“Ampliación de la 22: nunca debió construirse”

Esta frangollada y costosa obra comenzó su proyecto de autovía en la Ruta 22 en el 2004, con la errónea idea de concluir 95,87 kilómetros desde Chichinales hasta el cruce a la Isla Jordán, en Cipolletti. Han pasado diez años y sólo han concretado 20,5 kilómetros de Chichinales a Godoy. Las cuatro etapas restantes han sido contratadas pero, por motivos que era dable esperar para gente idónea en el tema obras, están semiparalizadas, principalmente por falta de pago, reformas varias de proyecto sobre la marcha y porque la ampliación cuesta una fortuna, cuatro veces más que una ruta nueva común, lo que a ojos vista hace que la finalización sea totalmente incierta y estimada en varios años más. Las constructoras, si no cobran, reducen el personal y paran los equipos, total tienen la pava echada. Ahora los proyectistas de Vialidad Nacional se tienen que romper la cabeza para solucionar este entuerto, donde el paso de los años indica que la autovía inicial no alcanza para la cantidad actual de tránsito y menos para el futuro y es necesario transformarla entonces en autopista. Es así que seguramente aparecerán cruces, giros y rulos elevados por doquier, lo que disparará, no a las nubes sino al espacio sideral, los costos exorbitantes que ya existían. Las constructoras, contentas y los usuarios, esperando por años. Y se olvidaron de los nueve kilómetros restantes del cruce Isla Jordán-Cipolletti y la gran rotonda a Neuquén. En este tipo de emprendimientos, cuando algo está muy mal diseñado de entrada es imposible solucionarlo a costos razonables. Queda claro, entonces, que la culpa de todo este embrollo la tienen los políticos metidos a urbanistas que en lugar de diseñar una ruta nueva –por ejemplo, por la barda norte del Valle, al 20% del costo actual– hubieran solucionado en dos años el problema de una vez por todas y para decenas de años, tal cual lo hizo Neuquén. Ahora, “andá a cantarle a Magoya” o, mejor dicho, al contador Predanti, entonces jefe de la ex-Viarse, que contrató directamente en un millón de pesos este adefesio de diseño en el que ni siquiera enderezaron las curvas y que deberemos seguir soportando de por vida. En diez años no cambió nada, el tránsito está mal de igual y peor. Han gastado ya mucho dinero muy importante para nada. ¿Me van a decir que nadie pudo prever este desastre financiero y constructivo? De una vez por todas debería respetarse la ley y el que hace daño debería pagarlo de su propio pecunio. Este tipo de obras debe ser diseñado por arquitectos urbanistas y no por políticos ineficientes e incapaces. Vialidad Nacional también tiene su culpa, por permisiva, pero también está politizado. La provincia de Río Negro es ya un ejemplo macabro en las obras consideradas más importantes y lo demuestra la obra hidroeléctrica de Salto Andersen, con una licitación en el 2008 de 21 millones y un costo final en el 2011 de 131 millones de pesos. Debe resultar ahora el kilovatio/hora más caro del mundo, estaremos endeudados por añares para pagar los adicionales y encima no produce lo previsto. ¿Tampoco nadie sabía esto de antemano? Ahora y muchos años después la Justicia rionegrina se pone a investigar este desfalco. Es el mundo del revés. Resulta lamentable y hasta ridículo que nadie sepa poner coto a tiempo a este tipo de simples situaciones. Mientras permitamos o no solucionemos de antemano estas cuestiones, seguiremos, como país, allá abajo. Alguien podrá decir qué hice al respecto. En el 2005 le envié una carta al entonces presidente Kirchner para que evite con tiempo el desatino en la Ruta 22, pero fue el primero que donó 100 millones de pesos para la obra. Luego nos enteramos de que tenía constructoras viales por doquier… Hugo Luis Deangelis, DNI 5.509.500 Roca

Hugo Luis Deangelis, DNI 5.509.500 Roca


Esta frangollada y costosa obra comenzó su proyecto de autovía en la Ruta 22 en el 2004, con la errónea idea de concluir 95,87 kilómetros desde Chichinales hasta el cruce a la Isla Jordán, en Cipolletti. Han pasado diez años y sólo han concretado 20,5 kilómetros de Chichinales a Godoy. Las cuatro etapas restantes han sido contratadas pero, por motivos que era dable esperar para gente idónea en el tema obras, están semiparalizadas, principalmente por falta de pago, reformas varias de proyecto sobre la marcha y porque la ampliación cuesta una fortuna, cuatro veces más que una ruta nueva común, lo que a ojos vista hace que la finalización sea totalmente incierta y estimada en varios años más. Las constructoras, si no cobran, reducen el personal y paran los equipos, total tienen la pava echada. Ahora los proyectistas de Vialidad Nacional se tienen que romper la cabeza para solucionar este entuerto, donde el paso de los años indica que la autovía inicial no alcanza para la cantidad actual de tránsito y menos para el futuro y es necesario transformarla entonces en autopista. Es así que seguramente aparecerán cruces, giros y rulos elevados por doquier, lo que disparará, no a las nubes sino al espacio sideral, los costos exorbitantes que ya existían. Las constructoras, contentas y los usuarios, esperando por años. Y se olvidaron de los nueve kilómetros restantes del cruce Isla Jordán-Cipolletti y la gran rotonda a Neuquén. En este tipo de emprendimientos, cuando algo está muy mal diseñado de entrada es imposible solucionarlo a costos razonables. Queda claro, entonces, que la culpa de todo este embrollo la tienen los políticos metidos a urbanistas que en lugar de diseñar una ruta nueva –por ejemplo, por la barda norte del Valle, al 20% del costo actual– hubieran solucionado en dos años el problema de una vez por todas y para decenas de años, tal cual lo hizo Neuquén. Ahora, “andá a cantarle a Magoya” o, mejor dicho, al contador Predanti, entonces jefe de la ex-Viarse, que contrató directamente en un millón de pesos este adefesio de diseño en el que ni siquiera enderezaron las curvas y que deberemos seguir soportando de por vida. En diez años no cambió nada, el tránsito está mal de igual y peor. Han gastado ya mucho dinero muy importante para nada. ¿Me van a decir que nadie pudo prever este desastre financiero y constructivo? De una vez por todas debería respetarse la ley y el que hace daño debería pagarlo de su propio pecunio. Este tipo de obras debe ser diseñado por arquitectos urbanistas y no por políticos ineficientes e incapaces. Vialidad Nacional también tiene su culpa, por permisiva, pero también está politizado. La provincia de Río Negro es ya un ejemplo macabro en las obras consideradas más importantes y lo demuestra la obra hidroeléctrica de Salto Andersen, con una licitación en el 2008 de 21 millones y un costo final en el 2011 de 131 millones de pesos. Debe resultar ahora el kilovatio/hora más caro del mundo, estaremos endeudados por añares para pagar los adicionales y encima no produce lo previsto. ¿Tampoco nadie sabía esto de antemano? Ahora y muchos años después la Justicia rionegrina se pone a investigar este desfalco. Es el mundo del revés. Resulta lamentable y hasta ridículo que nadie sepa poner coto a tiempo a este tipo de simples situaciones. Mientras permitamos o no solucionemos de antemano estas cuestiones, seguiremos, como país, allá abajo. Alguien podrá decir qué hice al respecto. En el 2005 le envié una carta al entonces presidente Kirchner para que evite con tiempo el desatino en la Ruta 22, pero fue el primero que donó 100 millones de pesos para la obra. Luego nos enteramos de que tenía constructoras viales por doquier... Hugo Luis Deangelis, DNI 5.509.500 Roca

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