Cuatro generaciones en Añelo

Son los dueños de gran parte de las tierras del boom del shale.

Pioneros

Franco conduce la 4×4 por los caminos de tierra que surcan la parte más rica de la formación Vaca Muerta rumbo al tanque australiano donde toman agua los chivos y las vacas de la familia. Es una tarde fría y soleada.

Los animales pastan en libertad en este territorio ahora atravesado por picadas y caminos transitados por los camiones y las 4×4 de la industria petrolera y también por los cuatreros. Allá abajo hay un tesoro en forma de combustible atrapado en rocas que hay que extraer. Aquí arriba, sopla el viento, hay alpatacos que eludir y más allá una lagunita donde también beben los animales, aunque hay menos agua porque se derrumbó un tramo del muro que lo contenía.

A derecha e izquierda, más cerca y más lejos aparecen las torres de los equipos que penetran la tierra para sacar el shale de sus entrañas rocosas. Se ven, por ejemplo, detrás del molino y de las gallinas que corretean cerca de los corral de los caballos en el puesto de los Tanuz en la meseta. A la distancia, lo primero que se nota es el desmonte.

Cuarta generación de la familia, Franco es el único de los cuatro hermanos que no optó por trabajar en el petróleo. Alto y delgado, viste bombacha gaucha, remera, campera y alpargatas. Se acomoda la boina negra mientras muestra el cuarto de las boleadoras, los aperos y las herramientas.

–No, yo al petróleo no. A mí me gusta el campo, como al abuelo –dice en este lugar al que suele venir por el solo placer de mirar las estrellas o salir a cabalgar.

Elías Tanuz, el abuelo, nació en un pueblito sirio cerca de Damasco en 1895. Junto a su hermana Elena, escaparon de allí en 1910 de una guerra religiosa. Cruzaron el Pacífico como polizones, desembarcaron en Chile y más tarde llegaron a Zapala vendiendo telas, donde se quedaron por un tiempo.

Ahí, en el centro de la provincia, es donde don Elías se enamora de Adela. Tuvieron once hijos y se afincaron en Añelo alrededor de 1920, cuando solo vivían aquí un puñado de familias y había una comisaría y la oficina del correo. Antes de dejar Zapala, doña Adela amamantó a un bebé nacido en 1917 que dejaría su sello en la provincia, Felipe Sapag, quien en el futuro siempre aparecería a saludarla en los cumpleaños.

Pero mucho antes, ya en Añelo, Elías y su mujer abrieron un almacén de ramos generales que pronto se convirtió en una referencia en la región: traían harinas, telas, yerba y azúcar de la punta de riel, Barda del Medio. De Los Chihuidos al Auca Mahuida, la vendían a los puesteros, aceptaban productos del campo a cambio y anotaban en una libreta la cuenta de los que pagaban una vez al año, en aquellos tiempos en los que a Elías le bastaba una mirada para dar una orden y Adela manejaba las cosas con su sonrisa cálida.

Cuando incorporaron el camión Chevrolet 37 el negocio dio un salto: salían de campaña con mucha más capacidad de carga. Todo anduvo bien hasta que un incendió destruyó el ramos generales y la casa. Don Elías cayó en una depresión de la que no se pudo recuperar hasta su muerte, en 1946, a los 51 años, sin haber podido superar nunca la nostalgia por Siria.

Poco después, los Tanuz partieron hacia Vista Alegre, donde también trabajaron la tierra y en especial se dedicaron a la producción ganadera. Faenaban además sus vacas y abastecían a toda la zona. Con las ganancias, financiaron la compra del campo de 10.000 hectáreas que compraron en 1972 en Añelo, cuando volvieron, por 9,8 millones de pesos.

El escenario de la conversación donde se cuenta la historia es ahora la casa del papá de Franco, Juan Alberto “Cachito” Tanuz, hijo de “Cacho” y nieto de don Elías. Otros tres nietos están presentes: Aldo, Eduardo y Yamila, el directorio en pleno de la familia Tanuz.

La casa está ubicada en las afueras de Añelo, entre la Ruta 7 y el río Neuquén. Para llegar hay que atravesar dos nuevos loteos y el canal de riego que hicieron con sus propias manos.

Aquí transcurrió la vida rural de la familia, con vacas en la meseta, caballos en los establos y alfalfa en los campos. Hasta que el boom de Vaca Muerta impactó de lleno en los propietarios de tanta tierra en cuyo subsuelo hay shale.

Los Tanuz son superficiarios. Eso quiere decir que YPF les paga un canon por los pozos que explota aquí: alrededor de 700 pesos por mes por cada uno de ellos. Y 60 pesos por cada km de camino.

–Somos 17 primos y cuatro familias, no es mucho lo que queda para repartir. Todos tenemos nuestros trabajos e ingresos –explica Eduardo. Han vendido parte de las tierras y les quedan unas 7.500 hectáreas, objeto de deseo para toda clase de inversores, como un misterioso e insistente personaje que apareció poco tiempo antes del boom de Vaca Muerta.

–Un día le dijimos que queríamos dos millones y medio de dólares, como para que dejara de molestar. Pero volvió y dijo que sí. Ahí nos dimos cuenta de que algo pasaba –señala Yamila.

–Entonces le dijimos 20 millones para que dejara de molestar. Por supuesto que no aceptó, pero siguió merodeando tratando de convencernos. He llegado a recibir siete tipos de Buenos Aires por semana. Uno te dice 100, otro 200, otro 300. Acá nunca sabés cuánto vale la tierra, ni si conviene vender o no –dice Aldo, que trabaja en el EPEN. Cavilaciones y cifras solo posibles en Añelo, el pueblo del crecimiento no convencional en el que alguna vez don Elías creyó que habría un futuro.

La segunda generación de los Tanuz en los corrales de la familia.

Cuatro de los nietos de Elías posan para “Río Negro”. Detrás, un tractor.

El puesto de los Tanuz en la meseta. Desde aquí se ven las torres petroleras.

Franco Tanuz en el puesto, con sus caballos y sus perros.

El canal que construyeron para irrigar las tierras.

La aguada en la meseta. Aquí toman agua los animales.

Las vacas de la familia en las afueras de Añelo, a unos 14 km del puesto.

La última vez que se reunió la familia.


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