Apostar al atraso

Para justificar la estrategia de sustitución de importaciones que, por motivos fiscales, ha adoptado el gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner, tanto los voceros oficiales como los sindicalistas y empresarios de sectores poco competitivos que la apoyan dicen que sirve para defender fuentes de trabajo, ya que a su entender no tiene sentido comprar en el exterior bienes que podrían producirse fronteras adentro. Aunque críticos de la política así supuesta señalan que los beneficios laborales no son tan grandes como suele suponerse, puesto que a la larga la ineficiencia resultante frena el desarrollo en ámbitos que de otro modo suministrarían muchos empleos de calidad, mejorando así el estándar de vida del conjunto, no se equivocan por completo los convencidos de que en una economía relativamente cerrada habría menos desempleados que en una más abierta. Al fin y al cabo, en una economía protegida contra la competencia externa las exigencias laborales serán menores, factor éste que en una sociedad con tantos problemas educativos como la argentina no puede pasarse por alto. Por lo demás, los empresarios o, en el sector público, los funcionarios, no tendrán que preocuparse tanto por la eficiencia, detalle que en el caso de muchos es de suma importancia. En todos los países del mundo, los dirigentes políticos se ven obligados a tomar en cuenta no sólo el desafío planteado por la competencia internacional sino también el nivel de preparación de la mano de obra disponible. Compatibilizarlos no es fácil. Si optan por privilegiar la eficiencia, propenderá a aumentar la desocupación, a menos que quienes corren el riesgo de perder su trabajo debido a la introducción de nuevos métodos y de la incorporación de tecnología sofisticada adquieran rápidamente las aptitudes necesarias para cumplir tareas esenciales en “la economía del conocimiento”. He aquí una causa del aumento reciente de la tasa de desocupación en los países menos competitivos de Europa y también, aunque de forma atenuada, en Estados Unidos. En cambio, si los encargados de gobernar un país dan prioridad al empleo, terminarán resignándose al atraso, alternativa que en el mundo actual podría tener consecuencias muy negativas. Pues bien: hace muchos años nuestros gobernantes optaron por un “modelo” económico corporativo escasamente competitivo, por entender que sería capaz de brindar empleo a muchísimas personas que en otras latitudes tendrían pocas posibilidades de encontrar un lugar digno en la fuerza laboral. Pudieron hacerlo porque, merced a la productividad del campo, aquí ha sido posible subsidiar directa o indirectamente a la industria y a la variedad muy grande de actividades calificadas de “servicios”, pero los costos acumulados han sido enormes. De todos modos, los intentos de modificar radicalmente dicho “modelo”, como el emprendido por el ex presidente Carlos Menem en la década final del siglo pasado, fracasaron porque, entre otras cosas, eliminaron una cantidad impresionante de fuentes de trabajo sin ofrecerles a los perjudicados oportunidades para adaptarse a las nuevas circunstancias. A partir de entonces, los gobiernos del ex presidente interino Eduardo Duhalde –un enemigo declarado de las nuevas tecnologías que en una ocasión, antes de instalarse en la Casa Rosada, se afirmó resuelto a no permitir el uso de robots en la provincia de Buenos Aires– y los Kirchner no manifestaron interés alguno en impulsar reformas con el propósito de modernizar la economía nacional para adecuarse a los tiempos que corren. Hasta ahora, la apuesta al atraso de los gobiernos hostiles al “neoliberalismo” que se han sucedido en el poder desde la implosión de la convertibilidad ha resultado exitosa en términos políticos, pero no hay ninguna garantía de que seguirá contando con la aprobación mayoritaria si, como algunos prevén, los esfuerzos del todopoderoso secretario de Comercio Interior, Guillermo Moreno, por cerrar herméticamente la economía desembocan en la parálisis de partes importantes del “aparato productivo” y en la consiguiente pérdida de una multitud de puestos de trabajo, además de un aumento sustancial del costo de vida ya que los bienes fabricados por empresas no competitivas siempre son más caros, a veces mucho más, que los importados.


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