La mosca de alas manchadas: el enemigo que unió a investigadores y cooperativas

Se trata de un especie invasora que forzó a repensar las prácticas agrícolas sin dañar el ambiente. Cómo el Estado argentino apoyó el desarrollo de la iniciativa.

Para muchos productores de fruta fina de la Comarca Andina, en la Patagonia argentina, las temporadas del 2019 y 2020 resultaron desesperantes: estaban perdiendo la producción. Se acercaron a las agencias de extensión del Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (INTA) en El Hoyo y El Bolsón, y se encendieron las alarmas: una plaga ya se había instalado.

Era la mosca de alas manchadas, cuyo nombre científico es Drosophila suzukii. Se trata de un insecto de origen asiático, que llegó a la Patagonia argentina en 2015 y, poco a poco, comenzó a dañar la producción de la fruta fina especialmente en el Valle rionegrino y en la Comarca Andina. 

En un principio, los productores no se dieron cuenta de que estaban siendo afectados por la mosca, pero en muy poco tiempo les generó grandes pérdidas económicas.

El desafío para los investigadores del Instituto de Investigaciones Forestales y Agropecuarias Bariloche (IFAB), que depende del Conicet y el INTA, fue complejo ya que resultaba muy difícil controlar la plaga por los métodos clásicos. La mosca es invasora y sumamente agresiva. 

Pero se les ocurrió aunar esfuerzos con los productores y diseñar estrategias para mitigar los efectos de la plaga. Así, se fue desarrollando una sinergia entre varias instituciones y cooperativas, que con el paso de los años atenuó las consecuencias de la presencia de la mosca.

El conocimiento de ciclo de vida de la plaga ayuda a los productores a planificar mejor sus acciones.

Cuál fue el apoyo del Estado

El ex Ministerio de Ciencia y Tecnología, que fue creado por segunda vez durante el gobierno del presidente Alberto Fernández entre 2019 y 2023, lanzó una convocatoria de proyectos vinculados a implementar soluciones tecnológicas que mejoraran la calidad de vida y el desarrollo de las comunidades. 

Con el foco en la mosca de alas manchadas, el IFAB presentó la propuesta de una iniciativa basada en un circuito de cooperativas de Bariloche, El Hoyo y Fernández Oro. Estaba orientada hacia el desarrollo de un sistema de producción con cosecha intensiva. La propuesta resultó seleccionada.

En un primer momento, el IFAB entrenó a la cooperativa Ecoforestales de Bariloche en el monitoreo de la mosca para la detección temprana y los focos. El desafío era reconocerla y saber dónde buscarla. 

Esta mosca se puede identificar en tanto los machos poseen un par de manchas en las alas. Las hembras tienen un ovipositor, con forma de sierra, con el que perforan la fruta. La colocación de trampas de vinagre hace más sencillo el monitoreo. 

Por otro lado, junto a la cooperativa Pilmaiquén, se registró la cosecha, los horarios de trabajo, la cantidad de cosechadores, el color y el peso y también la fruta que caía en el piso. «Esta sistematización de la información que se realizaba durante la temporada nos permitía saber cuánto había cosechado cada persona, qué tipo de fruta y en qué momento y dónde iba apareciendo la mosca», advirtió Gerardo de la Vega, investigador del Conicet en el IFAB en diálogo con Diario RIO NEGRO.

En tanto, con la cooperativa metalúrgica Coo.tra.met, de Bariloche, se desarrollaron unos espaldares móviles para las moras que se reclinan. Sobre ellos, la planta queda recostada. 

Con apoyo del INTA y Conicet, se implementó la cosecha intensiva: es clave para prevenir el desarrollo completo de la plaga.

“Los espaldares móviles permiten acostar la planta para que las flores queden expuestas hacia arriba al momento de la floración a fin de favorecer la polinización. Luego, se levantan y la fruta queda de un solo lado para que la cosecha sea más eficiente y más rápida”, puntualizó de la Vega. 

Qué hacen los productores para prevenir el impacto de la mosca

Si los productores aumentan la frecuencia de cosecha y si esa fruta pasa por la cadena de frío, se evita que las larvas continúen desarrollándose.

«Esta temporada recién podríamos tener los primeros datos de la evaluación en moras. Todo esto se logró hacer con la cooperativa Pilmaiquén, de El Hoyo, conformada por familias productoras frutícolas que perdieron todo en los incendios forestales. Aún así, decidieron continuar con la producción agroecológica, implantando los espaldares para sistematizar la cosecha de moras y estableciendo líneas de frambuesas», explicó el investigador.

Los cultivos lograron recuperarse, a través de la incorporación del conocimiento y herramientas para llevar adelante la producción de fruta fina agroecológica y del trabajo de las cooperativas y se generó una red de comercialización. 

«Fue un sistema participativo que tenía que ver con la mosca y la producción que demandó diversas etapas», resumió de la Vega.

Zona libre de agroquímicos

«La mosca llegó a la Comarca en 2019 y lo cierto es que es una zona muy característica en su idiosincrasia respecto al uso de insecticidas. La cosecha se realiza principalmente de manera familiar. Las producciones son pequeñas, pero diversas en frutas y especialmente, en fruta fina. Lo que hace difícil usar técnicas de aplicaciones de insecticidas que, además, pueden ser perjudiciales para la salud de las personas o el medio ambiente», relató de la Vega.

