A los 83, acampa a orillas de un río en una joya de la Patagonia y pesca estas truchas
Don Alberto Goyenechea tiene dos pasiones: los vinos y las truchas. Por eso cada temporada viaja desde la bodega en Mendoza al Limay Medio, el tramo del río que corre entre Neuquén y Río Negro al norte de la Patagonia. Duerme a su orilla y cuando se despierta, sale a pescar. Mirá cómo le va...
A los 83 años, don Alberto Goyenechea siempre vuelve al mismo lugar para hacer lo que más le gusta: pescar. Sus amigos ya no pueden venir, pero lo acompañan sus sobrinos y así, feliz, es parte del grupo que se hace una escapada desde la bodega en Mendoza y ya en el sur, como todos, sueña con piques imposibles de truchas inolvidables. El lugar elegido: el Limay Medio, que corre entre Neuquén y Río Negro al norte de la Patagonia, conocido en el ambiente de los pescadores por sus marrones y arcoíris de gran porte en este paraíso donde la corriente transparente deja ver el color de las piedras, mientras los caballos galopan en libertad y vuelan las bandadas de avutardas entre los sauces. Este escenario de película tiene su propia banda de sonido: el rumor del río, los relinchos, el canto de las aves y ese chirrido leve, inconfundible y esperanzador de las líneas que se despliegan desde los reels. Por ahí camina don Alberto, con cuidado, para probar suerte desde la orilla, con movimientos lentos para no resbalarse. Duerme a orillas del Limay y cuando se despierta, tras asomarse a esa maravilla, después de desayunar larga la pregunta: «¿Cuándo salimos?»
Son 95 km a partir de la represa Pichi Picún Leufú, en este tramo del río que desemboca en el embalse Ramos Mexía de El Chocón. Sus famosas truchas migratorias que remontan el río en abril y mayo convocan cada temporada a una legión de fanáticos de las cañas y las moscas.
Las aventuras de don Alberto transcurren en la desembocadura en el lago de El Chocón, donde el río no corre encajonado como en el primer tercio del tramo medio. En cambio, se divide en brazos que dan forma a un delta donde hay buenas chances de irse con un buen pique.
Cuando Don Alberto empezó a ir, lo recibía el guía Oscar Blasco. Esa tradición aún continúa entre esos dos hombres que unió la pasión por la pesca. Pablo, el hijo de su primer anfitrión, se sumó al equipo.
«Podría ir a un hotel y estar mucho más cómodo, pero no hay caso, a él le gusta venir al campamento, dormir a orillas del río, no quiere saber nada con otra cosa», cuenta Pablo Oscar Blasco, el guía de pesca rionegrino que con sus amigos levantó a puro esfuerzo un refugio para juntarse a comer y jugar al truco si hace frío o llueve.
También instalaron dos carpones donde hay catres y además el que quiere va con su carpa y su bolsa de dormir. No sobra el lujo, pero si la calidez, la camaradería y las anécdotas que levantan carcajadas alrededor del fogón. Ya se sabe, como dice una frase en la pared de la mítica hostería Chimehuín en Junín de los Andes, meca de la pesca con mosca: «Dios, hazme pescar una trucha tan grande que no tenga que mentir».
Pablo y sus amigos formaron el grupo Limay Medio Desembocadura (LMD). Todos son del Alto Valle: llegan desde Cipolletti, Neuquén, Centenario, Roca. El guía, que suele pescar truchas gigantes de esas que levantan oleadas de admiración, comparte la temporada tanto con ellos como con sus clientes, como don Alberto y su grupo mendocino. Desde La Pampa, se viene nada menos que el gran Chapu Nocioni, el corazón de la Generación Dorada. Todos eluden pararse detrás de sus 2,03 para pescar porque les tapa e panorama. En la última visita firmó una bandera celeste y la blanca dedicada al banda de LMD, que preside hoy el refugio.
¿Cómo llegaron hasta acá los Blasco? “Mi viejo a los 8 años me integró a su grupo y me transmitió la pasión por la pesca. Unos 10 años atrás navegamos 12 km con él para llegar a este lugar -relata Pablo-. Y me enamoré: otro mundo, otro paisaje, Patagonia pura al lado del río. Y esas truchas. Empezamos a venir con los amigos de campamento. Hasta que una vez dejamos una carpa armada y después dijimos vamos a armar algo. Y armamos el refugio”.
Este es el lugar que don Alberto elige cada años. Los pasos ahora son más lentos y las precauciones mayores, pero no le afloja. Oscar, su viejo amigo, lo acompaña y lo guía a sitios con menos pendientes y peligros. Don Alberto pesca de vadeo, desde la orilla, le brilla la mirada. Siempre dice que cada temporada es la última, que ya no está para esos trotes, pero en la siguiente aparece y se le dibuja una sonrisa mientras repite la misma frase: «Qué lindo es esto».
Comentarios