“Belgrano: se llevaron hasta los dientes”

Manuel Belgrano murió a las 7 de la mañana del 20 de junio de 1820. Tenía 50 años de edad y se hallaba en la más absoluta pobreza. Tanto es así que poco antes de morir le entregó a su médico un valioso reloj de bolsillo que aún conservaba de tiempos mejores como pago de honorarios, pues carecía totalmente de dinero.

Su cuerpo fue sepultado en una tumba de tierra, cubierta con una losa que, oficiando también de lápida, sólo rezaba: “Aquí yace el general Belgrano”. La tapa fue confeccionada, según algunos historiadores, con el mármol de una cómoda de la vivienda en que moraba el prócer, y para otros la piedra utilizada provenía de un baño del mismo lugar. La tumba
–ubicada en el atrio de la Iglesia del Rosario del Convento de Santo Domingo, de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires– fue abierta el 4 de septiembre de 1902, a los fines de exhumar los restos de Belgrano para, el 20 de junio de 1903, volver a depositarlos en el mismo lugar, pero en el mausoleo levantado al efecto e inaugurado en esa última fecha.

Al momento de su exhumación, del cuerpo de Belgrano quedaban sólo algunos pocos huesos y varios dientes. Entonces, los representantes del Poder Ejecutivo en tan histórico acto, los ministros de Interior, Joaquín V. González, y de Guerra, general Pablo Ricchieri, se repartieron entre ellos aquellas piezas dentarias, el primero señalando que quería mostrárselas a sus amigos y el segundo, para hacer lo propio frente al general Bartolomé Mitre, según explicaciones posteriores de ambos.

Sólo el escándalo que produjo la difusión pública de aquella apropiación incalificable obligó a que los ministros reintegrasen los dientes a la Iglesia encargada de la custodia del mausoleo. El diario “La prensa” publicó la siguiente nota acerca del acto: “Llama la atención que el escribano del gobierno de la Nación no haya precisado en este documento los huesos que fueron encontrados en el sepulcro; pero no es ésta la mayor irregularidad del acto para honrar al héroe más puro e indiscutible de la época de nuestra emancipación. Entre los restos del glorioso Belgrano que no habían sido transformados en polvo por la acción del tiempo se encontraron varios dientes en buen estado de conservación y se los repartieron el ministro del Interior y el ministro de la Guerra. Este despojo hecho por los dos funcionarios debe ser reparado porque esos restos forman una herencia que debe vigilar la gratitud nacional: no son del gobierno sino del pueblo de la república, y ningún funcionario puede profanarla. Que devuelvan esos dientes al patriota que menos comió en su gloriosa vida con los dineros de la Nación”.

Y la revista “Caras y caretas” publicó una caricatura de aquel momento, en donde Belgrano se yergue desde dentro de su tumba y, señalando con su dedo índice izquierdo a los ministros profanadores, les espeta: “¡Hasta los dientes me llevan! ¿No tendrán bastante con los propios para comer del presupuesto?”.

Joaquín Bertrán

DNI 5.433.822

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