Contra todo
La manifestación de Plaza de Mayo no sirvió para nada, salvo para aumentar el poder del "rebelde" Hugo Moyano.
Como tantas otras protestas similares que se han producido últimamente, la manifestación callejera que se celebró en la Capital Federal anteayer en la cual participó una selección variopinta de contestatarios crónicos -incluyendo a algunos legisladores aliancistas que en buena lógica ya deberían haber abandonado el movimiento gobernante cuya gestión están procurando frustrar- para protestar contra el ajuste más reciente no sirvió para nada, salvo, quizás, para aumentar el poder del organizador, el sindicalista «rebelde» Hugo Moyano. Este no habría sido el caso si el sindicalista y sus simpatizantes, entre ellos ciertos clérigos en guerra contra el capitalismo, tuvieran en mente una alternativa viable a las medidas emprendidas por el gobierno del presidente Fernando de la Rúa, pero, obvio es decirlo, la idea misma de tener que formular propuestas les es tan antipática que sienten orgullo por su negativa a intentarlo. Además de llamar la atención a sus propios sentimientos, lo que les interesaba era gritar consignas tan huecas como furiosas contra el FMI, el capitalismo y cualquier otro símbolo de los tiempos que corren que se les ocurriera incluir en su lista negra de presuntos responsables del mundo tal como es, una actividad que es totalmente inútil a menos que el motivo para querer verlos eliminados, si pudieran hacerlo, consista en el deseo de reemplazarlos por algo mejor.
Por mucho que les disguste a los sindicalistas, eclesiásticos y políticos «progresistas» que están luchando por impedir que el gobierno logre poner en orden las cuentas nacionales, no cabe duda alguna de que el futuro de la Argentina depende más que nada de su capacidad para adaptarse al capitalismo «globalizado» que con toda seguridad dominará el mundo en los próximos decenios. Así las cosas, todos aquellos que tratan de frustrar los esfuerzos del gobierno de turno por sanear la economía están atentando contra el país. Huelga decir que los más perjudicados por su actitud son los más pobres, que no tendrán posibilidad alguna de prosperar si la Argentina no consigue avanzar rápidamente por el mismo camino que ya han transitado Italia y España, para nombrar a dos países de tradiciones afines a las nuestras. ¿Los beneficiaría la eventual incapacidad del gobierno delarruista de reducir el déficit fiscal? ¿Mejoraría su situación si el país rompiera con el FMI para intentar otra aventura alocada? ¿Los ayudaría una devaluación que sería seguida muy pronto por otro estallido inflacionario? Claro que no. A diferencia de políticos profesionales generosamente remunerados, no están en condiciones de aprovechar un período de caos financiero. Tampoco les sería dado emigrar, opción ésta que posee la mayoría de los que están encabezando esta absurda ofensiva contra «los mercados».
La Argentina ya ha pagado un precio altísimo por la demagogia irresponsable que siempre ha sido la característica más notable de una parte excesivamente grande de su «clase política», esta corporación que jamás ha vacilado en votarse privilegios escandalosos por creer que sus propias «conquistas» son las del país en su conjunto. Por cierto, luego de medio siglo de «combatir el capital» es fácil identificar a los derrotados: los más de diez millones de argentinos que de otro modo estarían viviendo en una sociedad comparable con la italiana o la australiana.
Sin embargo, aunque es dolorosamente evidente que el «rumbo» que se emprendió después de la Segunda Guerra Mundial y que fue seguido afanosamente por casi todos los gobiernos hasta la hiperinflación de 1989 sólo conducía a la miseria, aún abundan los resueltos a retomarlo. Si bien es poco probable que dichos personajes consigan lo que en teoría cuando menos sería su propósito de restaurar el populismo hipócrita y cruel de otros tiempos, no lo es que demoren la transformación del país en una nación moderna que esté en condiciones de prosperar en lo que es el único mundo que se da, «logro» que es de suponer llenaría de satisfacción a los habituados a pensar que están luchando contra abstracciones como el «neoliberalismo» cuando los únicos que se las arreglan para perjudicar son sus compatriotas más vulnerables.
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