Contra la libertad

Se ha transformado “la identidad” en religión. Al estimarse sagrado el ser negro, gay, mujer, lesbiana o latina, toda acción o palabra que no se crea “respetuosa de esa identidad” se toma como profanación y se castiga.

Hace un par de semanas se produjo en Estados Unidos un “debate” entre la Unión Norteamericana por los Derechos Civiles (ACLU) y la Escuela de Derecho de Harvard. La palabra “debate” va entrecomillada porque Harvard no respondió a la crítica que le realizaron David Cole, que es el director legal de la ACLU, y Carol Rose, directora ejecutiva en el Estado de Massachusetts. ¿Cuál era la crítica a Harvard? Haberse sometido a una petición, que consideraban totalitaria, realizada por los alumnos. Según la ACLU, se perdió la oportunidad de enseñarles a los estudiantes cuál es el papel del abogado, qué significa que una persona juzgada por un delito sea inocente hasta que un juzgado competente demuestre lo contrario y qué dice la Constitución de los EE. UU. sobre los derechos y garantías de todas las personas, incluyendo las que no nos gustan.

¿Qué hicieron los alumnos de Derecho de Harvard que molestó tanto a los defensores de las libertades civiles? Pidieron que el decano de Derecho sea removido de sus funciones académicas porque aceptó formar parte del grupo de defensores del productor cinematográfico Harvey Weinstein. A partir de las denuncias por abuso sexual de varias actrices de Hollywood, Weinstein está enfrentando una serie de juicios y su imagen pública está por el piso.

“¿Debe un abogado defender solo a las personas con las que simpatiza? ¿Qué significa que toda persona tiene derecho a defensa?” estas son algunas de las muchas preguntas que se hacen los militantes legales por los derechos civiles. Recuerdan en su blog que “los abogados de ACLU, por ejemplo, han representado con éxito a los delincuentes sexuales condenados que desafían las condiciones inhumanas y onerosas que se les impusieron después de que cumplieron su condena. Defendemos también a los hombres detenidos en Guantánamo acusados de terrorismo. Hemos defendido a decenas de hombres en el corredor de la muerte que han sido declarados culpables de asesinatos brutales. Y hemos abogado por los derechos de la Primera Enmienda de los miembros del Ku Klux Klan, de los quemadores de banderas y de los nazis”.

¿Debe un abogado defender solo a las personas con las que simpatiza? ¿Qué significa que toda persona tiene derecho a defensa?”

Planteo de la Unión Norteamericana por los Derechos Civiles (ACLU) a Harvard

Le aclaran a Harvard que “no hace falta decir que no tomamos esas defensas porque apoyemos los delitos sexuales, el asesinato, la quema de banderas o la supremacía blanca. Lo hacemos porque estamos comprometidos a defender las protecciones fundamentales de nuestra Constitución, sin importar cuán viles sean las acciones u opiniones en estos casos”. Y le recuerdan a la universidad que “una vez que las personas comienzan a confundir la defensa de los principios fundamentales con la defensa de actos despreciables, es mucho más difícil defender esos principios, al menos para aquellos a quienes la sociedad está dispuesta a difamar”.

El periódico de los alumnos de Harvard (“The Crimson”) publicó una editorial sosteniendo que “existe una incongruencia entre defender a Weinstein como abogado y, al mismo tiempo, trabajar para promover un entorno seguro y cómodo para las víctimas de conducta sexual inapropiada y agresión”. Es decir, los alumnos consideran que un abogado que defiende a alguien acusado de abusador es una persona sospechosa de apoyar los abusos. Hace unos años esto podría haber sonado como un discurso totalitario e inaceptable. Hoy es el discurso de la mayoría en Harvard.

No es una pequeña disputa parroquial, algo que parece encerrado en una mera facultad de una gran universidad (de hecho es la más prestigiosa escuela de Derecho de los EE. UU.). Es el núcleo de gran parte del nuevo discurso totalitario de esta época.

Jonathan Haidt (que hace un par de meses estuvo dando unas charlas en Buenos Aires) ha investigado que gran parte de las disputas políticas y sociales actuales se deben a una creencia fuerte -que hoy es predominante entre los menores de 35 años en EE. UU., y en gran parte de Occidente- en que el lenguaje puede herir a las personas y también al sentimiento sagrado que hoy tiene la pertenencia política, étnica o sexual.

Es decir, se ha transformado “la identidad” en una religión. Al considerarse sagrado el hecho de ser negro, gay, mujer, lesbiana o latina (pero también tal o cual creencia política o cualquier “pertenencia” a un grupo) toda acción o palabra que no se considere “respetuosa de esa identidad” se toma como una “profanación” y debe ser sancionada con la pena máxima.

Agrega Haidt: “Las universidades han elevado la lucha contra el racismo y el sexismo a un estatus religioso, que implica que cualquier cosa que se pueda presentar como algo opuesto a ese objetivo debe ser rechazado”. Hoy hay listas negras en las universidades de los EE. UU. y, en el raro caso de que una universidad invitase a dar una conferencia a alguien que no comulgue con este nuevo catecismo no le permiten hablar (se interrumpe la charla, se hace ruido y se llega a la violencia física).

Todos dicen que están a favor de la libertad de expresión, siempre y cuando no se diga nada que pueda ofender o no exprese “ideas peligrosas”.


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