Vuelven a trabajar la tierra, en huertas de campo

Comuna de Bariloche e instituciones los apoyan.

Fotos Alfredo Leiva

“Chabela” Toro (centro) volvió a trabajar la tierra hace cuatro años y es la más entusiasta de las productoras. Su papá Paulino, de 85 años, también hace su parte.

SAN CARLOS DE BARILOCHE (AB).- La feria de pequeños productores que el verano pasado comenzó en el barrio Belgrano permitió que numerosas familias vuelvan a entusiasmarse con las tareas que demanda cultivar la tierra. Tal es el caso de la familia Toro, que tiene un campo en Villa Llanquín en el cual cultivan papas, arvejas, lechugas, habas, zanahorias y otras verduras y hortalizas. También construyeron un invernadero, con un subsidio municipal y hoy Nora Isabel “Chabela” Toro volverá a ofrecer su producción en la feria franca.

La historia de los Toro es similar a la de otros integrantes de la llamada “Feria Franca de Horticultores del Nahuel Huapi”, que depende de la subsecretaría municipal de Desarrollo Económico, y tiene apoyo del INTA, la subsecretaría de Agricultura Familiar de la Nación y el Centro de Referencia del Ministerio de Desarrollo Social. Los pequeños productores ofrecen cada sábado de enero y febrero sus productos en la plaza del barrio Belgrano, distante cinco cuadras del Centro Cívico.

Los Toro afirman habitar Villa Llanquín desde los primeros años del siglo pasado. El primero en llegar fue Humberto Toro, abuelo de Chabela, quien vivió allí hasta los 99 años. Al llegar con Filomena Saiz sólo tenía dos vecinos.

Su hijo Paulino, quien hoy tiene 85, todavía se ocupa de algunas cosas y también asegura que no abandonará Villa Llanquín. Chabela explicó que la que trabajó con mucho entusiasmo en el campo es su abuela Filomena, quien sembró “de todo”. Paulino y Luz Esther Bucarey tienen 12 hijos (diez mujeres y dos varones), pero ninguno vive en el predio aledaño al río Limay. Todos optaron por la ciudad de Bariloche.

“Decidí volver a trabajar en el campo hace cuatro años. Tenía necesidad de cultivar mis propias verduras, por lo que le pedí a mi padre que me asigne una parcela donde poder plantar semillas”, explicó. Recordó que su padre la miró con sorpresa y le asignó una linda parcela. “No obstante, estaba llena de yuyos y malezas y tardamos dos años, a pico y pala, para limpiar el predio”, recordó.

Luego, compraron mangueras para el riego y semillas y comenzaron a sembrar. Todo se hizo en forma manual, metro a metro. “El primer año nos la pasamos sacando yuyos, que crecían junto a lo que sembramos”, afirmó.

Con la ayuda de algunos familiares y amigos la huerta prosperó y comenzaron a cosechar arvejas, papas, lechugas y otra veintena de productos. “La mayoría se consumía en casa, eran buenos alimentos para los niños”, explicó.

Hacia fines del 2009 se integró al proyecto impulsado por el municipio y comenzó a ofrecer sus productos al ansioso público que cada sábado llega con bolsas a la plaza Belgrano. En la actualidad lleva alrededor de 4 cajones de verduras frescas a la feria. No tienen vehículo, por lo que deben abonar el costo de un taxi flet. “Vendemos todo, por lo que logramos pagar los costos y queda algo de dinero para la casa”, indicó.

No obstante, reconoció que la producción es limitada y que para poder abastecer algún restaurante o verdulería necesitarían mucho mayor volumen. Se mostró esperanzada de que algunos varones jóvenes se entusiasmen con el trabajo en la huerta, con ello podría aumentar la producción.

Los días sábado una veintena de horticultores ofrecen cerca de una tonelada de alimentos recién cosechados. Zapallitos zucchini del barrio Virgen Misionera, frutillas y frambuesas provenientes de El Manso, acelga, lechuga de distintas variedades, el apio alemán, los rabanitos de tamaño casi irreal y las hierbas aromáticas, son sólo algunos productos.

La oferta tuvo otras originalidades, como las flores comestibles, o las malezas silvestres que reemplazan a las verduras convencionales con un mayor valor nutricional, como son la lechuga de minero o el diente de león. También es posible adquirir plantines de distintas verduras.

Los precios son uniformes y la venta está muy bien coordinada. Cada cliente debe traer su bolsa.

Las arvejas y habas se ofrecen a 12 pesos el kilo, la lechuga a 8 pesos, las frutillas a 18 pesos y los zapallitos a 6. Los ataditos de malezas comestibles (“buenezas”, les dicen) se consiguen a 3 pesos y los rabanitos a 6 pesos el medio kilo. Todos los precios figuran en pizarra.


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