De repente el dolor lo golpeó

Desde Salud acompañó a enfermos oncológicos; ahora pelea para que el crimen de su hijo no quede impune

Gente de acá a la vuelta: Luis Albornoz , enfermero de El Bolsón

Aún cuando dedicó todo este año a pedir justicia por el asesinato de su hijo Matías, Luis Albornoz, un enfermero con 37 años de profesión en el hospital de El Bolsón, es también gestor de un grupo de ayuda para enfermos oncológicos sin recursos, militante peronista “de toda la vida” y exfuncionario municipal, que trabajó por los discapacitados de toda la región.

“No me veo jubilado, creo que hasta el último día de mi vida voy a estar trabajando por los demás, es algo que viene con cada uno esa capacidad de encender un fueguito en el alma de otro ser humano”, reconoce.

“Siempre me marcaron mucho los enfermos oncológicos, la gente humilde, con la que invariablemente me conecté de otra manera, con otra sintonía, otra empatía, otra llegada. Ese es un don que no te lo enseña la universidad. Lo tenés o no lo tenés. Podés ser un excelente profesional, pero si no podés generar esa conexión, ponerte en el lugar del otro, no lograrás entender que hay una historia de vida detrás de cada paciente”, resaltó.

Nacido a principios de 1960 en la costa del lago Azul, un verdadero paraíso cordillerano cerca de Llanada Grande (Chile), “era apenas un bebé cuando mi mamá (doña Hube), con mi tía Maggie (dos de las cocineras más conocidas de la zona), se vinieron para El Bolsón. Volví al campo del abuelo siendo ya un hombre grande. Fue un momento muy fuerte, sentí como que había estado en ese lugar toda la vida, allí estaban mis raíces”, valoró.

Su vocación por la sanidad la descubrió “apenas terminé el secundario en el Nacional de Bariloche, en la época en que me sortearon para la colimba. Me tocó número bajo (077), así que después de hacer los trámites en Viedma pasé directo para Buenos Aires con la idea de entrar al ciclo básico de la carrera de medicina”. “Me fue mal en uno de los exámenes y dejé. En el Hospital de Clínicas hice el curso de auxiliar de enfermería, que duraba un año. Entré a trabajar a los 18 años en el sanatorio Güemes y después en el hospital Israelí, aunque por esos años –en plena dictadura- sufrí la persecución por mi actividad gremial”, recordó. Finalmente, el 18 de febrero de 1989 “rendí un concurso en Salud Pública e ingresé al hospital de Bariloche. Poco tiempo después pedí el traslado a El Bolsón, siguiendo a mi familia”.

P- ¿En qué momento se acerca a los enfermos oncológicos?

R- Un día, en el viejo hospital, estaba mirando por una ventana y veía a gente subiendo a una combi. Pregunté a mi jefa y me contestó: ‘Esos son los cancerosos que los llevan a hacer quimioterapia a Bariloche’. ¿Y porqué no se la hacen acá?, le consulté. ‘Dejate de hinchar, no empecés con ideas raras’, me cortó. A partir de entonces, para mí fue un desafío. Me junté con Norma (la esposa de Eduardo, uno de los primeros pacientes que atendimos), quien me presentó a otros familiares en las mismas condiciones, pero no estaban organizados. Formamos un grupo (ADEO, amigos de enfermos oncológicos) y empezamos a trabajar en UPCN con la premisa de evitar ese viaje tortuoso a Bariloche y acompañarlos en el transitar de su enfermedad. Fueron cientos de historias y anécdotas vividas, pero que también nos marcaron muy profundo, nos enseñaron a ser más sensibles, a practicar la solidaridad en serio.

Después pasamos a ser una asociación civil, con personería jurídica (Alcecap 42º). Ahí es cuando comienzan a surgir las diferencias, porque un grupo de señoras decide hacer únicamente prevención, mientras que ADEO siguió haciendo contención y ayuda al enfermo oncológico y a sus familiares, siempre de escasos recursos.

P- ¿Se terminaron dividiendo?

R- Sí, porque también uno se da cuenta del poder hegemónico que manejan los médicos desde lo corporativo. Comenzamos a tener problemas porque les tocamos el bolsillo. Hay mucho dinero en juego y los laboratorios siempre les van a subsidiar sus actividades. Con el tiempo fuimos sufriendo mucho desgaste, poniendo el cuerpo a situaciones conflictivas, incluso fui muy combatido en el ambiente del hospital. Hasta pensé seriamente en irme a Chubut.

Los recuerdos adolescentes que tiene Luis Albornoz de su pertenencia justicialista se remontan a la jornada en que “el general Perón echó de la plaza a ‘esos idiotas imberbes’. Me había llevado mi tía María Inés y estaba subido a un árbol para ver mejor. En la estampida se me quedó enganchado de una rama un zapato nuevo, acharolado, pero había que correr para que no nos pise la multitud”. Con todo, remarcó que “el peronismo es algo que llevás en las venas, algo que sentís desde las tripas. Tuve muchos compañeros desaparecidos”.

Desde 2011 formó parte del gabinete del intendente Ricardo “Caleuche” García (FpV). Aún cuando reconoce que “me fui desilusionado porque no se pudo trabajar en equipo y cada funcionario terminó haciendo una patriada por su lado”, desde su cargo de coordinador de la Casa del Sol quedó “marcado a fuego por el trato con los discapacitados”.

Al respecto, destacó que estuvo “muy apoyado por la gente de la Conadis, que ayudó a cristalizar proyectos como la plaza integradora, la compra de un vehículo especial, muchos aparatos ortopédicos y hasta el desarrollo de un observatorio regional de discapacidad”.

“Usamos la trafic para atender a la gente en terreno –agregó–, para acercar soluciones con los recursos disponibles del Estado, sacando las instituciones del ámbito frío de los escritorios. Hubo un caso que me quedó grabado: en el paraje Chacay Huarruca (cerca de Ñorquinco) encontramos a un muchachito que no caminaba y la familia lo manejaba con una soguita. Estaba sentado siempre en una silla común, aislado del mundo. Se le pudo suministrar una silla ortopédica y otra serie de elementos que le mejoraron sustancialmente su calidad de vida”.

Su hijo, Matías Albornoz (29), fue el remisero asesinado en febrero pasado en el límite entre El Bolsón y Lago Puelo. Por el crimen hay un detenido en Esquel y varios imputados. Por estos días se discute la fecha del juicio definitivo. “Siempre estuve acompañando el dolor de otros y de repente me golpeó a mí de lleno”, acotó Luis sin poder evitar que sus ojos se llenen de lágrimas.

P- ¿Es duro pasar todos los días frente a la casa de uno de los involucrados?

R- Sí, lo tengo a cuatro cuadras, pero no me mueve el rencor, sino las ansias de justicia. Cada día le pido al juez que no le tiemble la mano y que entienda que detrás de ese fárrago de papeles del expediente está la vida de un muchacho al que le truncaron los sueños. Como familia necesitamos cerrar este capítulo, hacer el duelo, también hay una nieta que está esperando justicia por su papá, una abuela de 78 años a la que le quitaron su compañero. Ese día voy a poder descansar.


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