Verano en Las Grutas: así es El Sótano, la playa de los tesoros escondidos

A 8 km de Piedras Coloradas, esta playa encantadora nos deslumbrará con su paisaje en calma, sus historias de pulperos, los pozones cuando baja la marea y el agua cálida del golfo. Lo que hay que saber para ir.

Hay playas que tienen un encanto especial. Una de ellas es el Sótano, ubicada a 8 km del balneario Piedras Coloradas y a unos 14 km al sur de Las Grutas. En ella, como en todas las que están lejos de la zona céntrica, el tiempo parece detenerse, y, por momentos, uno puede abstraerse y soñar con que, de pronto, encontró una costa virgen para dejar pasar el día. 

Una particularidad de esta playa es que la marea no la afecta y siempre queda un lugar donde tirarse a tomar sol. Foto: Martín Brunella

Son muchas las historias que esconde su arena. Es que sus altos acantilados, que la bordean y le dan una presencia única, tienen enormes cuevas que le aportan un toque de misterio. Ahora son ideales para una selfie, pero años atrás, cuándo realmente el turismo no llegaba a ese sector, fueron el refugio de frescos tesoros. 

¿Y qué guardaban allí? Escondían toda la riqueza que surge de las especies que habitan el Golfo San Matías. ¿La principal? Los pulpitos que tanto aman los que se enloquecen por los sabores patagónicos. Ocurre que antes los recolectores costeros de estos animalitos dedicaban gran parte de los meses de calor a seguirlos, acampando para potenciar sus capturas.  

En el lugar no hay servicios y hay que aprovisionarse de lo necesario para pasar el día. Foto: Martín Brunella

Familias enteras de ‘pulperos’ construían viviendas con ramas para garantizarse sombra y un espacio para guarecerse. Recolectaban los pulpos de día y, al anochecer, a bordo de camiones llegaban los ‘acopiadores’, que se llevaban lo obtenido para venderlo. En esas cuevas, que están frescas siempre, dejaban sus baldes. De ahí el nombre ‘Sótano’, que se popularizó. Por ese rol clave que, durante tanto tiempo, cumplieron las grutas que le imprimen su sello. 

Hoy todavía los pulperos pasan por allí de camino a Fuerte Argentino, dónde ahora siguen capturando pulpitos. Pero ya nada es igual a esas épocas en las que vivían al aire libre, para no perder el ritmo de las mareas. Porque la variedad se obtiene en bajamar. 

Hoy todavía los pulperos pasan por allí de camino a Fuerte Argentino. Foto: Martín Brunella

Volviendo a las particularidades de la playa, allí no hay que estar pendientes de la tabla de mareas. Siempre habrá lugar para tirarse a tomar sol, aunque el mar esté alto y ocupe gran parte de la costa. Cuándo el agua se retire, la postal será otra, pero igual de atractiva. Habrá que aprovechar allí una suerte de pozones que se forman entre las piedras, donde el líquido queda apresado. Y son como pequeños jacuzzis para seguir remojándose pese a que las olas estén lejos. 

Habrá que ser cauto, sin embargo, con las caminatas, y tener registro de cuándo será la pleamar. Porque a veces el entusiasmo es mucho y uno camina hacia el horizonte, sin tener en cuenta que va andando sobre el lecho marino, y que al volver el agua hay sectores en los que uno puede quedar a expensas del ingreso del mar, atrapado contra el acantilado. 

Las cálidas aguas del golfo San Matías invitan al chapuzón. Foto: Martín Brunella

Otro punto a tener en cuenta es que, como todo sitio agreste, carece de servicios. Por eso hay que aprovisionarse de todo lo necesario para pasar el día, y no olvidar protección solar y suficientes bebidas para hidratarse. 

El camino es otro punto clave. Es una huella de arena y ripio, por eso lo ideal es ingresar con vehículos todoterreno, para evitar encajarse con móviles que no estarán preparados para la dificultad del trayecto. 

Para dejarse llevar y gozar de cada pequeño detalle del lugar. Foto: Martín Brunella

Lo demás será dejarse llevar y gozar de cada pequeño detalle del lugar. Es que todo es mágico allí. Hasta las rocas que conforman el murallón de piedra que lo recorre. En ellas pueden hallarse ostras fosilizadas, que nos recordarán cuánto tiempo pasó para que el mar, que antes ocupaba muchos más sectores, se retraiga hasta mostrarnos el paisaje que vemos hoy. 

En los murallones se pueden observar ostras fosilizadas. Foto: Martín Brunella

La vegetación árida y la plenitud del cielo colándose por todos lados, entre acantilado y agua, terminarán de pintar una escena ideal para sumergirse en ella, y quedarse disfrutando en calma. Sin la música atronadora de los paradores ni los gritos de los vendedores ambulantes que caracterizan a las playas del centro. 


Otras playas para descubrir


Antes de llegar al Sótano, hay muchas playas para tener en cuenta, que son tan encantadoras como ésa. Para recorrerlas hay que llevar provisiones y manejarse en vehículos todoterreno, porque se vinculan por un sendero de ripio y arena.

-Piedras Coloradas: Es la que primero se encuentra al comenzar el derrotero que nos aleja de las playas del centro, y la única que cuenta con servicios. Allí hay paradores, una biblioteca de adobe y se alquilan carpas y tablas de sandboard para jugar en la arena.

-Morella: Este sector ya no cuenta con servicios. Su nombre está inspirado en la hija de quien, en un momento, armó un precario parador en la zona. Se caracteriza por su calma.

-Los chañares: Esa vegetación bajita tan característica de la aridez patagónica bautiza esta costa en la que convive el verdor agreste con el azul del mar. Un lugar imperdible.

-El buque: Es el refugio de pescadores y de familias que dejan que sus niños se diviertan en los pequeños pozones que forman algunas rocas, que quedan cubiertas de agua cuándo se registra la bajamar. Se llama así porque justamente al bajar el agua emerge la restinga, el lecho marino que es rocoso, y que, en ese punto, alberga grandes piedras que simulan la forma de ese tipo de embarcación.

-El cañadón de las ostras: Las ostras fosilizadas brillan en los acantilados, como si fueran joyas que alguien incrustó. Es que hace 12 millones de años atrás el mar llegaba hasta allí, y ocupaba espacios que fue perdiendo. Su playa es inmensa y tranquila, ideal para desconectarse.


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