Cómo aprenden a hablar los niños


Aunque parezca mentira casi cualquier niño de cuatro años sabe diferenciar sustantivos de verbos y reconocer los núcleos de las frases nominales y verbales.


A los dos años los niños ya hablan la lengua de sus padres. Eso está comprobado en todas las culturas. No importa el idioma, la idiosincracia cultural en la que el niño crezca, la capacidad lingüística de los padres (incluso si sus padres son absolutamente analfabetos) o la posición social y económica en la que viva: aproximadamente a los dos años ya habla su lengua materna. Los niños pueden hablar la lengua de sus padres porque no necesitan aprenderla: ya la saben desde que nacieron.

Un hablante adulto del castellano no comprende el chino, ni un francés comprende el hindi, pero cualquier niño al nacer está en capacidad de aprender cualquiera de los idiomas naturales.

Eso es posible porque, si bien los idiomas son muy disímiles en sus formas exteriores (las palabras individuales, las pronunciaciones, los modismos, las marcas culturales e históricas), su estructura gramatical (que es lo que hace que sean comprensibles) no es tan diferente. Justamente, lo que todos poseemos al nacer es esa estructura gramatical universal: la que permite hablar cualquier idioma.

La teoría lingüística más aceptada sobre la adquisición del lenguaje es la que se conoce como Gramática Universal (GU), desarrollada por Noam Chomsky. Todas las teorías lingüísticas sostienen que al nacer ya tenemos la capacidad de hablar, pero solo los que aceptan la GU aceptan también que ya tenemos en nuestros genes una gramática que posee todas las normas de todas las gramáticas que hay en las lenguas naturales que son capaces de hablar los humanos. Esa gramática universal solo contiene principios muy básicos. Por ejemplo, la diferenciación entre sustantivos y verbos o nos permite comprender que toda frase tiene núcleo.

La estructura gramatical es absolutamente intocable porque está en nuestros genes. Lo único que puede cambiar en un idioma son palabras aisladas, expresiones, lo relacionado al uso, pero nunca a la gramática.

Aunque parezca mentira casi cualquier niño de cuatro años sabe diferenciar sustantivos de verbos y reconocer los núcleos de las frase nominales y verbales. También entiende frases con varias frases subordinadas. ¿Alguien vio alguna vez a algún padre enseñarle a un niño a diferenciar subordinadas y señalar los núcleos de las frases incluidas? Nadie vio algo semejante. Si los niños no nacieran sabiendo ya todo esto jamás lograrían hablar.

¿Qué significa esa norma gramatical básica de “no hay frase sin núcleo”? Que ya una reunión de dos núcleos (en una oración básica) nos da sentido completo, mientras que tener solo complementos (sin conexión con núcleos) no nos permite entender nada.

Veamos un ejemplo. Si digo “El perro de María ladra de noche” tengo una frase compleja (la llamábamos “oración” en Gramática del Secundario), con dos frases que la componen. Esas dos frases son la frase nominal (“El perro de María”) -llamada “sujeto”, en el secundario- y la frase verbal (“ladra de noche”) -el “predicado”-.

Los núcleos de esas dos frases son: “perro” (de la nominal) y “ladra” (de la verbal). ¿Por qué son los núcleos? Porque tienen el sentido de la oración. Si digo “perro ladra” me puede sonar raro, pero entiendo el sentido: hay un perro que ladra. En cambio, si digo “El… de María… de Noche” no entiendo nada.

¿Cuándo fue que alguien nos enseñó a hablar entendiendo los núcleos y los complementos? ¡Jamás! No hay niño en el mundo que haya recibido nunca esta lección a los dos años. Por eso es imposible hacer cambios gramaticales en una lengua. La estructura gramatical es absolutamente intocable porque está en nuestros genes. Lo único que puede cambiar en un idioma son palabras aisladas, expresiones, lo relacionado al uso, pero nunca a la gramática.

La gramática del castellano solo tolera 2 géneros: masculino y femenino. Son géneros gramaticales (no sexuales) y son arbitrarios. “Libro, lecho, aire, tenedor, piso, barrilete” no son machos (son masculinos en gramática). “Cuchara, mesa, meseta, servilleta” no son hembras (son gramaticalmente femeninos en castellano).

No existe ni puede introducirse a la gramática castellana el género neutro. Algo similar pasa con el número: tenemos plural y singular. No podemos eliminar ninguno de los dos o inventar otra forma de decir las cantidades porque esa distinción plural-singular es esencial para que nuestro idioma pueda funcionar.

Por eso todos los idiomas tienen una estructura muy rígida (que llamamos gramática y que funciona como el esqueleto en el cuerpo humano: es lo que nos sostiene) y un ropaje que cada tanto podemos cambiar -de manera inconsciente-. Con el tiempo algunas palabras (la “vestimenta” del idioma) dejan de usarse y se comienzan a usar otras (que con el tiempo también dejarán de usarse).

Gracias a esa tozudez del cerebro (“¡no podés cambiar jamás la gramática del idioma!”) es que todos los niños al nacer ya están en disposición de hablar cualquier lengua natural.


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