ARA Belgrano

Redacción

Por Redacción

El 2 de mayo de 1982, el crucero ARA General Belgrano fue torpedeado por un submarino nuclear, el Conqueror, cuando había dejado atrás el límite de la zona de exclusión que habían fijado unilateralmente los británicos. Se alejaba de Malvinas luego de intentar establecer contacto con las naves adversarias. Murieron 323 de sus tripulantes, la mitad de las bajas argentinas durante la guerra. El Belgrano era un viejo sobreviviente: había salido indemne del ataque japonés a Pearl Harbour, en 1941. Hacia el final de la Segunda Guerra Mundial, también a los ataques kamikazes y a los torpedos de un sumergible japonés.

El ARA Belgrano fue la nave insignia del almirante Rojas durante el golpe del 16 de septiembre de 1955 contra Juan Domingo Perón. Se llamaba, por aquel entonces, 17 de Octubre. Los golpistas lo rebautizaron con el nombre del creador de la bandera patria.

El Atlántico Sur se tragó al crucero y a sus tripulantes a las cinco de la tarde de un domingo. Las imágenes de las balsas anaranjadas con el Belgrano escorado y los cañones apuntando hacia lo alto son uno de los emblemas de la guerra. Podría pensarse que la historia de ese buque es una metáfora de nuestro país. Por el historial del barco, por los cambios de nombres, hasta el escabroso recorrido de las fotografías del hundimiento tomadas por el teniente Martín Sgut, que terminaron vendidas por un oficial de la Inteligencia Naval argentina al New York Times.

Pero sucede que ese océano es frío y hostil y lo primero que viene a la mente, cada 2 de mayo, son los rostros de los ahogados. Quizás, las diminutas manchas anaranjadas entre las olas, y no queda mucho lugar para nada más.

La silueta del barco es una presencia ominosa en nuestro pasado reciente, y debe ser por eso que algunas de las historias producidas alrededor del hundimiento son, a mi juicio, las más emblemáticas sobre el peso que la guerra de Malvinas tiene para nosotros.

Cómo no conmoverse ante la historia de Verónico Cruz, contada en “La Deuda interna”, una película estrenada en 1988, cuando ya se marchitaba la primavera democrática. Basada en una novela de Fortunato Ramos, la película de Miguel Pereira cuenta la historia de la relación entre un maestro rural en Jujuy y uno de sus alumnos, que quiere conocer el mar. Su momento llegaría a bordo del ARA Belgrano. Fue una primera cachetada: obligaba a pensar el impacto de Malvinas más allá de las discusiones basadas en el papel de los medios, de las lecturas políticas de la guerra, que es lo que habitualmente se agita cada aniversario de la guerra. Invitaba a pensar el impacto que la guerra de 1982 tuvo en pequeñas, muy pequeñas localidades argentinas donde la única vez que la Nación los tocó fue para llevarse a alguno de sus hijos.

Eso mismo leemos en “La marca del ganado”, un cuento de Pablo de Santis. Allí, Malvinas llega para llevarse al hijo del veterinario a la guerra, y regresar a bordo de un Ford Falcon blanco para darle la peor de las noticias a su padre, cuya vida cambiará para siempre.

“El alimento del futuro” es un cuento de Pablo Ramos que narra la historia de un chico de barrio que sobrevive al hundimiento, aunque vuelve con el 60% del cuerpo quemado. Gaby, el sobreviviente, quiere que su sacrificio sirva de lección a los pibes. Los invita a que lo visitan. Les cuenta que las manos ya no le sirven, y tampoco disfruta comer: “Coma lo que coma, todo tiene gusto a tierra y pólvora, y huele a quemado. Todo huele a quemado acá ¿no es cierto?”.

Un hilo invisible trae el dolor y las marcas de esas muertes hasta el presente. En “Sobrevivientes”, la novela de Fernando Monacelli uno de los desaparecidos del Belgrano aparece en una balsa en la Antártida. Encuentran entre sus ropas un cuaderno, en el que llevaba un diario. Más de veinte años después, su madre se entera de que, probablemente, tiene un nieto, y comienza a buscarlo.

El ARA Belgrano es una metáfora de la Argentina no por su historia como barco, sino por sus tripulantes. El año pasado, en el Museo Malvinas publicamos un homenaje al que llamos “recordar y agradecer”. Algunos nos criticaron: señalaron que no había nada que agradecer. Depende a quién. Cada vez que llega el 2 de mayo la verdad es que yo recuerdo un atardecer de junio, en el asfalto que entra a Baigorrita, un pueblo muy pequeño de la provincia de Buenos Aires. La avenida de acceso se llama “Avenida Soldado Miguel Ángel Soriano”, y es un muerto del Belgrano. Si uno se para y mira hacia la ruta, solo se ve un monolito y un mástil: con un poco de imaginación, esa tarde oscura de junio, desde la pampa se podía llegar al mar; el atardecer borraba los volúmenes y mezclaba los colores. Todo era ese inmenso mar gris. Al pie del mástil, todavía quedaba una corona reseca, seguramente restos de un acto del 2 de mayo. Esa fotografía es para mí la memoria de los tripulantes del Belgrano.

Recordar y agradecer, sí. Yo les estoy muy agradecido al Verónico y a tantos como él, que en nombre de todos conocieron de esa forma definitiva el mar.

Las historias producidas alrededor del hundimiento son, a mi juicio, las más emblemáticas sobre el peso que la guerra de Malvinas tiene para nosotros.

Es una metáfora de la Argentina no por su historia como barco, sino por sus tripulantes. Un hilo invisible trae el dolor y las marcas de esas muertes hasta el presente.

Datos

Las historias producidas alrededor del hundimiento son, a mi juicio, las más emblemáticas sobre el peso que la guerra de Malvinas tiene para nosotros.
Es una metáfora de la Argentina no por su historia como barco, sino por sus tripulantes. Un hilo invisible trae el dolor y las marcas de esas muertes hasta el presente.

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