Comenzó la segunda cosecha de trufas en Choele Choel

En la zona rural denominada Paso Piedra, pegada a la Laguna El Pejerrey, Humberto Castro y su familia vuelven a recolectar las trufas negras de Perigord, a pesar de las trabas puestas por la pandemia.

El productor choelense Humberto Castro apostó por diez años a este novedoso proyecto y hoy tiene sus frutos.

La producción de trufas fue un sueño que Humberto Castro soñó hace muchos años en las cinco hectáreas que comparte con su esposa, Mónica Fantino y sus hijos en Paso Piedra, Choele Choel. Hoy, atraviesa su segunda cosecha feliz, aunque debe sortear las trabas impuestas por la pandemia de coronavirus que les impidieron traer los perros con los que se realiza.

La trufa es reconocida mundialmente como el hongo comestible más fino y deseado de la gastronomía. La cosecha en todos lados del mundo se hace con perros o chanchos. En América se usa más el perro. El año pasado los trajeron de Chile y de Buenos Aires pero ahora no pudo pasarlos, por eso observan el terreno y donde creen que puede haber trufas abren el suelo.

“Este año podemos encontrar las que están a 15 a 20 cm pero a la que está a 40 cm, no. Los perros para esto son espectaculares, porque corren, se divierten, juegan y de golpe se paran y te señalan con la patita. Cabás, y ahí está la trufa” , dice Humberto Castro para comenzar a hablar de su gran proyecto.

Por otra parte asegura que cualquier perro que se críe de chico se puede enseñar. Cuando empieza a mamar se le pone aceite trufado y se va acostumbrado al sabor, el olor y después se lo entrena.

La trufa negra de Perigord es uno de los productos premium elegido por reyes faraones y paladares exigentes a lo largo de la historia.

Cuando realizó la primera cosecha, la novedad estalló en los medios y ahora el interés se renueva. “El año pasado podría haber sido de casualidad pero, es el segundo año y siguen saliendo. Me decían unos amigos truferos de España que allá le sale a los 14 años y acá vamos recién 8 o 9. Estamos ganando 4 años”, cuenta.

En la chacra plantó 120 plantas de las variedades Quercus robur y Encina, que tienen micorrizas del fruto y el año pasado llegó a sacar 3,8 kilos . Ahora, asegura que están sacando “unas trufas preciosas”, llevan un par de días de cosecha y no puede adelantar cuánto rendirá, pero van 500 gramos, y un gramo es igual a un dólar.

“Lo nuevo es que además, estoy haciendo una experiencia que lleva menos de un año con avellanas. Si se da va a ser una buena noticia porque de arriba sacas Avellaneda y de abajo las trufas”, dice el productor.

La cosecha es en junio y julio, puede durar hasta los primeros días de agosto, pero en el caso de la Patagonia toca hacer las tareas culturales de las plantas ese mes. El roble no puede pasar los tres metros y hay que podar, y la encina tampoco.

Las trufas por lo general se exportan. El año pasado vendió a Buenos Aires y de ahí se fue a Madrid. Hace una semana lo llamó un exportador de Bahía Blanca para pedir 10 kg de trufa para Italia, pero está convencido que no va a llegar a los 10 kilos.

“Hay mercado los que se vende generalmente tiene que ver con el exterior porque acá no somos consumidores de trufa”, dice y asegura que todos deberían probarlas porque con trufas todo queda más rico: desde los huevos fritos a los tallarines, el helado y hasta en el brandy y en el coñac.

Humberto planto robles, encinas y ahora apostará por los avellanos.

La gran pregunta que le hacen sus vecinos es ¿a qué saben las trufas? y la gran respuesta, para el productor, se reduce «a trufas no hay nada parecido. Por eso es única y por esos vale lo que vale”.

Un sueño, una vida de trabajo y un golpe de suerte

Humberto Castro fue presidente de la cámara de productores de Avellaneda hace años. Veía la problemática de la manzana y la pera y a cientos de productores cada vez más pobres, durante más de 40 años peleando y sufriendo, sin poder salir adelante.

Siempre se preguntaba si no había alternativa para hacer otra cosa y una vez en la televisión vio que en Europa cosechaban la trufa negra, a la que llamaban el diamante negro de la cocina, o el diamante del bosque.

Empezó a leer, a interiorizarse, era muy difícil hacerlo en la Patagonia pero logró concretarlo a través de una casualidad.
Un día de invierno encontró a un hombre varado en el Automóvil Club Argentino (ACA). Se les había roto la camioneta y los nenes estaban muertos de frío. Le dijo que vayan a la chacra para que tomen algo caliente, mientras buscaban un mecánico.

 La demanda de trufas está en constante crecimiento

En la charla le contó cosas de la chacra y el hombre le preguntó si nunca había pensado poner trufas. Le dijo que sí, pero, «¿dónde iba a conseguir?». Para su sorpresa el hombre era ingeniero en trufas, que venía de Chile porque estaba asesorando a una empresa de Buenos Aires.

“Siempre digo que las cosas suceden en un tiempo y en un espacio indicado, sólo hay que estar ahí. Se fue y estaba muy contento con la atención, pero a los 10 días cuando volvía para Chile me trajo 10 plantas de robles», recuerda.

Comenzó a trabajar con eso, compró 100 plantas más y cuando pasaba, el ingeniero lo asesoraba. Hoy dice estar más que feliz. «Veo que nuestras tierras patagónicas y especialmente el Valle Medio tienen la posibilidad de hacer otra cosa con espera, con paciencia y trabajo”, concluye Humberto.


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