Consideraciones sobre el denominado “lenguaje inclusivo”

Carlos Parajon*

Si el intento de alterar el empleo de la lengua consiste en propiciar un “lenguaje inclusivo”, cabe aclarar que el lenguaje es una facultad específicamente humana. Por consiguiente, no puede ser restrictivamente adjetivada, no es inclusiva ni exclusiva. Si el intento hubiera sido expresado con claridad conforme a lo que pretende significar, no tendría que hacer referencia al lenguaje, sino al empleo inclusivo de la lengua.

Mientras se mantenga la intención comunicativa, hablar una lengua es un acto consciente. Si tenemos la libertad de pensar lo que decimos, no puede suponerse, para justificar nuevas reformulaciones, que el uso de las palabras condensa objetivamente todo el peso unilateral que históricamente se ha impuesto en él.

¿Qué literalidad, qué sujeción a la letra, puede afectar al pensamiento si la lengua que hablamos es esencialmente metafórica?

Que el empleo de la lengua pueda mostrar hoy restricciones mentales no significa que las suscite. Si nos dejamos dominar por las palabras usuales es por nuestra propia incapacidad de reflexionar sobre lo que se nos intenta dar a entender con ellas.

Considerando de manera fundamental la relación entre pensamiento y palabra, siempre podemos advertir las limitaciones que las particulares formas de hablar ejercen eventualmente sobre el pensamiento. No puede sostenerse en forma imprecisa, como pretendida justificación de la reforma inclusiva, que “el poder del lenguaje” ejerce una coerción intrascendible sobre el pensamiento.

Si esto fuera cierto respecto del empleo de la lengua, no lo advertiríamos. Esa supuesta opresión sobre el pensamiento se niega al declararla. La única forma de dependencia verbal es la que sucede cuando repetimos lo dicho, los lugares comunes, las frases hechas, es decir, cuando el empleo de la lengua se convierte en usanza. Por otra parte, es cierto que la manera de hablar es alterable a lo largo del tiempo, hay nuevas formas de expresarse y otras que caen en desuso o en el olvido, aun cuando sea posible comprobar que todas las palabras son antiguas. El pensamiento, sin embargo, es inactual, es decir, no es necesariamente dependiente de la suerte de las cambiantes maneras de hablar a través del tiempo.

De otro modo, ¿cómo ha sido posible que desde la antigüedad se hayan podido formular advertencias sobre la necesidad de pensar libremente, así como sobre la falsedad, la ignorancia y la fatuidad, y que ellas no hayan sido tomadas en cuenta, al menos, para evitar el error de haber sido subyugados por “el poder del lenguaje”?

Por más que toda inquietud de reformulaciones parezca hoy auspiciosa, el conocimiento de la lengua y la sujeción a sus reglas gramaticales no imponen restricción alguna al pensamiento. Además, si se afirma la general sumisión del pensamiento a la manera corriente de hablar, es absurdo aguardar que su liberación consista en abandonar ciertas convenciones verbales para someterse a otras.

Cabe preguntarse entonces cuál es la intención de introducir una reforma en nuestra manera de hablar. Desde el punto de vista gramatical, puede observarse que ella consiste en alterar la idea de inclusión existente en el género masculino plural de nombres, adjetivos, pronombres y artículos. La

nueva convención introducida propicia el cambio de la vocal o por la e. En esto consiste la configuración de la neolengua inclusiva. Resulta evidente que ella tiene una finalidad simplemente oratoria, la de impresionar a la audiencia, y, tal como puede presumirse, es aplicable principalmente donde ese empleo puede llamar la atención, en denuncias y alocuciones de actos públicos escolares y políticos. Carece de sentido tenerla en cuenta cuando se emplea la lengua para dar a conocer una idea, o una exposición crítica, así como cuando se diserta o se enseña en forma general sobre el conocimiento, las ideas, la realidad.

Si se afirma la general sumisión del pensamiento a la manera corriente de hablar, es absurdo aguardar que su liberación consista en abandonar ciertas convenciones verbales para someterse a otras.

Para interpretar el alcance de la propuesta reforma, es preciso aclarar otro de sus antecedentes. Ha debido suponerse la inversión del sentido que las metáforas de la luz y la visión poseían en el desarrollo inicial del pensamiento occidental. Son las que estimulan irrestrictamente el intento del pensamiento de ver con claridad después de ser transpuestas de la percepción sensible al dominio del entendimiento.

Con la propuesta idea de inclusión, en cambio, se propicia la regresión del sentido metafórico antecedente, a pesar de ser vista por sus propulsores como recurso de una mentalidad avanzada.

La intención de hacer sensiblemente perceptible la inclusión del género femenino cuenta con la simultánea introducción del verbo visibilizar. Esto significa que se intenta mostrar a la palabra como imagen de un hacer exteriorizable, que se puede ver y oír.

Sin embargo, siempre es posible reflexionar libremente sobre lo que se hace con las palabras. Prueba evidente de ello es que, con una leve insinuación de la voz, se puede adoptar el propuesto empleo inclusivo en sentido irónico para desacreditarlo.

Se da a entender entonces que su propio empleo permite pensar lo contrario. Al suponerse que la evidencia debe retraerse a límites de la percepción sensible, se ignora que la exigencia de inclusión no pertenece al dominio de las letras sino al del pensamiento. No obstante, esta nueva teoría sensualista del significado atenida a la letra nos enseña que la llamativa alteración de ciertos vocablos hará posible comprender mejor la idea inclusiva de género.

Como solo depende de la momentánea percepción del cambio verbal, la propuesta de lo que se entiende como empleo inclusivo de la lengua lleva por fuerza a su propia negación.

Pues, una vez que el intento de la introducida alteración verbal logre convertirse en expresión corriente, algo que ha sucedido hasta ahora con el masculino plural, su empleo dejará de hacer perceptible su efecto inclusivo. Habrá que recurrir entonces a una nueva alteración que permita visibilizar la inclusión de género.

*Doctor en Filosofía, especializado en la Universidad de Heidelberg en Alemania. Ha sido docente en la Universidad Nacional de Córdoba, en la de Mar del Plata y en la Universidad Católica de la Plata. Ha publicado nueve libros sobre la especialidad Análisis Lingüístico concerniente a la relación empleo de la lengua, verdad y pensamiento


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