de dejar su Santiago de Chile natal se radicó en Viedma. Un día tomó un bolso, dejó a su mujer, y partió para La Boca. Aquí está desde 1982. “Es muy tranquilo, no tenés problemas con nadie, y la gente me ayuda”.

La tranquilidad, lo más buscado por todos

Para Alberto Domínguez, el cerrajero que en más de una oportunidad aparece como un bombero a destrabar cerraduras, la tranquilidad es el principal privilegio. Luego le siguen los servicios, como el acceso al gas natural y los precios de los comercios, que son similares a Viedma. La desventaja, dice, son el barro y los cortes de luz.

Rosa Arrascoyta coincide con su vecino sobre el sosiego y la posibilidad que otorgan las caminatas de la siesta al lado de las olas o en la avenida costanera.

“Si uno tiene ganas de vivir acá, se llena la salamandra, y por mí… que llueva todo el día”, enfatiza.

Pone tono de preocupación por ciertos casos relacionados con la seguridad. “Hay gente que tiene casa en La Boca y viene poco. Quizás habría que estar más atentos”.

Datos

“Con pulóver, el invierno se banca. Hay trabajo de pintura y podemos alternar vendiendo pescado a la gente que viene el finde”.
Luis Ponce cumplió 25 años en el lugar, como almacenero y atleta. Al invierno lo disfruta más que el verano porque en la épocas más tórridas del año no puede hacer ejercicio ni cumplir su entrenamiento.
Incrustado entre el estuario del río Negro y el inicio de los acantilados, el balneario está marcado por una rica historia de pioneros.

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