¿Cuántos funcionarios se requieren para encender una computadora?

COLUMNISTAS

Si hubo un día inapropiado para reunirse con funcionarios de primera línea del gobierno brasileño, fue el 27 de noviembre. En todo el país estaban pendientes del mensaje de Joaquim Levy y Nelson Barbosa, los futuros ministros de Hacienda y Planeamiento que encabezarán el equipo económico a partir del 1 de enero en la segunda presidencia de Dilma Rousseff.

Los conceptos que fue desgranando Levy en su exposición ofrecida en Brasilia despejaron cualquier tipo de duda que pudiera tener algún desprevenido militante del PT. Proveniente del banco Bradesco y apodado “Manos de Tijera”, el sucesor de Guido Mantega dejó claro cuál será la directriz de los próximos cuatro años en la conducción económica de Brasil: apuntó a transformar el actual déficit primario cercano al 1% del PBI en un superávit del 1,2% en el 2015 y del 2% en el 2016; hablando en plata, un ajuste de 45.000 millones de dólares en un año.

En la misma ciudad pasaba desapercibida, al punto de no haber sido reflejada en ningún diario brasileño de importancia, la “cumbre” del jefe de Gabinete Jorge Capitanich, el ministro de Economía Axel Kicillof y cinco funcionarios de Rousseff.

Difícilmente pueda hallarse una imagen que describa mejor la distancia entre un gobierno y otro, mucho más si se recuerda que dos días antes del anuncio de Levy su par argentino aseguraba en la Convención de la Cámara de la Construcción que “el Estado tiene que entrar en déficit fiscal para generar demanda”.

Como ejemplo de la brecha que separa dos formas de ver la realidad, vale la pena repasar los términos de la renuncia presentada el 11 de noviembre por la ministra de Cultura, Marta Suplicy, una histórica dirigente del PT, excuñada de Jorge Altamira y con más de treinta años en el partido fundado por Lula.

Los términos de su carta a Rousseff dan la pauta de cuál es el pensamiento de izquierda fuera de los límites de la Argentina. “Deseamos en este momento que usted sea iluminada al escoger su nuevo equipo de trabajo, comenzando por un equipo económico independiente, experimentado y comprobado, que rescate la confianza y la credibilidad a su gobierno y que, por sobre todo, esté comprometido con una nueva agenda de estabilidad y crecimiento para nuestro país”, señaló. Se entiende por qué la izquierda brasileña está tan preocupada por la “nueva agenda de estabilidad”: la inflación este año superará el 6%. Lo que no se entiende es por qué Kicillof asegura sin ruborizarse que la Argentina es la envidia de los países de la región… 6% es cuatro veces menos que la inflación oficialmente reconocida por el Indec y de seis a siete veces menos que la que calculan las consultoras privadas.

Suplicy tiene suerte: en la Argentina, el Frente para la Victoria la catalogaría de “neoliberal”; en Brasil retornó triunfalmente al Senado como representante del partido de base obrera más grande de Occidente. A la inversa, Kicillof tuvo la fortuna de haber nacido en la Argentina. Del otro lado de la frontera, no habría superado el examen de su compatriota Eduardo Viola, profesor de la Universidad Federal de Brasilia, para quien “él es como si fuese un joven dirigente universitario. Es algo que sería impensable en Brasil. Kicillof no tiene experiencia, arrogante y con ideas obsoletas”.

En el encuentro de Brasilia, casi de compromiso, la delegación anfitriona que recibió a Capitanich y Kicillof estuvo conformada por gente que está más afuera que adentro del segundo gobierno de Dilma. El ministro de Industria, Mauro Borges, presentó su renuncia dos semanas antes de recibir a los funcionarios argentinos. Cuatro días después de la reunión, se designó a Armando Monteiro como su reemplazante. “Estamos dentro del calendario de transición”, declaró Borges a la prensa mientras limpiaba su despacho pensando en su futuro en el gabinete de Fernando Pimentel, gobernador electo de Minas Gerais.

El viceministro de Hacienda, Paulo Caffarelli, tenía su atención dividida entre las investigaciones por ciertas operaciones inmobiliarias puestas bajo la lupa por organismos de control y su posible designación como presidente del Banco do Brasil. Quizás tenga agendado para cuando asuma en enero su nueva función algún pedido de préstamo del envidiado Kicillof. Del resto, Aloizio Mercadante tiene posibilidades de continuar al frente de la Casa Civil (equivalente a la Jefatura de Gabinete argentina), aunque con un notorio recorte de espacio frente a la avanzada de Levy, en tanto el canciller Luiz Figueiredo y el asesor Marco Aurelio García completaron el quinteto.

Los siete funcionarios de primer nivel de los dos países líderes del Mercosur tenían temas de sobra para abordar, desde el interés brasileño por acelerar las negociaciones para acordar con la Unión Europea hasta los incentivos para reanimar el intercambio bilateral, en su peor nivel en el quinquenio, sin olvidar los reclamos cruzados por la DJAI ni el desbande de inversiones del país vecino en la Argentina.

Pero las deliberaciones -o mejor dicho, la ausencia de ellas- dejaron un saldo paupérrimo que ni un comunicado de compromiso pudo disimular. Por el contrario, se puso en evidencia la inutilidad de la reunión al destacar que en ella “se acordó la utilización de un software en ambos idiomas”.

Siete funcionarios de jerarquía ministerial para abordar un asunto al alcance de cualquier estudiante avanzado de informática. A dos semanas de la cumbre de Paraná, es de esperar que los líderes del Mercosur tengan objetivos más ambiciosos.

Marcelo Bátiz

Analista económico DyN

Marcelo Bátiz


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