Consejos para padres: propiciar encuentros saludables

Laura Collavini. Psicopedagoga

Pasará, pasará pero el último quedará… Así dice el juego que jugaba de niña y que seguramente muchos de los lectores también lo disfrutaron.
El juego consiste en un tren de niñ@s circulando por un espacio, al llegar a una estación conformada por otros dos niñ@s con sus dos brazos enlazados, marcando un puente que puede bajarse y atrapar o subir y dejar ir. En cierta forma son los que tienen el poder de dejar pasar o no y lo más divertido era saber que cada integrante de este puente de manos era un equipo que se ira conformando. El primer vagón del tren al llegar enuncia lo siguiente…” Martín Pescador me dejará pasar…Y la respuesta de los niños que conformaban el puente responde: “Pasará, pasará, pero el último que…dará”. Y así es… El último del vagón es atrapado por los brazos. El puente se bajó.


Los integrantes del puente pueden ser Chocolate y el otro limón o bien Boca y River, dos situaciones diferentes,y hay que elegir una. Al pasar el último vagón es atrapado y se le dice las opciones sin hacer relación con la persona, si se elige chocolate, por ejemplo, ira detrás de ese representante. Así el tren sigue su curso y vuelve a pasar y sucederá lo mismo.
Me resultaba muy divertido ver cómo se iba eligiendo por gustos, sin asociar con la persona; cómo algunos quedaban con muchos integrantes y otros con pocos… O vislumbrar un posible empate.
La incertidumbre de la caminata hasta llegar al puente… El tren divertido y la sensación de ser el último vagón y tener que elegir… ¿Qué habrá elegido mi mejor amiga?
Y ahora me vuelve esa sensación de ese juego inocente. ¿Qué pasará? Es claro, una sensación compartida por la humanidad. ¿Hasta cuándo puedo proyectar? ¿Cómo? ¿De qué modo? ¿Qué me conviene elegir?


La sensación de no saber mucho de nada. Ni de la estabilidad laboral, social, educativa. El ocio tan importante y menospreciado… El no saber muy bien de viajes o de límites. De sueños postergados, etc. etc. etc.
Esta situación pandémica no vivida por las generaciones vivas en la actualidad nos coloca en una instancia única. La mayoría de la humanidad está inmersa. Quedarán afuera tal vez los solitarios en algún rincón del planeta tierra. El resto somos afectados. Sin muchas respuestas certeras y llenos de preguntas. Las compartimos entre amigos, conocidos, al cruzarnos con alguien, las pensamos solos, buscamos información de la buena y no tanto, las comparamos, debatimos, tomamos posición, nos arrepentimos.
Todos tenemos proyectos cortados y, lo más doloroso, pérdidas de seres queridos.
Compartimos esta cierta sensación de: ¿yahora? Incertidumbre que trae consigo un tren, como el de Martín Pescador. Se asocia con ansiedad, temor, angustia, miedo y sus consecuencias, que muchas veces se traducen en síntomas. Podemos describirlos como una expresión de significaciones y sentidos reprimidos. Estos aparecen cuando no se pueden elaborar, es decir, cuando estas expresiones quedan encapsuladas, enjauladas.
Y mi intención no es bajonear sino mostrar las consecuencias de tapar o reprimir. Con lo que no se sabe se debe hacer algo. Si no se hace nada es posible que aparezcan síntomas traducidos en enfermedades o trastornos de conducta.

Sabemos los protocolos que debemos cumplir. Poder armar espacios de juego con niños, pocos, y encuentros entre púberes es una recomendación.

Laura Collavini

Qué se debe hacer. Este es el arte. El arte de descubrir a cada uno qué le conviene hacer, ligado a qué le gusta. El placer.
En estas instancias creo que es fundamental el contacto con uno mismo y encontrarse con lo que nos hace sentir bien.
Para algunos es trabajar, para otros un deporte, una rama del arte. Puede ser también que necesitemos hablar de nuestras emociones y que exista un otro que sea un espejo para re ubicarnos. Leer, escribir, cocinar, ordenar, construir, caminar, correr, bailar, son rutas que relajan el no saber, son transformadoras, se asocian a lo terapéutico. ¿Cuántos de nosotros después de hacer una actividad que nos gusta mucho nos sentimos renovados? Eso fue terapéutico.


Para muchos el placer está en viajar y acá está claramente más limitado. Por suerte, los seres humanos tenemos la capacidad de transformarnos y podemos inventar otras formas de pasarla bien y seguir viviendo experiencias nuevas y enriquecedoras.
Estas opciones son posibles gracias a las elecciones que vamos haciendo. Las que hacemos desde nuestro criterio y experiencia. Estas nos permite relajar la sensación de angustia y conectarnos con otras facetas.
Ahora, ¿Los niñ@s y púberes, tienen esta opción?
En momento de crisis como la que atravesamos es fundamental que podamos cuidar nuestra salud mental y los niños y púberes están más complicados porque en general su modo natural terapéutico está en el juego y en su interacción con otros. En el partido de fútbol, en la piyamada, en el recreo. En sitios prohibidos.


Me refiero a púberes y no adolescentes porque, aunque muchos los critiquen ellos con su posibilidad mayor de independencia, pudieron buscar rebelarse y juntarse: ésta es su necesidad básica y su terapia.
Los niños y púberes pueden juntarse con dependencia de los adultos y se ven más limitados. Por ende, su posibilidad terapéutica natural, también.
En épocas convencionales al acompañar a los niños en algún proceso psicopedagógico, recomiendo a los padres nunca suspender ni castigar a los niños con no ir a los cumpleaños o a los deportes.
Los espacios de encuentro social son saludables, hacen bien a nuestra salud mental.
Sabemos todos los protocolos que debemos cumplir, pero sin duda poder armar en estos tiempos espacios de juego con los niños, pocos, y encuentros entre púberes es una recomendación.

Salir a caminar, salir de casa, mirar el verde de los árboles, disfrutar el aire libre. Salir del lugar de encierro. Ayudemos a nuestras generaciones más vulnerables a esto. Con protocolo, con cuidado, con salud.
Busquemos espacios saludables naturales.


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