50 años de «Sticky Fingers»: los Stones en estado de gracia

El 23 de abril de 1971, Los Rolling Stones editaban uno de sus mejores discos, si no el mejor, con sus músicos y su productor de entonces envueltos en turbulencias externas e internas, pero en su punto máximo de inspiración.

Tres cosas en la vida de Los Rolling Stones sucedieron un 23 de abril: en 1965, comenzaron la trascendental primera gira (norte)americana para promocionar su álbum “The Rolling Stones, Now!”, tercero editado por la banda en EE.UU., pero no estamos aquí para hablar de él. Otro 23 de abril, pero de 1976, editaban “Black and Blue”, a esa altura el 13° disco publicado por ellos en Inglaterra y el 15° en EE.UU., pero tampoco estamos aquí para hablar de él. Estamos acá para hablar de “Sticky Fingers”, editado, sí, un 23 de abril de 1971. ¿Cómo es posible que un disco que cumple medio siglo aún nos rompa la cabeza? Pues bien, es lo que suele suceder con eso que llamamos clásicos. 

“Sticky Fingers” es el resultado de una banda en estado de gracia. Acorralados por las adicciones y los asuntos legales -por las drogas, pero también por asuntos financieros mal resueltos- aún shockeados por la muerte nunca del todo aclarada –como suele suceder con todas las muertes en el rock- su carismático y talentoso líder Brian Jones y urgidos de reemplazarlo de un modo u otro, la banda dio forma a un disco que, si hubiese sido lo último, habríamos tenido todo lo necesario. 

Dicho esto, digamos qué es una banda en estado de gracia: una que, en su peor momento, es capaz de sacar un disco extraordinario. Allí donde cualquier banda se autodestruiría, en ese lugar, una como los Stones logra que todo funcione, que todo lo malo, y en ellos, en ese momento, todo era malo, se canalice creativamente. Hicieron su mejor música mientras todo alrededor suyo –y más acá también- era un desastre. 

Aunque editado un día como hoy de 1971, el disco comenzó bastante tiempo antes, a fines de 1969. Para entonces, la banda ya había grabado dos de las placas que conformarían el póker de ases de su discografía, “Beggars Banquet” (1968) y “Let it Bleed” (1969), y trataba de sobreponerse, a su modo, claro, a la muerte de Brian Jones, ocurrida en julio de 1969.  

Warhol & Jagger. Fue el cantante quien le pidió al artista que trabajara sobre la portada del disco y sobre un logo para la banda.

Pero hubo algo más: Los Beatles iban rumbo a la disolución y ya no los representaba Andrew Loog Oldham, el tipo que, no solo los impulsó a ser una banda de rock en tiempos de Los Beatles, sino que entendió perfectamente el modo en que Los Rolling Stones debían actuar al respecto.  

Pero ya era tiempo de un cambio y el cambio tuvo nombre y apellido: Jimmy Miller, un productor por entonces treintañero que reformuló la estética sonora stone al punto de convertirla en algo así como el canon stone: como imaginamos que suena la banda es como hizo Miller fue que la hizo sonar. Miller los produjo hasta “Goats Head Soup” (1974)… y se nota. 

El disco comenzó de algún modo en la casa de campo de Mick Jagger en Newbury, en las afueras de las afueras de Londres. Allí trabajaron con algunas cosas que ya tenían del año anterior y le agregaron las novedades para lo que sería “Sticky Fingeres”, pero era tal el estado de gracia de la banda que incluso generaron en ese clima de caos creativo temas para el siguiente álbum, “Exile on Main St.” joyas como “Tumbling Dice”. En 1970, el trabajo osciló entre el campo y los Olympic Studios de Londres. 

La portada original de «Sticky Fingers» con el cierre real que se podía subir y bajar, todo idea de Andy Warhol.

Estas canciones contaron con el aporte de Mick Taylor, quien había tomado el lugar dejado por Brian Jones. El cambio fue notorio, por cierto. Taylor, que dejaría la banda no mucho tiempo después, le dio una impronta de rock blues que destila no solo en “Sticky Fingers”, sino en toda su etapa en la banda, breve, por cierto. 

De las diez canciones que lo componen, es sin duda “Brown Sugar”, la más famosa de todas, una oda a la droga, más precisamente a la heroína a la que Ketih Richards era profundamente adicto. Otras gemas son “Sister Morphine”, “Dead Flower”, “Moonlight Mile”, con aportes decisivos de Taylor y Jagger en la guitarra acústica y “Wild Horses”. 

Como si sus canciones no fueran suficiente, “Sticky Fingers” cuenta con una de las portadas más icónicas del rock. Y a la vez más originales. Diseñada por Andy Warhol a pedido de Jagger, mostraba la entrepierna de uno de sus modelos, Joe Dalessandro, enfundada en ajustados jeans con un cierre de verdad ¡que se podía subir y bajar! ¿Quería que fuera Warhol? Pues ahí lo tenía. 

Pero no todo se agota aquí: también fue este el disco con el que la banda estrenó su propio sello, Rolling Stone Records, y su respectivo logo: esa famosa lengua roja, también obra de Warhol. 

“Sticky Fingers” lo tuvo todo: canciones inoxidables, turbulencias como para voltear cualquier banda de rock que se precie de tal, estética suficiente para calar profundo generación tras generación. Y recién era 1971. 


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