El desafío entonces fue ganarle a la mosca. Por eso, los especialistas, junto con el Senasa, coincidieron en que se debe favorecer la cosecha intensiva y no deja la fruta en la planta. Así también se evita la infección de la plaga. 

«Se apuntó a la cosecha frecuente: una vez que aparece la fruta, no debe dejarse mucho tiempo en la planta. Y es necesario levantar todo lo que se haya caído al piso. Si la gente cosechaba con hasta dos días de diferencia, la presión de la mosca era menor», explicó de la Vega.

La última temporada (2023 – 2024) se realizó un monitoreo en la plantación y zonas aledañas. Se detectó que, recién sobre el final de la cosecha, apareció la mosca. Los niveles poblacionales se mantuvieron bajos debido a que la cosecha intensiva impidió que la población de la mosca se desarrollara. 

Por otro lado, se observó que la población de moscas en las plantas de murra de los alrededores tenía un crecimiento exponencial desde muy temprano en la temporada. «Hay mucho volumen, no se maneja, está en los bordes de los caminos y crece como quiere. Es una mata», explicó.

Agregó que «una vez cosechada la fruta, cada productor la llevaba al freezer. ¿Qué se lograba de esta forma? Si cosecho rápido, por más que esa fruta tenga un huevo, al ponerla en el freezer, corto ese ciclo. Hasta ahí, el productor no tenía la costumbre de cosechar y llevar todo a refrigerar rápidamente. Entonces eso quedaba en tachos durante algunas horas. El proceso fue inmediato para ganarle a la mosca», detalló de la Vega. 

Al finalizar la temporada de cosecha de frambuesa, se envió la fruta a la cooperativa MOA (Mujeres de Oro en Acción), de Fernández Oro, Río Negro, que se dedica a hacer dulces envasados con fruta de calidad.  

«Tenemos una fruta de la que se conoce todo: quién cosechó, de dónde viene, la edad de la planta, el color de la fruta al momento de cosecha y hasta la presión de la plaga en la zona. Hay una trazabilidad importante y un valor agroecológico de la realización. Es una fruta de alta calidad con la que se hacen los dulces», aseguró.

Cuáles fueron los resultados

De la Vega comentó que las moscas se rigen por cuestiones ambientales. «En esta oportunidad, la región atravesó por dos inviernos crudos con heladas tardías que afecta a esa población. Esta situación frenó a la población de moscas. El productor informado no tiene problema, pero la mosca está ahí, latente y ataca», dijo.

Consideró que los resultados de este proyecto permitieron demostrar que la cosecha intensiva y frecuente realizada en la Comarca «es un método claro para evitar problemas con la mosca. Estos datos no existían para la zona. De esta forma, se obtuvo la frecuencia de cosecha y la cantidad de larvas o frutas dañadas. También se mostró el efecto que existe en la sistematización de la información de la cosecha». 

Los productores que relevaron la información en las planillas hoy disponen de datos que sirven de insumos para evaluar o tomar estrategias en el mercado de la fruta fina. Por otro lado, se fortaleció el desarrollo y arraigo de las cooperativas para continuar con la producción de alimentos saludables.

«Lo que se logró ahora es llegar hasta el dulce en sí. Si miramos desde la cooperativa que vende la fruta, lo que vemos es que existe una venta con un valor agregado por la calidad. Ahora, al recibir los dulces, los puede vender agregando valor a cada kilo de fruta producido», puntualizó. 

Acotó que, al tener un comprador interesado en dulces, puede vender otras frutas como sauco o mora silvestres. «Por otro lado, si miramos a la cooperativa que produce los dulces, recibió fruta de altísimo valor y calidad para desarrollar un producto que no tenía. También gracias a la red, se pudo abastecer de otras frutas para la fabricación de dulces que en su zona no hay (moras, moras silvestres, sauco)», concluyó.

Qué se sabe sobre la mosca

La mosca Drosophila suzukii es sumamente pequeña: mide alrededor de cuatro milímetros de longitud. Tienen ojos rojos, el tórax es amarillo claro y el abdomen tiene bandas negras. La conocen como «la mosca de alas manchadas» porque los machos tienen una mancha oscura en la punta de cada ala. 

Las hembras cortan la cutícula del fruto sano y maduro y, allí depositan sus huevos. Pueden depositar hasta 100 huevos por día, con máximos de 300 a 384 huevos en toda su vida.

A diferencia de otras especies que ponen los huevos en la fruta podrida, la mosca de las alas manchadas los coloca cuando la fruta está en la planta. Esto facilita las infecciones de hongos y bacterias que producen un deterioro de las frutas; en tanto, el crecimiento de las larvas provoca el ablandamiento, arrugamiento y caída prematura del fruto.

El primer registro de la mosca fue en la década del 60 en Japón. Poco después, se expandió a Estados Unidos, Centroamérica y Sudamérica. En 2008 ya se consideró una plaga mundial. Estiman que ingresó a Argentina, a través de algún cargamento de fruta que pudo haber contenido huevos o larvas. De esta forma, suponen que también ingresó a Río Negro ya que la mosca tiene una reducida capacidad de vuelo.


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