La despedida al presidente maldito

Cómo tratará la historia a De la Rúa es una pregunta que acompaña al ex presidente desde el día de su renuncia, aquel trágico 20 de diciembre. Sus contemporáneos han sido –hemos sido- impiadosos con él. A De la Rúa le tocó administrar el desenlace de la más extraordinaria crisis económica que vivió la Argentina en su larga historia de fracasos, muchas de cuyas huellas aún podemos advertir hoy. Su liderazgo, débil, no estuvo a la altura del reto.

La expectativa que despertó la llegada de De la Rúa al poder hizo que la frustración fuera mayor. Fue en 1999 el primer presidente electo que protagonizaba un episodio de alternancia en más de 80 años, y también el primero en vencer al peronismo en el poder. Tal vez puede encontrarse allí el verdadero material con que se edificó esa decepción: la coalición entre la UCR y el progresismo que sucedió a Menem nunca mostró ni los consensos ni la lucidez que se necesitaban para gestionar los desafíos con los que los argentinos le habían confiado el poder después de la década menemista. Aquella demanda social, que mezclaba el saneamiento institucional, la recuperación de la actividad económica y la garantía de la estabilidad mágica del 1 a 1, parecía incumplible para una alianza atravesada por profundas diferencias, recelos y traiciones. Lo fue.


La renuncia del vicepresidente Chacho Alvarez, en octubre de 2000, precipitó la crisis política que acabaría en crisis social y caída. De la Rúa tuvo sin embargo previamente una oportunidad en los primeros meses de 2001, cuando intentó reconstruir su gobierno con el nombramiento de Ricardo López Murphy al frente del ministerio de Economía. El anuncio de un programa de austeridad que hoy parecería incluso ligero lo vació de apoyos entre lo que quedaba de la alianza de gobierno.

Con los hechos vistos dos décadas más tarde, De la Rúa nunca pareció estar más cerca de salvar a su gobierno que cuando siguió sus propias convicciones, en el fugaz período de la administración de López Murphy. Volvió a mostrar vacilaciones y falta de determinación –como toda la Alianza, hay que decir-, fracasó en la construcción de una nueva coalición y decidió delegar la conducción de la crisis. La llegada de Domingo Cavallo al gobierno montó a la Argentina en una montaña rusa que la llevaría a estrellarse.


Las decenas de muertes que provocó la crisis de 2001 son probablemente la deuda más grande de su gobierno, lo alejan de la caricatura y confirman su lugar de presidente maldito. La política nunca ha ofrecido una respuesta convincente ante aquel desastre.

No se puede desconocer el papel del peronismo en esos días trágicos que marcaron para siempre la trayectoria política de un hombre que había mostrado siempre un fuerte compromiso con la democracia. El movimiento de Perón, también roto y fragmentado tras la experiencia de Menem, y que administraba la monstruosa provincia de Buenos Aires, reveló su paradoja fundamental: fue entonces uno de los garantes de la estabilidad del sistema. Y al mismo tiempo su principal amenaza.


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