¿Borrón y cuenta nueva?
La volatilidad política hace que las figuras populares de un mes puedan verse despreciadas al siguiente.
A primera vista, es muy atractiva la propuesta de los gobernadores José Manuel de la Sota, Carlos Reutemann y Felipe Solá de que en los próximos comicios se renueven todos los cargos electivos. Después de todo, nadie ignora que la ciudadanía no se siente dignamente representada por sus «dirigentes» actuales, de ahí la popularidad del eslogan «que se vayan todos». Sin embargo, no se da ninguna garantía de que elecciones generales sirvan para producir cambios realmente profundos. Aunque sería probable que el Congreso perdiera a muchos veteranos que a su modo simbolizan «la vieja política», también podría ingresar una multitud de semidesconocidos que, por haberse formado en los aparatos partidarios tradicionales, no tardarían en mostrarse iguales a sus antecesores. Asimismo, puesto que es de prever que las próximas elecciones sean celebradas antes de marzo del año que viene o, en el caso de que cayera pronto el gobierno de Eduardo Duhalde, antes del fin del año corriente, los votantes no contarían con mucho tiempo para familiarizarse ni con los diversos candidatos ni con sus planteos. Por su parte, muchos políticos, convencidos como siempre de que la mejor forma de congraciarse con el electorado consiste en «luchar» denodadamente contra cualquier medida que podría parecerle antipática, no vacilarían en entregarse a una orgía demagógica sin que hubiera otros que, por no tener que revalidar sus títulos, procuraran actuar con más responsabilidad, asegurando de esta manera que el período preelectoral resultara no meramente caótico, sino también muy destructivo.
Es que el aspecto más negativo de la propuesta de los gobernadores tiene que ver con el clima de confusión imperante. Como indica la idea misma de hacer caducar todos los mandatos, el país está pasando por un período de volatilidad política en el que las figuras más populares de un mes bien podrían verse convertidas en las más despreciadas del siguiente. De haberse celebrado elecciones presidenciales en diciembre pasado, el entonces gobernador bonaerense Carlos Ruckauf podría haber triunfado sin demasiados problemas; en la actualidad, empero, sus posibilidades serían mínimas. Por lo tanto, se daría el riesgo cierto de que elecciones generales catapultaran a posiciones de poder a conjuntos de individuos que disfrutaran de un momento pasajero de fama mediática, pero que poco después se verían repudiados por la mayoría de sus compatriotas.
En política, las «soluciones mágicas» suelen ser tan poco comunes como son en economía. Por negativo que haya resultado ser el continuismo excesivo que ha permitido a políticos desgastados aferrarse a posiciones de mando durante décadas, el sistema existente según el cual sólo se renueva una proporción de los cargos en un año determinado tiene sus méritos. Por lo menos impide que se produzcan virajes abruptos atribuibles a la veleidad de un electorado que tiene motivos de sobra para sentirse desconcertado. El planteo de De la Sota según el cual es necesaria una limpieza completa porque «es lo que quiere la gente» es incompatible con la democracia representativa, esquema que, entre otras cosas, significa que los gobernantes y legisladores puedan independizarse hasta cierto punto del humor cambiante de la gente.
Las deficiencias de nuestra democracia son muchas y no cabe duda de que una consiste en la resistencia de los jefes a dar un paso al costado cuando ya se ha hecho patente que su liderazgo se basa menos en su capacidad para hacer aportes útiles a la sociedad que en los intereses de su clientela, en primer lugar de la parte conformada por legisladores que han debido su elección no a su propio talento sino a su ubicación en una lista sábana. De más está decir que los vicios así supuestos no se verían extirpados mediante elecciones. Hasta ahora, la política nacional se ha caracterizado por la virtual inmovilidad de las corporaciones clientelistas, de inclinaciones monopolistas, que la dominan y es claramente necesario que se apliquen reformas destinadas a permitir una mayor fluidez. Con todo, no convendría en absoluto pasar del extremo actual a otro que a su vez crearía problemas acaso más espinosos aún.
A primera vista, es muy atractiva la propuesta de los gobernadores José Manuel de la Sota, Carlos Reutemann y Felipe Solá de que en los próximos comicios se renueven todos los cargos electivos. Después de todo, nadie ignora que la ciudadanía no se siente dignamente representada por sus "dirigentes" actuales, de ahí la popularidad del eslogan "que se vayan todos". Sin embargo, no se da ninguna garantía de que elecciones generales sirvan para producir cambios realmente profundos. Aunque sería probable que el Congreso perdiera a muchos veteranos que a su modo simbolizan "la vieja política", también podría ingresar una multitud de semidesconocidos que, por haberse formado en los aparatos partidarios tradicionales, no tardarían en mostrarse iguales a sus antecesores. Asimismo, puesto que es de prever que las próximas elecciones sean celebradas antes de marzo del año que viene o, en el caso de que cayera pronto el gobierno de Eduardo Duhalde, antes del fin del año corriente, los votantes no contarían con mucho tiempo para familiarizarse ni con los diversos candidatos ni con sus planteos. Por su parte, muchos políticos, convencidos como siempre de que la mejor forma de congraciarse con el electorado consiste en "luchar" denodadamente contra cualquier medida que podría parecerle antipática, no vacilarían en entregarse a una orgía demagógica sin que hubiera otros que, por no tener que revalidar sus títulos, procuraran actuar con más responsabilidad, asegurando de esta manera que el período preelectoral resultara no meramente caótico, sino también muy destructivo.
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