50 años de «Atom Heart Mother», el disco bisagra de Pink Floyd

El 2 de octubre de 1970, la banda editaba su quinto disco, que funcionó como despedida al sonido que caracterizó sus inicios y como puerta de entrada al rock progresivo.

LG Wood tenía el flamante disco de Pink Floyd en sus manos. Lo miraba atentamente, como tratando de descubrir el truco. Porque en algún lado debían estar el nombre de la banda y el del disco. Pero no, la portada sólo era protagonizada por una vaca que miraba como si el fotógrafo le hubiera chistado y esta se hubiera dado vuelta para ver de quién se trataba.
El ejecutivo de EMI, encargado de firmar todas las tapas de la discográfica, insistía en que algo debía tener esa carátula. Revisó los sobres internos y la contratapa y sólo se encontró con más vacas lecheras y más campiña inglesa.


Pero la tapa de “Atom Heart Mother”, el quinto disco de Pink Floyd, editado el 2 de octubre de 1970, hace exactamente cincuenta años, es sólo el final de la historia. El principio, si es que un disco lo tiene, nos lleva a los últimos meses de 1969, tiempo de sequía de ideas para la banda y de un proyecto de banda de sonido que no iba a funcionar.
Los músicos habían viajado a Roma para musicalizar Zabriskie Point, a pedido de su propio director, el italiano Michelangelo Antonioni.

Pink Floyd 1970: Rick Wright, David Gilmour, Roger Waters y Nick Mason.

El proyecto se empantanó, Pink Floyd duró dos semanas en Roma y luego volvió a Inglaterra. Zabriskie Point finalmente se estrenó en febrero de 1970 y fue un rotundo fracaso. La banda sonora incluía sólo tres temas de Pink Floyd. Sin embargo, las tomas desechadas de ese proyecto contenían una secuencia musical alrededor de la cual la suite de “Atom Heart Mother” explotaría. Las ideas empezaban a aparecer.


“Atom Heart Mother” es un disco evidentemente de transición no sólo estética y conceptual, ya que comienza a alejarse de la psicodelia que caracterizó su música hasta entonces; también expone las últimas influencias de Syd Barret, su genio fundador y principal compositor hasta que LSD fritó su cerebro. Aunque ya alejado de Pink Floyd desde hacía un par de años, el sonido de Barret aún seguía ahí.


El disco está conformado por cinco composiciones, pero la primera, que le da nombre al álbum, con sus casi 24 minutos de duración se lleva todo el lado A. El lado B contiene tres canciones – “If” (Waters), “Summer ‘68” (Wright) y “Fat Old Sun” (Gilmour). Lo cierra una cuarta composición, “Alan’s Psychedelic Breakfast”, firmada por los cuatro músicos. Se trata de una suite experimental de 13 minutos, donde la música se combina con sonidos domésticos como una pava hirviendo o el tocino friéndose en una sartén.

La icónica tapa de la vaca lechera, una idea tan dislocada como el título del disco.


Pero volvamos a “Atom Heart Mother”, la canción. La banda había estado tocándola en vivo durante algunas semanas, ajustando aquel arreglo de los días en Roma, pero los cuatro músicos coincidían en que le faltaba algo. Y ese algo que faltaba, concluyeron, eran una orquesta y un coro. Había llegado el turno de Ron Geesin, un banjista, pianista, poeta y escritor conocido de Nick Mason que no estaba muy familiarizado con la música de la banda, algo que terminaría por alejarlo del proyecto dejándolo inconcluso.

Geesin escribió las partituras de la suite, pero encontró demasiadas dificultades y decidió irse. Su reemplazo fue John Alldis, un respetado director musical y erudito coral.


Es tiempo de volver a la tapa. La encargada de desarrollarla fue, como los discos anteriores de la banda, la muy creativa agencia Hipgnosis, quien propuso la famosa vaca siguiendo la idea del grupo de despegarse de la estética psicodélica que la caracterizaba. Propusieron poner una vaca en la portada casi como una broma, pero a la banda le encantó la idea.
Y al igual que la tapa, el título del disco también está fuera de todo contexto con la obra. Roger Waters hojeaba las páginas del Evening Standard hasta que se detuvo en una historia titulada “La madre del corazón atómico nombrada’, sobre una mujer de 56 años, Constance Ladell, a la que se le había colocado un marcapasos de plutonio radioactivo. A Waters se le iluminó la mirada: había encontrado ese título que nada tenía que ver con nada de ese disco, como había sucedido con la tapa.


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