Crítica a la crítica a la razón ambientalista

SERGIO USERO (*)

Puntos de vista

La columna “Crítica a la razón ambientalista”, del ingeniero Sapag, reafirma una matriz de pensamiento que encierra una operación política peligrosa. Antes que proceder al análisis con el espíritu de un hermeneuta, sería conveniente asumir la disposición de un médico forense, pues se trata de una discursividad que decididamente huele a muerte; digo esto pensando en las prácticas coligadas que, disfrazadas de planteos edificantes, potencian los riesgos ambientales más atroces. Me pregunto: ¿quién habla detrás del ingeniero? ¿Qué dispositivo de saber-poder provoca esta perspectiva discursiva? Sin perder el plano general de lo enunciado, la posición a la que adscribe tiene por mayor finalidad minimizar toda resistencia a las prácticas tecnológicas amparadas en el desarrollismo económico, que en términos materiales se traducen en desastres ambientales, contaminación, impactos sobre la salud, exclusión social y deterioros en las economías. Parafraseando a Aristóteles podríamos decir: desarrollo se dice de muchas maneras. Hace tiempo que la teoría del desarrollo quedó al desnudo cuando se reveló el artilugio retórico que la hacía posible. Para que haya desarrollo es indispensable que exista un sistema de desigualdades económicas y sociales. Prueba de ello es que los países desarrollados encuentran su bienestar en el sometimiento de los subdesarrollados, bajo la promesa (siempre incumplida) de entrar en algún momento en la vía ascendente. Por ello me parece inconsistente seguir defendiendo tal desarrollo, mucho menos que sea algo inexorable. Me pregunto, ¿por qué tanto interés en impugnar las denuncias de los “ambientalistas focalizados”, según su modo de hablar, a los que caracteriza como “las posiciones más extremas de las elites contraculturales y académicas”? Les reconoce las problemáticas que denuncian en contra de las prácticas extractivas de minerales, pero intenta soslayarlas porque ignoran otras y, como queriendo desviar la atención, enumera unas pocas más. Que la lista esté incompleta, ¿es argumento para desmerecer tales denuncias? Demuestra preocupación por las elites, pero nada dice de las que concentran poder económico a nivel global. Acusa a los ambientalistas de interponer razones científicas mientras critican a la ciencia como discurso legitimador del poder, pero no veo en esto ninguna contradicción. La ciencia, como otras expresiones de la cultura, no es neutra ni desinteresada, es producto de las relaciones de fuerza que se dan en el campo político. En síntesis, que haya multinacionales que exploten los bienes naturales (despojando y contaminándonos) no es un orden que merezca defensa alguna, ni siquiera por razones de crecimiento económico; es más, tal vez sea hora de hablar de acrecimiento, pues es fácil advertir que por la vía que transitamos el único derrame posible es el de la contaminación. Pero, más allá de sus críticas, es importante atender a sus argumentaciones, que conducen a reforzar un dispositivo que ha dado muestras de su nocividad contra la vida y el ambiente. El ingeniero dice que “no es posible la vuelta atrás en la dependencia de la humanidad respecto de la tecnología” y agrega que si se hiciera caso a las razones ultraecologistas entonces “en pocos meses desaparecería catastróficamente, por hambre y enfermedades, la mitad de los seres humanos”. Desconozco la fuente de esta profecía, pero a mi juicio adolece de al menos dos errores de perspectiva. Primero, el hambre no es un riesgo potencial, es una realidad concreta que se desprende de este modelo productivo y extractivo: según un comunicado de la FAO del 2010, en el mundo hay cerca de 925 millones de personas con hambre, cifra que supera a la suma de las poblaciones de Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea. Por otra parte, la tecnofilia manifiesta señala una manera de entender el mundo que heredamos del cogito cartesiano, como piedra de toque del paradigma de la racionalidad moderna. Según este enfoque, el mundo se despliega a nuestros ojos esperando ser dominado por la razón universal y el conocimiento científico-técnico. Se trata de una concepción de lo humano que se está desmoronando, no hay tal Hombre dominador del mundo, ése fue un espejismo que tomó forma hace más de cien años y que debemos despojar de sus privilegios para reinterpretar lo humano e inventar nuevas maneras de ser. Respecto de su sentencia apocalíptica, podemos citar una peor. James Hanson, climatólogo de la NASA, censurado por Bush, en el 2009 sostuvo: “La continuación de la explotación de todos los combustibles fósiles de la Tierra no sólo amenaza a millones de especies en el planeta sino la supervivencia de la humanidad misma, y los plazos son más cortos de lo que pensamos”. Por último, Luis Sapag habla de democracia y de participación popular y, no sin cierta astucia, de la descentralización de las decisiones, pero no sale del paradigma de la democracia representativa. Para Sapag la cosa es simple: nada de democracia directa. Probablemente desprecie los acontecimientos políticos y movimientos sociales que se dan en el mundo frente a las democracias formales, y no creo que vea con buenos ojos lo acontecido recientemente en Loncopué, donde mediante referéndum, uno de los mecanismos constitucionales de democracia directa, el pueblo rechazó la megaminería en su ciudad. No soy ambientalista y seguramente este campo del saber tiene sus puntos débiles, sus contradicciones y rivalidades. Aun así, adhiero a las posiciones que ponen en valor el ambiente confrontando a las nuevas promesas de un “capitalismo limpio” o una “economía verde”, que no son otra cosa que intentos por perpetuar un sistema que continúa acuñando las peores fatalidades a pesar de haber entrado en la curva más decadente de su historia. (*) Licenciado en Filosofía


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