Central de Emergencias: una historia detrás de cada llamada
Los operadores del 109, de Cipolletti, aseguraron que su tarea los vuelve fríos y decididos.
EMERGENCIAS EN CIPOLLETTI
CIPOLLETTI (AC).- “Hola, mi papá quiere matar a mi abuelo”. A Jimena se le congeló la sangre. La niña temblaba del otro lado de la línea y ella sólo pensaba en mantener viva esa voz, que no se diluyera, sabía que la pequeña debía seguir pegada al teléfono cueste lo que cueste. Lo peor vendría después, con una explicación que la paralizó: “Es que mi papá me viola, por eso quiere matar a mi abuelo”.
Jimena habla firme y decidida. Es morocha, recta en el decir y hacer, y bastante coqueta. Pero, por sobre todas las cosas, es una de las voces que desde la Central de Emergencias 109 del municipio de Cipolletti calma ánimos, escucha tragedia, dialoga con angustiados, busca ayudar a seres desconocidos sumergidos en crisis (inmediatas o existenciales). Ella y Valeria, casi su antítesis, chiquita y cálida, atienden a víctimas y criminales, a desahuciados y olvidados.
“Veo movimientos extraños en la casa de mi vecino”, escuchan habitualmente, y eso les resulta normal. “Me siento solo”, les dicen otros que esperan una charla amena en medio de la soledad. Pero atender el accidente de un familiar o hablar con una niña que fue abusada son algunas de las experiencias que tienen a diario. Y eso, según confiesan, las vuelve frías y decididas.
Se abre el ascensor y sólo se puede percibir el silencio. Una puerta que tiene un cartel rojo con la leyenda Central de Emergencias.
De un lado, los escritorios con teléfonos y computadoras que cumplen la función de registrar absolutamente todas las llamadas. En una oficina contigua se pueden observar las cámaras de seguridad que captan día y noche lo que sucede en la comuna.
El lugar de trabajo está lleno de carteles que indican el grado de emergencia con que se califica a los llamados, una señal que sirve para orientar a los operadores qué situación tiene prioridad.
Suena el teléfono. “Te llamo porque hay una camioneta que está transitando a alta velocidad”, dice un hombre con voz de preocupación. Sigue hablando y le facilita el número de dominio, el color y las calles por donde circula el vehículo. En ese mismo momento, la compañera de Jimena (la joven que atendió la llamada) da aviso al comando radioeléctrico.
“Nosotros funcionamos así: una atiende la llamada y al mismo tiempo la otra persona da el despacho a la fuerza que corresponde, sea Policía, Bomberos, Hospital o Protección Civil, ningún llamado queda sin respuesta”, explicó detalladamente Patricia Apablaza, coordinadora de la Central de Emergencias.
Este servicio funciona desde el 2006 en un piso que por una cuestión de seguridad es desconocido por los ciudadanos. Allí trabaja un importante número de personas que se dividen en áreas. Hay 14 asesores (los encargados de atender los llamados), un coordinador y un supervisor, más el trabajo en equipo que realizan con Protección Civil. “Trabajamos las 24 horas los 365 días del año”, explicó Patricia.
Antes de esta experiencia, Jimena ni se imaginaba escuchar este tipo de historias. “Una vez llamó una nena de nueve años para decir que su papá quería matar a su abuelo, yo comencé a hablar con ella y le pregunté por qué quería hacer eso hasta que me dijo que su padre la violaba”, contó Jimena, al tiempo que se quedó en silencio. “Esa noche dimos aviso a la policía y le pedíamos a la nena que no se mueva de ahí hasta que llegara la fuerza o alguien de confianza a la casa”.
Tal vez las historias que más se recuerdan son aquellas que giran en torno a los niños. A Patricia le quedó grabado en su memoria una niña de once años que llamó a la central para avisar que su papá estaba golpeando a su mamá. “Ella estaba junto a sus dos hermanos debajo de la cama y yo le decía que no cortara el teléfono. Yo escuchaba todo lo que sucedía alrededor, todo”, sostuvo Patricia mientras recordó los detalles de esa historia.
La charla sigue y los teléfonos no paran de sonar. La pregunta es recurrente: ¿Cuál es la farmacia de turno?. En una pizarra se pueden ver los números de teléfonos y las direcciones de las mismas. Es que al parecer la gente espera hasta altas horas de la noche para solucionar los problemas de salud. “Pueden estar todo el día con vómitos pero llega la noche y les entra la desesperación”, dijo Patricia haciendo alusión a los pedidos de ambulancias que llegan a la central.
Son las diez de la noche y el ring de los teléfonos se escucha cada vez más seguido. En esa oficina, de dirección desconocida, todo tiene sus códigos.
Llamantes crónicos. Así los denominan a los que no tienen a quién contarles sus penas, alegrías, anécdotas y recuerdos. Para los que trabajan en el 109 eso ya es cotidiano. “Hay personas que no tienen con quien hablar, que se sienten solos y que llaman por el sólo hecho de querer ser escuchados”, contó Valeria, quien aseguró haber hablado hasta una hora con un llamante crónico.
“Suena el teléfono y ya sé que es él porque lo tenemos registrado”.
“ Una vez me llamó y dijo que se quería suicidar, yo intentaba que no sucediera eso, y lo logramos. Ahora cada vez que llama dice: mirá que no me quiero matar eh! y yo me río y escucho lo que me quiere contar ese día”, dice Valeria con algo de alegría por recordar ese momento.
Las historias que se escuchan son interminables, cada uno con su particularidad, y cada una produce un impacto distinto en las personas que están de turno.
Llamadas de robos, muertes, choques, suicidios, soledades, de bromas pesadas. Tal vez sea por eso que los asesores se vuelven más fríos, porque ya nada los sorprende.
Pero así como existen llamados que se repiten día a día, también están aquellos que ya no volverán a llamar jamás.
“Había un chico que era insulino dependiente, llamó durante seis meses, todos los días. A veces se pasaba de insulina y otras veces le faltaba, pero siempre llamaba”, recordó Valeria. “Un día sonó el teléfono y era su mamá pidiendo una ambulancia. Le pregunté cómo estaba su hijo y la respuesta fue que se murió, silencio. Valeria traga saliva y continúa. Sabés que esa llamada no va a entrar nunca más, jamás vas a volver a escuchar la voz de esa persona”, expresó la operadora mientras agarraba sus cosas para irse.
No cualquiera podría recibir una llamada de un propenso al suicidio, por ejemplo, o de un familiar que acaba de tener un accidente de tránsito, tal como le pasó a uno de los asesores al enterarse de que su hermano había pasado por debajo de un camión con su motocicleta.
Es por eso que continuamente los trabajadores de la central son capacitados por efectivos de la Policía, de Defensa Civil, Bomberos, Salud Pública, y otros profesionales que dan charlas y cursos a quienes trabajan allí.
Belén Coronel bcoronel@rionegro.com.ar
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