Como era de esperarse, Tarantino lo hizo de nuevo

No solo que junto a los dos actores más codiciados del mercado, sino que relató su carta de amor al cine con un poco de todo: risas, nostalgia, acción, y un homenaje a Hollywood. Nuestra crítica de la buddy film más esperada.

Como siempre, una obra de arte genera aceptación, disfrute, y por el otro lado (siempre existe ese lado B) produce rechazo y críticas despiadadas, que, en muchos casos son acertadas. Sin embargo, es necesario decirlo: Tarantino lo hizo de nuevo. No solo que junto a los dos actores más codiciados del mercado, sino que relató su carta de amor al cine con un poco de todo: risas, nostalgia, acción, y un homenaje a Hollywood en una década que lo cambió todo.

Aclaramos: esta reseña no contiene spoilers, pero por las dudas recomendamos primero, un paso por la butaca y la pantalla grande.

No sería la primera vez que este maestro del cine contemporáneo relate partes de la historia y la transforme en ficción. Quedó muy claro cuando Hitler murió en manos de los bastardos y la segunda guerra mundial terminó en unas negociaciones con el coronel Hans Landa, trago de por medio.

En este extenso buddy film, Quentin Tarantino crea una imagen muy nítida de Hollywood y la industria del cine en los años sesenta. Cambios en el paradigma, movimientos sociales que emergen, la radio y su poderosa capacidad de transportarnos en el tiempo, y el mundillo de la farándula que genera melancolía.

Una de las historias más trágicas y célebres del cine revive en este film, y se le concede una segunda oportunidad. Como si el destino se equivocase de puerta y la muerte le llegara a nuestro vecino.

Como nos tiene acostumbrados, Tarantino destila genialidad con sus diálogos super pulidos, inclusive con alguna conversación que un personaje mantiene consigo mismo. Niños con una increíble capacidad discursiva, unos tremendos y potentes flash back, y varios personajes ultra conocidos que se pasean como cualquier vecino adornan y le dan fuerza a este relato.

La trama principal gira en torno a la amistad y al histórico amor que la abona. Un profesional de la industria se enfrenta con el cambio de era y tiene que encontrar la forma de reinventarse. Todo acompañado de su doble de acción, que siempre «trata» de ser un gran amigo. Y para completar la foto, una secta que se enarbola bajo un movimiento social, que caracterizó a esos revueltos años, todo culmina en una noche a lo Charles Manson.

DiCaprio y Pitt resultaron ser mucho más de lo que prometían. Guiños de una amistad que parece real, nos trasmiten con perfección a los dos hilarantes y peculiares personajes. Una dupla que, deseamos, se junte más seguido.

En lo técnico, la producción es brillante y conjuga una recreación del Hollywood de antaño, con segmentos de viejas películas, marquesinas y luces que se encienden por la noche. Ahí es cuando Los Angeles se convierte en una fiesta de hippies, modelos y actrices, directores y todo eso que nos imaginamos. La fotografía, los vestuarios, las locaciones elegidas, esos planos en detalle que nos cuentan historias, las sugerencias que dan algunos encuadres, los lapsus, todo parece estar en perfecta sintonía en esta película, de la que vamos a estar hablando por años.


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