Con amigos como éstos…

Como ya es habitual cuando se celebran reuniones en la que participan representantes de los países más ricos, la asamblea del FMI y el Banco Mundial en Washington se vio ensombrecida por manifestaciones de protesta contra la globalización, la severidad fiscal en el Tercer Mundo y la falta de respeto por los derechos de las tortugas, causa ésta impulsada con gran fervor por un subgrupo ecologista. Puede que los disturbios provocados por la variopinta coalición contestataria que se ha formado en los Estados Unidos hayan resultado gratos a los aficionados del género, pero lo que más llama la atención es lo escaso del interés que han despertado sus actividades en los países pobres. La razón de esta anomalía aparente es sencilla: las protestas tienen mucho más que ver con las tensiones internas de las naciones avanzadas que con los problemas, los cuales son ínfinitamente más graves, del resto del mundo, y los pobres mismos saben muy bien que de producirse eventuales mejoras en sus sociedades los responsables no incluirán a los por lo común muy jóvenes y a menudo ignorantes pero así y todo decididamente paternalistas activistas norteamericanos o europeos.

Lo que en los países prósperos se llama «la expansión incontrolada» de las corporaciones multinacionales es lo que aquí y en otras partes es conocido como «inversión», lo cual quiere decir que si triunfaran los contestatarios los perjudicados por tamaña hazaña no serían tanto los empresarios cuanto quienes están haciendo lo posible por atraerlos. Asimismo, de prosperar las campañas en contra de bienes importados desde países en que las condiciones de trabajo y los salarios son muy inferiores a los considerados tolerables en los Estados Unidos, quienes pagarían los costos no serían las multinacionales, las cuales se las arreglarían para sobrevivir, sino los millones de personas que están desesperadamente procurando aprovechar la única «ventaja comparativa» de la cual disponen. Es que a diferencia de los idealistas primermundistas, individuos que tienen el privilegio de odiar al capitalismo moderno sin por eso dejar de disfrutar de sus beneficios, los demás se enfrentan con opciones cruelmente limitadas y pocos quisieran verlas reducidas todavía más.

Lo mismo puede decirse de las protestas de los manifestantes contra la actitud del FMI y el Banco Mundial hacia las dificultades económicas de los países que son relativamente pobres. Parecería que ninguno se ha tomado el trabajo de preguntarse qué ocurriría si, en un rapto de generosidad, los jefes de estos organismos decidieran no preocuparse más por temas antipáticos como el equilibrio fiscal y la conveniencia de luchar continuamente contra la inflación. Bien, ya sabemos la respuesta: no tardaría en desatarse una crisis explosiva que provocaría aún más miseria que la ya existente. Incluso una decisión de transformar el FMI y el Banco Mundial en organizaciones caritativas que se dedicaran a «transferir» al Tercer Mundo cuanto dinero pidieran los gobernantes resultaría contraproducente: la capacidad de virtualmente todos los gobiernos de los países pobres para absorber ingentes montos de dinero sin dejar rastro de ellos es tan grande como la de cualquier administración provincial argentina.

Que los líderes de los grupos que vagan de ciudad en ciudad en los Estados Unidos y, si bien hasta ahora con menos entusiasmo, en la Unión Europea, con el propósito de frustrar las sesiones de los organismos internacionales, no posean la «solución» puede entenderse: tampoco la tienen los gobernantes de tales países ni sus homólogos del mundo rico. Sin embargo, gracias a la mezcla de vigor y de soberbia que los caracteriza están comenzando a ejercitar cierta influencia en la política de los países más poderosos, lo cual es motivo de preocupación porque podría llegar a frustrar los esfuerzos que hacen los rezagados para avanzar con rapidez por el camino que ya han tomado los ricos para que un día ellos también puedan darse el lujo de subsidiar a una multitud de militantes bien nutridos que acaso no sepan muy bien por qué el mundo les ha resultado tan decepcionante, pero que están resueltos a protestar con vehemencia contra el statu quo.


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