Círculos viciosos

MARCELO ANTONIO ANGRIMAN (*)

Las tomas, los barrabravas y lo indefendible

Pocos días atrás, el ministro de Educación de la Nación, Alberto Sileoni, consideró que las tomas de colegios por parte de los alumnos son “un triunfo de la democracia” y una demostración “de madurez política por lo que hay que celebrarlo”. Sumidos aún en la perplejidad y en la convicción de que ninguna expresión del gobierno podría causar más asombro, la presidenta redobló la apuesta y refiriéndose a los barrabravas afirmó: “En la cancha, colgados del paraavalancha y con la bandera, nunca mirando el partido, porque (los barras) no miran el partido. Arengan y arengan y arengan, la verdad mi respeto para todos ellos”. Resulta casi ocioso decir que los estudiantes que toman colegios y los barrabravas son el más vivo ejemplo de la anomia boba en la que vivimos, donde la falta de respeto a la norma y la carencia de sanción resultan moneda corriente. Los barrabravas formados en la cultura del aguante, en la que se premia al más violento, han sido protagonistas de gravísimos ilícitos. Su intolerancia, lejos de ser denostada por sus pares, es símbolo de machismo. Es un enigma –casi ya moroso– a develar cómo más de trescientos barras de las Hinchadas Unidas Argentinas aparecieron de la noche a la mañana deambulando por las calles de Pretoria en el último Mundial de Sudáfrica 2010. Para la concepción del gobierno, el currículum de un alumno formado en las tomas de escuelas, que se gradúe en la universidad de la tribuna y presente su tesis en salidas de la cárcel con fines culturales, parece ser el perfil ideal. Ser indiferente a estas manifestaciones para evitar costos sociales parecía ser una solución demagógicamente correcta para el poder político. Pero pasar de allí a ensalzar tales comportamientos es una actitud francamente injustificable. ¿Tomarán conciencia los funcionarios públicos de la ligereza con la que se dicen cosas tan insensatas, en el afán de recibir un aplauso tan efímero como obsecuente? ¿Se pensará por un momento en el efecto nocivo que pueden provocar sobre nuestros jóvenes los dichos de quienes gobiernan y conducen la educación de nuestro país? ¿Cuándo, en lugar de exaltar a los violentos, se reparará en aquellos que cumplen y van a la escuela a estudiar y se esfuerzan día a día por ser mejores? ¿Cuándo se halagará a aquel que va pacíficamente a la cancha a alentar a su equipo y no a valerse de la institución para parasitarla? En la medida en que se adule el disvalor y se ignore la virtud, involucionaremos como sociedad. No es casual el informe de la Unesco Global Education Digest del 2010 en el cual se afirma que la Argentina es uno de los países de la región con más baja tasa de graduación en el secundario: sólo un 43% de los estudiantes culmina sus estudios en los plazos establecidos. Y sólo un 50% del total de los alumnos de Nivel Medio accede a ese título. El país se ubica así detrás del Perú y de Chile, con un 70% de alumnos que completan sus estudios secundarios; de Colombia, 64%; de Bolivia, 57%; del Paraguay, 50% y de Ecuador, 48%. Según la evaluación PISA del 2009, entre los jóvenes de 15 años, uno de cada tres se encuentra atrasado en la escuela secundaria por repetición de cursos. Estos parámetros son la muestra cabal de un pueblo progresivamente embrutecido. Hoy, so pretexto de una dudosa inclusividad, se siembra para un futuro con inequidades insalvables. Si el porcentaje de egresados de la escuela media es de alrededor del 50%, ¿cuántos de ellos estarán en condiciones de culminar la educación superior? Fácil es colegir que en las próximas décadas la cosecha de unos pocos será enorme en relación con la magra colecta de los muchos que queden en el camino. Más allá de las falencias estructurales que aquejan a nuestro sistema educativo, cabe preguntarse seriamente en cuánto los ligeros mensajes de nuestros gobernantes contribuyen a generar desesperanza. Es imposible avanzar cuando en forma permanente se da vueltas por círculos viciosos. La educación implica la promesa de un porvenir mejor que el que tenemos. Nuestros jóvenes, además de netbooks, necesitan –dentro de la democracia– confiar en la existencia de límites y reglas claras que se cumplan. Por ello es hora de implementar el plan más necesario y paradójicamente más económico para nuestro país en décadas. El de la “ejemplaridad para todos”. Nuestros jóvenes y las generaciones venideras de argentinos lo sabrán agradecer. (*) Abogado. Prof. nac. Ed. Física. marceloangriman@ciudad.com.ar


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