Cae la popularidad del presidente Mujica

GUSTAVO CHOPITEA (*)

Las cosas para el peculiar presidente del Uruguay, José (“Pepe”) Mujica, se siguen complicando en su propio escenario político doméstico. Lenta, pero inexorablemente. La imagen de encabezar una gestión caótica e ineficiente se ha traducido ahora en una notoria caída de la aprobación a su gobierno y en su propia imagen personal. Como cabía esperar, obviamente. Así lo confirman las encuestas emanadas de la consultora Cifra, que fueron dadas a conocer por el matutino “El País”, de Montevideo. En efecto, desde noviembre del año pasado, cuando el romance de Mujica con sus muchos partidarios orientales comenzara a deteriorarse, la aprobación a su gestión descendió abruptamente. Nada menos que ocho puntos porcentuales. Cayó del 48% a un ahora peligroso 40%. En espejo, su popularidad personal también descendió. En este caso, del 53% al 49%. Lo que evidencia que, como suele suceder, su imagen personal está deteriorándose algo más lentamente que el juicio popular sobre su gestión de gobierno. La cuota de simpatía que innegablemente emana de su personalidad lo justifica. Pese a que la imagen de su esposa, la radical y algo arrogante senadora Topolansky, no lo ayuda para nada, ciertamente. En esto también ha influido seguramente el desconcertante manejo de “la relación” con la Argentina kirchnerista, que los orientales consideran como demasiado sumisa. Y el fracaso de la desordenada puesta en marcha de la iniciativa con la que, de pronto y sin decir “agua va”, se pretendió legalizar el consumo de marihuana en la Banda Oriental. Tan mal organizada estuvo esa iniciativa que finalmente se debió dar con ella una precipitada marcha atrás, luego de que se descubriera que, materializándola, Uruguay incumpliría claramente varias de sus obligaciones derivadas de tratados internacionales y multilaterales de los que el país vecino forma parte desde hace rato. Lo que sorprendió a su inexperta “tropa propia”, que aparentemente no había advertido esa seria circunstancia. Ser opositor, queda claro, es mucho más fácil que gobernar un país, de frente a todos sus habitantes y con el límite normal, que es el de la prudencia en medio de una gestión que, si no es eficiente, destiñe inevitablemente a quien tiene el timón del poder político en sus manos. La contrapartida de esto es ciertamente el ya evidente ascenso de los partidos tradicionales de oposición, que comienzan a aparecer como una posible opción en un país que sabe que debe ajustar su marcha y no perder el dinamismo con el que ha venido operando positivamente todo a lo largo de los últimos años. Aprovechando en pleno el “viento a favor” de la modificación de los “términos de intercambio” derivado del sustancial aumento de las materias primas agropecuarias. A diferencia de la República Argentina, que lamentablemente ha dejado pasar –miserablemente– esta gran oportunidad verdaderamente única. Los blancos y los colorados respiran un aire nuevo y sus actitudes, dichos y propuestas están siendo más escuchados. (*) Analista Internacional del Grupo Agenda Internacional


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